14. Recolectora.

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A pesar de que no faltaba mucho para que anocheciera Érika no había vuelto a casa, ya que no tenía nada qué hacer antes de su regreso, decidí salí y explorar el campo de cultivo. En realidad no tenía ningún interés en cuidar plantas, pero Farin dijo que Érika necesitaba ayuda con eso y yo tenía tiempo libre.

En el campo pude ver algunos brotes creciendo en la tierra, pero nunca me relacioné mucho con la agricultura así que no tenía idea de lo que eran, ¿estaban sanos? No tenía forma de saberlo, parecían haber sido plantados recientemente y todavía no crecían mucho. Pensé en regarlos, pero, al igual que con los trastes del desayuno, no sabía cómo acceder al agua corriente en la casa. Además del pequeño campo de cultivo también había un árbol que parecía tener algunas frutas en él. Medía por lo menos cuatro metros de altura, era frondoso y proporcionaba una sombra fresca y agradable. Las frutas que crecían en él eran similares a peras de un color blanquecino.

Mientras admiraba el árbol, el conejo se acercó a mí y observó las pequeñas plantas en el suelo arrugando la nariz. Más temprano había compartido algo de pan con él, pero supuse que tendría hambre y, ya que no quería que arruinara los cultivos de Érika, opte por cortar una pera del árbol y dársela. Me recosté contra el tronco del árbol y disfruté de la brisa y la sombra mientras el sol comenzaba a ocultarse. El conejo se acomodó en mis brazos al terminar de comer y antes de darme cuenta, nos habíamos quedado dormidos disfrutando del clima de la tarde.

Mi despertar fue brusco gracias a los gritos de Érika. Al parecer había llegado a casa y me vio acostada en el patio así que corrió a ayudarme pensando que me había desmayado de nuevo. a pesar de que estaba muy preocupada por mí, no pude evitar reír con fuerza al escuchar su historia, lo cual hizo enojar a mi anfitriona que, entre más tiempo pasaba conmigo, más me ayudaba a sanar mi alma y recuperar mis energías.

- No me des esos sustos, Diana, por favor.

- Lo siento -dije con una sonrisa- la sombra de ese árbol se veía muy cómoda y no pude resistirme.

- Está bien. Luces mejor que antes así que no me enojaré esta vez. Más importante que eso, vamos dentro, comenzaré a preparar la cena.

Seguí a Érika de vuelta a la casa mientras pensaba en mi estómago, durante las últimas semanas solo había comido lo necesario para sobrevivir así que en esos momentos no sentía nada de hambre gracias a la sopa del desayuno. Tener comida casera después de tanto tiempo era un lujo del que nome había percatado. Agradecí en mi mente la bendición de haberme encontrado con alguien tan amable como Érika.

- Por cierto -le dije-, conseguí las hierbas Nem que me pediste, espero que no te importe que las dejara sobre la mesa.

Erika lucía feliz de saber que conseguí las hierbas Nem, me agradeció y después comenzó a contarme sobre cómo cada vez era más difícil encontrarlas porque los niños había acaparado el río y las vendían a precios tan altos como dos piezas de cobre. Cuando me dijo el precio me di cuenta de que Farin me había hecho otro favor, compró una de mis hierbas por cinco piezas de cobre, más del doble que lo que esos niños estaban cobrando. Decidí que el día siguiente le llevaría tantas hierbas como quisiera.

En cuanto entramos a la casa Erika dejó de caminar abruptamente y me estrellé contra su espalda de una forma casi cómica. Antes de que pudiera preguntarle qué había pasado, ella misma comenzó a interrogarme.

- Diana, ¿lo que está en la mesa son las hierbas Nem?

- Ajá -respondí dubitativa. Farin me había dicho que lo eran, pero ¿me había equivocado?

- ¿Tu las conseguiste?

- Sí, Farin me prestó un cuchillo pero yo fui quien las recogió, ¿no son suficientes?

Morí y ahora vivo en mi libro favoritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora