Destino.

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Los inmortales tenían muchas formas de describir el paso del tiempo, el más adecuado para los más antiguos era el de un eterno laberinto.

Puede mantener su forma o cambiarla según su voluntad. Por dentro ser indescifrable, poseer cientos de caminos y ninguno sin salida.

Tal vez era una cosa del destino. Un simple entretenimiento que mantenía todo en movimiento, sin detenerse por caprichos, deseos e incluso, a favor de aquellos que estaban en el poder.

Era curioso, que solitario era darse cuenta de que al final del sendero, sin importar qué camino tomarás, realmente no era tu elección.

Steve despertó esa mañana, como siempre, odiando el silencio a su alrededor. De recuperar la consciencia y ser arrastrado de nuevo a ese mundo hueco.

Su mente, y corazón no tenía ningún deseo en despertar más. Quería mantenerse en la somnolencia, de poder volver a soñar con la única persona que llenaba todos y cada uno de sus pensamientos.

El incesante sonido en la habitación le recordó que debía ponerse en movimiento.

Con una enorme sensación de pesadumbre en su corazón, como todos los días anteriores, obligó a su cuerpo a levantarse.

Siempre debía hacerlo.

Se aseo y se vistió más como una rutina que por voluntad propia.

Justo cuando fue a tomar su reloj, como si hubiera escuchado su nombre, se detuvo y elevó su mirada.

Su boca se movió un poco, desconsolado por volver a caer en esa dulce trampa pero por dentro; su corazón sabía que no podría soportar el paso de las próximas horas sin hacerlo.

Steve jamás fue apegado a los objetos mundanos, como un Licántropo y el Dominante de su manada, todo a su alrededor eran solo herramientas momentáneas.

Los suyos solo mantenían apegos con su gente, con su manada, todo lo demás era mejor desprenderse.

Pero a pesar de sus creencias y costumbres, se aferró a uno.

No era un objeto de sus tierras ancestrales, menos uno de uso personal.

Pero se había vuelto parte de su carne sin darse cuenta.

Un retrato de sus días pasados.

La imagen en esa pintura no había cambiado, pero el mismo se lo encontró admirando como la primera vez que lo hizo.

Sus pensamientos viajaron tan atrás, no tan antiguo comparado a sus días de cachorro, pero sí a uno, el cual ya no era parte de su realidad.

Dónde era feliz.

Cuando su pareja lo rescató de morir de inanición.

Durante una de sus tantas noches de cita por un pueblo humano, su pareja le había arrastrado a colarse en una fiesta, un baile de sociedad que se realizaba.

No prestó real importancia a los demás, el solo tenía ojos para su amado y eso jamás cambiaría.

Nunca olvidaría la hermosa sonrisa de su amado cuando le pidió que posará a su lado para un retrato.

Ese joven pintor (casi secuestrado) no durmió en toda la noche hasta terminar el cuadro. Tony fue demandante y preciso con su remuneración, no podía esperar al amanecer por obvias razones, pero al terminar incluso el rubio no pudo negar que las horas valieron la pena.

Tony nunca dejó de sonreír coqueto, ofreciéndole su brazo como soporte y promesa de que luego iban a bailar todo el tiempo que el quisiera.

Antes de partir de sus tierras ancestrales, decidió volver a la antigua propiedad que su amado había comprado cuando volvieron a encontrarse.

Mordida SempiternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora