Se asomó por la puerta, y vio que él ya estaba acostado, con un libro en las manos. Salió del baño, ya con su pijama puesta, y se metió en la cama, antes de darle un beso corto en al mejilla, y ponerse de espalda para acostarse.
—Iva ¿Podríamos hablar?
—¿De qué?
—No lo sé, de lo que quieras... Siento que ya no hablamos mucho.
—Ah, sí...
—Hablé con mi jefe, para hacer menos horas de trabajo en la empresa, y hacer el resto aquí, así puedo estar más tiempo contigo.
Abrió los ojos desconcertada al escuchar aquello. Ella no quería pasar más tiempo con él en la casa, era feliz de sólo tener que verlo por las noches, y tener todo el día libre.
Era una libertad que no muchas mujeres tenían.
—¿Te gustaría eso? Podríamos pasar más tiempo juntos.
—S-Sí —murmuró.
—¿Quieres girarte? Así podemos vernos mientras hablamos.
—¿P-Podríamos hablar mañana? Estoy algo cansada, c-cariño.
—Sí, podemos hablar mañana —pronunció afligido.
—Gracias —susurró cerrando los ojos.
Él apagó la luz, y se acercó a ella, para abrazarla. Y de nuevo lo mismo, sentir como ella se ponía rígida, y dejaba sus brazos al contado del cuerpo.
—Descansa, cariño.
—Sí —susurró casi sin respirar, sintiéndose nuevamente apresada.
No quería respirar, no podía. ¿Qué es lo qué le pasaba a Héctor? ¿Por qué actuaba así ahora?
***
—Muy bien, ya casi terminamos —sonrió.
—Y-Ya no... P-Puedo más.
—Vamos, Martin, un último esfuerzo.
El muchacho negó con la cabeza, rendido en el suelo. Estaba agotado, no tenía ya aire. Ivanka sonrió suavemente, y se sentó junto a él, dándole unas palmadas en el hombro.
—Lo estás haciendo muy bien, estoy orgullosa de ti.
—N-No podré levantarme l-luego.
—Es hasta que tu cuerpo se acostumbre.
—Dudo que alguna vez me acostumbre —pronunció con cansancio, antes de sentarse.
Ivanka le ofreció una botella de agua, y luego le dio una manzana, sonriendo.
—¿Qué dicen en tu casa de todo esto?
—Am, pues no creen que llegue muy lejos, ellos piensan que ni siquiera voy a terminar el mes —le dijo indiferente—. No están de acuerdo tampoco, dicen que Eliana debería aceptarme como soy, que con los años, la belleza física desaparece. Lo único que importa es la persona.
—Tus papás tienen mucha razón, pero también es importante que cambies tus hábitos para mejorar tu calidad de vida, y no sólo tú aspecto físico.
—Sí, supongo que tienes razón. Héctor tiene suerte de tener a alguien como tú quien lo ayude con estas cosas, y le cocine saludable.
—Sí, de todos modos a mi marido no le gusta mucho la comida cien por ciento saludable.
—¿No?
—No, suelo cocinar por separado, lo que va a comer él, y lo que voy a comer yo.
—Mm, entiendo. De todos modos él se mantiene en forma ¿Entrena contigo?
—No, no entrenamos juntos.
—¿Y qué hacen juntos?
Sonrió con cierto nerviosismo, negando con la cabeza, incómoda.
—No hacemos muchas cosas juntos.
Miró la hora en su reloj, y luego tomó su bolso.
—Creo que ya debería irme, pronto van a ser las cinco.
—¿Quieres qué te lleve hasta tu casa? Estoy sudado, pero creo que no huelo tan mal —sonrió divertido.
—Gracias, pero caminaré a casa.
—Oh sí, cierto que eres la chica saludable —sonrió poniéndose de pie—. Nos vemos mañana, Iva, saludos a Héctor.
—Serán dados, nos vemos —sonrió saludándolo con la mano, antes de caminar en dirección contraria a él.
***
Abrió la puerta de su casa, cuando escuchó ruidos en la cocina, y vio que las luces estaban encendidas. Confundida se dirigió hasta allí, dejando su bolso colgado en un perchero, y observó nerviosa a su marido.
Él estaba preparando algo en el horno al parecer.
—H-Hola ¿Saliste antes?
—Sí ¿Recuerdas lo qué te dije anoche? Hablé con mi jefe, y estuvo de acuerdo en darme menos horas en la oficina.
—Ah, no recordaba esa parte —murmuró—. ¿Qué estabas cocinando? ¿Tienes hambre? Puedo hacerlo yo.
—No, en realidad quería prepararte algo a ti.
—Oh no, no hace falta, en serio. Deja que yo limpie esto, tú relájate en la sala, mira algo —sonrió levemente.
—Pero a mí no me molesta limpiar lo que ensucié, además aún no están tus galletas.
—No te preocupes, cariño, yo las cocino, ve.
—O podríamos cocinarlas juntos.
—A-Ah sí, pero... Yo creo que tú deberías relajarte, ya has trabajado, y no debes hacer cosas en el hogar también.
Se secó las manos, y se acercó a ella, que se quedó inmóvil, con la cabeza baja.
—No quiero que nuestro matrimonio sea como él de nuestros padres. Ivanka no debes tenerme miedo, si hay algo que no te gusta, que te molesta, quiero que me lo digas.
—Está bien.
—Y me gustaría que me miraras cuando hablamos.
—Es por respeto, Héctor.
—Pero yo quiero que me mires.
Le levantó la cabeza, y ella lo miró, incómoda.
—¿Viste el paquete qué estaba en el sillón de la sala?
—N-No, vine directo aquí cuando escuché ruidos en la cocina.
—Ve entonces, es un regalo para ti —sonrió levemente.
—No hacía falta, cariño.
—Sí lo hacía, eres mi esposa, me gusta regalarte cosas —le dijo antes de darle un beso corto en los labios, seguido de otro más.
E Ivanka lo alejó con delicadeza de ella, al sentir que él quería besarla de otro modo.
—Iré a ver el regalo, gracias cariño —pronunció bajo, antes de escabullirse de él.
Héctor la miró con pesar, y se sentó en una de las sillas. Comenzaba a pensar que le daba asco a su esposa, que ella jamás había podido quererlo, que estar a su lado, era una tortura.
...