Limpieza

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Steve jamás se había sentido tan intimidado como ese día.

Anthony era un amante apasionado, pero ahora, se sentía como un ciervo indefenso ante el asalto de su pareja.

A duras penas habían llegado a sus habitación, lo que quedaban de su ropas quedaron en el olvido.

Aunque ninguno derramaría ninguna lágrima, en especial cuando estaban tan ocupados en devorarse.

Gruñó extasiado al sentir como los colmillos de su amado dejaban otra marca en su cadera.

Desde su cuello hasta su cintura pequeñas gotas de sangre se deslizaban por su piel por las mordidas de su pareja.

Tony no sólo se estaba alimentando de él, le estaba marcando.

Se aseguraba de eliminar por completo el aroma de Rachel de su cuerpo y cubrirlo con el suyo.

Aunque pensaba los celos de su castaño eran mal enfundados sabía que la tranquilidad en su corazón lo necesitaba.

No negaría que la sed de Tony era cautivadora como excitante.

Su boca se comía tan deliciosamente su pene mientras el atendía el suyo.

Sus dedos se abrían pasó con az en su interior, podía sentir como eran succionados con fuerza.

Se aseguraría de que muy pronto fueran sustituidos por su miembro.


—¡Mhg! ¡Tony!


Steve gritó al sentir el colmillo de su pareja rasgaba su glande para luego introducir todo su miembro hasta el fondo de su garganta.

Soportó el dolor en su entrepierna y como su pronta eyaculación fue obstruida de nuevo con maldad.

Aturdido y frustrado soltó una maldición.

Sus manos apresaron con fuerza su trasero.

Tony le dió una mirada por encima de su hombro de perversa satisfacción.

Realmente se estaba vengando de él, y vaya de qué manera.


—Si sigues así, no podré contenerme más...


—Ni te atrevas a moverte. —Le advirtió alejándose de su boca.


Resignado observó cómo se alejaba de él y se acomodaba para quedar sentado entre sus piernas.

Su pene se alzó encantado y deseoso de poder estar de nuevo en su interior.

Aunque Anthony tenía otra intención.


—Oye... —Jadeo al sentir como su mano volvía frotar su necesitada erección.


Dirigió su pene hacia su trasero. Rozaba la punta contra su agujero y presionando con una eterna lentitud.

Justo cuando pensaba que por fin sería cubierto por su carne volvía a alejarlo.


—Es suficiente, no sigas jugando... —Acarició sus piernas con deseo en un intento de convencerlo.


—¿Se te olvida que tengo que castigarte?.


Mordida SempiternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora