Rachel.

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Steve jamás dejaría de sorprenderse por la mente de su pareja.

El problema que tenían era que su castaño no se había adaptado bien a su nuevo hogar.

Lo comprendía, cuidar a Peter consumía bastante tiempo y energías.

Pero era tiempo que comenzará a tomar cartas en el asunto a su lado como Dominante.

Para que pudiera hacerlo, anthony había preparado un horario para que su pequeño conviviera la mitad del tiempo con la manada y luego con ellos dos durante las noches.

Si bien había costado adaptarse para ellos.

Con el paso de las semanas pronto las cosas comenzaron a mejorar entre ellos.

Y no sólo en su humor y labor como padres.

También en su intimidad.


—Tony, tienes que dormir. —Le recordó al sentir las manos del menor colarse debajo de su camisa.


—Para que si ya estoy muerto. El tiempo no puede afectarme.


—Tony, no juegues con eso. —Se giró hasta el para besarlo.


Pronto, a su pesar tendría que salir a trabajar.


—De acuerdo, de acuerdo. —Rió sin dejar de besar su boca. —Tenemos dos horas antes de que amanezca, se me ocurren maneras más interesantes en las que podemos invertir nuestro tiempo que discutir sobre las horas de sueño.


Tenía que darle crédito. Era difícil contradecirlo.


—¿La cama te da ideas o recuerdos?. —Le propuso tomándolo de la cintura mientras retrocedían hasta ella.


—Ideas, muchas ideas. —Ambos rieron y pronto cayeron encima de ella.


Su madre le tocaba cuidar a Peter esa noche, por lo que tendrían tiempo a solas para ellos.

Había extrañado como nunca poder tener de nuevo intimidad con Tony.

Era todo un misterio como ambos habían durado tanto tiempo sin tener nada de acción.

Pero de algo estaba seguro, no iban a romper esa marca de abstinencia jamás.

Aunque quizás, esa noche lo harían por alguien más.


—¿Escuchaste eso?. —Dijo mordiendo el cuello de Tony arrancándole un erótico gemido.


—Yo no escuché nada anciano. —Se olvido de aquel sonido al sentir como esos labios expertos en robarle el aliento, tomaban posesión de los suyos.


Ambos rodaron en la cama sin ceder ni un centímetro al asalto de la cavidad del otro.

Con la rapidez en la que se desvestían, no era una sorpresa que cambiaran de guardarropa tantas veces al mes.

Los golpes pronto volvieron a escucharse, esta vez más altos e insistentes a la puerta.


—Tony, podría ser—

Mordida SempiternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora