Celo.

1K 127 3
                                    

El ciclo de apareamiento para los licántropos era el momento más esperado de los suyos.

No sólo era cuando dejabas de ser un cachorro, era en el cual elegías a quién sería tu pareja. El jamás encontró a la suya entre los de su especie. 

Al ser un alfa muchos se ofrecieron para aliviarlo, pero se negó. Fueron largos años de frustración, incluso al volverse un solitario. 

Hasta que conoció a Anthony.

Ambos se habían preparado para esa noche, conocían los riesgos, ese día estaría cegado por el deseo. 

Y no se detuvieron.

Hundió su hocico en su cuello, frotándose a gusto, queriendo impregnar su aroma en su pareja. 

Sus enormes garras ardían por recorrer su figura. Pero el temor de lastimarlo era tan agobiante que no le dejaban reaccionar.


—Está bien Beloved. —Besó su oreja y apoyó sus manos en su piel viéndole con seguridad y confianza. —No hay nada que temer, soy tuyo, ahora y siempre.

Aquello fue la señal para dejar de pensar y actuar.

Degustó cada porción de su piel al alcance, su larga, ansiosa y traviesa lengua se encargó de hallar y torturar cada punto de placer de su cuerpo.

Explorando otros nuevos que ninguno conocía.

Sus ojos brillaron hambrientos y codiciosos al ver su erección chorreando y necesitada de su toque. 

Se inclinó y sin esperar más degustó aquellas gotas de pre semen que se escurrían de su cuerpo. 

La espalda de su pareja se encorvó ante el contacto pero no dudo en alzarse en busca de más. 

Y no le defraudó.

Necesitaba más. Sus garras rasgaron su piel separando sus piernas. 

Su castaño gimió pero en vez de quejarse comenzó a moverse sus caderas ansioso de cada encuentro.

Pequeños ríos de sangre se deslizaron por su piel, pero tan pronto aparecían las heridas se cerraban. 

El mismo se encargó de limpiar aquel vital líquido de su piel y volver a degustar su sexo.

Jugó y repartió mordidas juguetonas en su glande y testículos. Alentándolo, castigándolo de placer.

Lamió cada resquicio de su semen como si fuese su mayor alimento. Y no se detuvo.


—¡Steve! — Le suplicó desesperado  temblando de placer al correrse por tercera vez. —¡Ya, por favor, continúa!


Le dejó boca abajo con una facilidad enorme.

Deslizó con maldad su lengua por todo su columna, dejando mordidas hasta su premio mayor.

Aulló maravillado al ver como el mismo sujetaba su trasero y exhibía su rosado y húmedo orificio. 

No dudó en sumergirse en su interior, su larga lengua sirvió para prepararlo con la segura promesa de algo mucho más placentero.

Con recelo se separó de aquel enorme festín.

Ambos gruñeron de placer ante el delicioso roce de sus pieles. Cubrió su cuerpo con el suyo.

Aquella deliciosa estrechez le arrebató lo último de cordura.

La espera había terminado. Reclamaría a su pareja.

Mordida SempiternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora