Cuando tenía apenas ocho años y estudiaba la primaria me tomó semanas comprender las multiplicaciones, incluso después de memorizarlas no podía entender cómo funcionaban o para qué podría servirme saber que 4x5=20, pero cuando aprendí que el sol salía por el este y se ocultaba por el oeste nunca lo cuestioné, durante toda una semana desperté antes del amanecer para encontrar el este y así saber dónde estaban también el norte y el sur. Durante los días que había pasado en el bosque también había descubierto mi posición y desde entonces no había dejado de caminar hacia el norte. No sabía si encontraría a alguien en esa dirección, pero si seguía caminando en línea recta terminaría llegando a algún lugar. Ese era mi razonamiento en esos momentos.
Aunque tenía prisa por salir del bosque, caminé con calma para evitar que la fatiga empeorara mi malestar. También hice descansos de vez en cuando para masajear y lavar mis pies que se habían vuelto a llenar de ampollas por culpa de mis zapatos escolares. Si tan solo eso hubiera ocurrido con el uniforme de deportes, todo hubiera sido más sencillo para mí.
Al cabo de unas horas el sol empezó a ocultarse y aproveché para confirmar que seguía caminando en la misma dirección antes de comenzar a preparar mi campamento. No había podido llevarme ceniza conmigo desde el campamento anterior así que volví a sacrificar un poco de mi blusa para encender la fogata y comenzar a preparar algunas brochetas de carne de lobo. Tal vez no me harían más daño si las cocinaba durante más tiempo. El sabor fue igual de malo, incluso un poco quemado, pero mi estómago agradeció recibir algo de comida. Hubiera sido mejor si fuera fruta o algo ligero ya que estaba enferma, pero carne de lobo era lo único que tenía. Una vez que terminé de comer, avivé más la fogata con la esperanza de ahuyentar a cualquier depredador -no es que haya funcionado con el lobo de antes- y me quedé dormida recargada en un árbol. Estaba tan cansada que, por primera vez desde que llegué al bosque, no tuve oportunidad de llorar.
A la mañana siguiente mi cuerpo se sentía como si me hubieran dado una paliza. Ya no parecía estar enferma, pero el cansancio físico de los últimos días estaba pasando factura. Lo que era peor, las ampollas de mis pies ardían tanto que tuve que reventarlas y vendarlas con mis medias para poder seguir caminando. Fue algo extraño, las heridas que tenía antes desaparecían después de una noche de sueño así que creí que pasaría lo mismo esa vez, pero no fue así.
Durante los siguientes tres días repetí la misma rutina: despertar temprano y comenzar a caminar, descansar cuando lo viera conveniente, comer un poco de cane y seguir andando; al atardecer, preparar la fogata y dormir temprano. El cuarto día mi blusa había reducido su tamaño a la mitad y la carne de lobo había desaparecido casi por completo, además, mis pies dolían tanto que solo pensar en caminar me causaba dolor. La única ventaja en ese momento era que me había vuelto muy buena para elegir y recoger las ramas de los árboles y encender fogatas. Ese día me comí la última brocheta de carne de lobo y me quedé dormida pensando que al día siguiente debía enfocare en buscar comida.
Todavía no amanecía cuando desperté, estaba oscuro pero no pude evitar sonreír. Me sentía tranquila y descansada, el dolor en mi cuerpo parecía haber desaparecido y, más importante, en mis brazos se encontraba una pequeña sorpresa esperándome.
- Estás vivo, no creí que volvería a verte.
El conejo de ojos azules y una mancha con forma de corazón en su costado se había acurrucado en mis brazos. Cuando le dediqué algunas palabras, despertó y me miró con una expresión adorable. No sabía si ese animalito era capaz de entenderme, pero al menos estaba segura de que podía rastrearme bastante bien. Lo acaricié y él se dejó consentir mientras arrugaba la nariz y presionaba su cabeza contra mi mano. Cuando me puse de pie, saltó de mis brazos y corrió hacia un arbusto. Por un momento pensé que se iría de nuevo, pero después de entrar en los arbustos volvió a salir y corrió hacia mí antes de comenzar a roer mis zapatos.
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Morí y ahora vivo en mi libro favorito
FantasíaDiana es una chica de 16 años que se vio envuelta en un trágico incidente, cuando despierta se da cuenta de que ya no está en México, sino en un bosque. Ahora tendrá que usar todo lo que sabe sobre los mundos de fantasía para tratar de volver a casa...