Planes.

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Créditos a: Natalia Drepina


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Cuando Sarah era joven, su manada había sido bendecida con una temporada de muchos cachorros.

Desde entonces, había deseado con todo su corazón que aquella época tan abundante y próspera volviera a los suyos.

Con el paso de los siglos, los largos inviernos y poco alimento convirtieron ese deseo en un sólo recuerdo.

Hasta que su nieto había llegado.

Con él, esperaba dar un cierre a ese interminable ciclo de muerte que habían tenido.

Como madre, su corazón siempre había sido tenaz y sensible a esos casos.

El ver a su miembro más joven tan desanimado y triste era un malestar que influenciaba a todos.

Ahora como abuela, aquella espina era tan grande como si se tratase de su propio hijo.


—¿Dónde está Anthony?


—Está descansando. —Carol apoyó su espalda en la silla. —O eso dice, ya que sólo se la pasa envuelto entre las sabanas murmurando lo idiota que es Steve.


—¿Lo ves? Las cosas están tan mal entre ellos que Tony le encargó a Peter las pocas horas que duerme.


—Corrección, mapache idiota. —Le dijo con una mueca. —Soy su madrina, es mi deber cuidarlo.


—Te costó más de dos años para que Peter te aceptará cerca.


—Si supieras algo de cachorros sabrías que son muy apegados a sus madres. —Le dijo con desdén. —Pero es evidente que no sabes nada.


—No quiero interrumpirlos pero... —Frotó su frente con impaciencia. —¿Si recuerdan que Peter está con ustedes?


Ambos se dieron cuenta demasiado tarde que su discusión había hecho que Peter soltaba su peluche y les veía a punto de llorar.

No necesitaba que ellos le recordarán a sus padres peleando.



—Ven con la abuela cariño, no pasa nada. —Cargó en brazos a Peter para consolarlo.


Realmente había pensado que ese no sería un problema con ellos al ser tan unidos.

¿Cómo esperar algo diferente con todo lo que habían pasado?

Su lazo ya no dependía solo de ellos dos, eran tres.

Era fuera cierto que la crianza de sus hijos era compartida, pero la realidad era que los cachorros son muy perceptivos con sus padres.

Y aquellos ojitos tristes en el rostro de su nieto eran la prueba.


—Tienes que hablar con Tony. —Incluso Bucky coincidió con ella.


—No puedo hacerlo.


—¿Y por qué no? Lo hiciste con Steve.

Mordida SempiternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora