Dominante.

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Para un licántropo el dejar sus pieles no siempre es placentero.

Pero con el tiempo aquella transición se vuelve tolerable cuando logras manejarla.

Estaba acostumbrado a recibir golpes y heridas desde que era joven.

Claro que lo peor de cada pelea no era en sí los golpes al momento, era la mañana siguiente.

Jamás pensó que en comparación a las de su combate anterior, éstas serían como un simple rasguño.

De lo que pudo recordar cuando recobró el conocimiento, aquella tarde lo había intentado ya tres veces.

Pero no fueron para nada placenteras.

La primera vez, no sintió nada más que dolor esparciendose por todo su cuerpo.

Incluso el flujo de su sangre era agotador.

Fue una lastima que sus ojos fueran de tanta confianza como sus fuerzas.

Ojalá lo hubieran sido igual que el ardor de todas sus heridas, el sólo respirar era una tarea colosal.

La segunda vez, pudo escuchar voces lejanas, pero todo era tan confuso que desistió y volvió a hundirse en la oscuridad.

La tercera vez si pudo enfocar su vista y ver en donde estaba.

Sabía lo que buscaba, más claro a quién. 

Su mirada tuvo que dar la vuelta a toda la habitación, pero el descubrir que quién buscaba estaban acostado a su lado fue mejor que cualquier medicina.

Se hubiera reído de la ironía si aquello no rompiese de nuevo sus costillas, pero estaba más interesado en perderse en aquellos hermosos ojos avellanas que le veían con tanto amor.


—Hola anciano. —Pudo ver que su pareja estaba agotado pero aún así jamás dejó de sonreír. Trató de hablar pero su garganta estaba demasiado seca. —Tranquilo, todo está bien.


Quiso decirle tantas cosas, pero cuando reparó en los vendajes cubriendo su mano y cuello fue como si volviera a estar tirado en el hielo.

Y la culpa le invadió como nunca.

No había llegado a tiempo.


—Lo siento...


Como quería correr y romperle cada uno de sus huesos a Zemo por haberse atrevido a tocarlo.

Sentía que cada vez que intentaba protegerlos fallaba.

Que sin importar que tanto se esforzará no era lo suficiente fuerte para protegerlos como su Alfa.


—No sigas, Steve basta... —Tony apoyó una de sus manos en su rostro al saber a donde iban sus pensamientos.  —Nos protegiste a ambos y a la manada.


—No pude... evitarlo.


—Es sólo algo pasajero, ni llegará ha ser una cicatriz Steve. — Le aseguró acariciando su mejilla. —No es nada comparado a tener que proteger a quién amas. 


—Pero... —Perdió el aliento cuando tomó su mano y la apoyó en su vientre.

Pudo sentir el corazón de su cachorro latir tan cálido y tan fuerte contra su mano.

Mordida SempiternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora