—Semana 3 de entrenamiento—
—Mira que bien, Martin ¡Ya vas tres kilos bajando! ¡Felicidades!
—Yo creo que es muy poco.
—Claro que no, es mucho. Estás haciendo una dieta saludable. Lleva más tiempo, pero no tiene ese efecto "rebote".
—Oye, te invito a almorzar, para festejar —sonrió Martin—. ¿Puedes? ¿O le molestará a tu marido? Podemos ir a un lugar muy concurrido, para que no piense mal.
—Sí, no creo que él se moleste —sonrió suavemente.
Le agradaba estar con Martin, era un muchacho muy simpático, y había descubierto que tenían varios gustos en común.
Incluso el castaño, había empezado a meditar como ella, algo que no muchos compartían allí.
***
Al llegar a su casa, se dio cuenta que el auto de Héctor ya estaba allí, desconcertándola. Él le había dicho que salía tarde aquel día, que no se preocupara por el almuerzo.
Se apresuró a entrar a su casa, y vio que todas las luces estaban apagadas.
—¿Cariño? —preguntó dirigiéndose a la habitación.
Vio que la luz estaba apagada, y al entrar, Héctor estaba acostado en la cama, con las piernas flexionadas hacia el pecho.
Lo observó preocupada y se acercó hasta él, tocándole la frente.
—Tienes fiebre.
Fue con prisa hasta al baño, y buscó en el botiquín un termómetro, antes de volver a la habitación y encender el velador de su lado.
—Cariño, despierta —le dijo preocupada, pasándole una mano por la frente—. Tienes fiebre, Héctor.
Él se quejó y se acostó boca arriba, respirando pesado. Ivanka le había dicho que le preocupaba la tos que tenía el día anterior, pero él le había asegurado que no se preocupara, que sólo era un resfríado.
Tal vez por eso había salido antes de su trabajo.
Le colocó el termómetro debajo del brazo, y luego fue a mojar una toalla pequeña al baño, para colocarla sobre la frente de él, estremeciéndolo.
—¿Por qué no me llamaste?
—Estabas ocupada —le dijo con los ojos cerrados, comenzado a tener escalofríos por ese paño frío en la frente y cabeza.
—Nada es más importante que tú, habría venido cuánto antes si sabía que te sentías mal.
Él tragó con dificultad, y le señaló la mesa de noche.
—Toma el sobre de papel, y luego de leer que es, fírmalo.
—Sí, cariño —le dijo haciendo lo que él le había dicho.
Abrió el sobre, y sacó el documento que allí había, pero antes de empezar a leer, lo escuchó toser de ese modo horrible. Lo miró afligida, y puso una de sus manos sobre el pecho de él.
—Debemos ir a la clínica, no suenas bien.
—Luego de que firmes, pediré un taxi —pronunció con la voz rasposa, quitándose el paño de la cabeza que sólo le estaba dando frío.
—No, déjatelo, cariño, tienes mucha fiebre.
—Firma eso.
—S-Sí.
Tomó el bolígrafo, y comenzó a leer lo que decía las primeras líneas, y luego lo miró confundida, sintiendo que sus ojos se aguaban.
—¿P-Por qué? ¿Por q-qué quieres separarte de mí? ¿Qué estoy haciendo m-mal, Héctor? —le preguntó llorando, sin poder evitarlo—. ¿Es por qué no puedo darte un bebé? Te lo daré, lo prometo, el próximo mes quedaré embarazada.
—Te engañé con otra mujer, por eso me quiero separar de ti. Has sido una excelente esposa, y no te mereces estar conmigo.
Su llanto aumentó al escuchar aquello, y se abrazó a él, angustiada.
—P-Perdón por no complacerte, por no ser una buena mujer, perdón Héctor.
—Firma, Ivanka. La casa ya está en venta... Cuando la compren, te daré la mitad a ti, y así podrás comprar una casa donde tú quieras.
—N-No, yo no quiero eso, yo me quiero quedar contigo, tú eres mi marido.
—¿No entiendes que te engañé? Por Dios, sólo firma los malditos papeles y terminemos con esta farsa de una vez —le dijo molesto, alejándola de él para sentarse.
—No m-me importa, Héctor, n-no quiero separarme de ti, por favor —lloró con tristeza, cubriéndose el rostro con ambas manos—. No me dejes, no me dejes.
—¿Por qué lloras? No hace falta que te quedes aquí, puedes irte a vivir donde quieras, nadie hablará de ti, y si lo hacen, no lo sabrás. No tendrás que volver a ver mí familia, o la tuya, sólo firma, Ivanka.
—P-Pero yo quiero seguir siendo tu esposa —le dijo sin poder controlar su llanto, sintiendo que no podía respirar—. Perdón por no ser lo que esperabas, perdón. Me esforzaré más, lo juro, pero no me dejes.
—Iva.
Se abrazó con fuerza a su pecho, escondiendo su rostro en el cuello de él.
—D-Dame una última oportunidad.
—C-Creí que con esto serías feliz... No te entiendo, Ivanka, no puedo hacerlo. ¿Por qué no quieres firmar?
—P-Porque eres mi esposo, y yo te q-quiero mucho.
—Cuando seas libre, y estés muy lejos de aquí, podrás casarte por amor, con un hombre que realmente ames, y te guste. Te aseguro que nadie podrá dañarte una vez que estés lejos de este maldito lugar. Y podemos seguir fingiendo que estamos casados hasta que venda la casa.
—Pero yo te quiero a ti, no imagino mi vida con otro hombre. Yo sólo quiero ser tu esposa, yo te quiero a ti, Héctor.
—Yo no siento eso, yo sólo siento que tú haces todo esto por obligación, y eso no está bien. Es horrible lo que has pasado estos seis años, lo que te he hecho.
—Me da... Vergüenza hacer el amor contigo —sollozó, sin saber cómo había podido decir aquello.
Hasta decirlo le daba pena.
—Me pone nerviosa, porque no se que hacer, no sé cómo satisfacerte.
Él suspiró y se recostó en la cama, con ella abrazada aún a su pecho. Se sentía mareado, y la cabeza se le partía. Al parecer, era más que un simple resfrío.
Ella se subió a la cama, sin dejar de abrazarlo, y se quedó ahí junto a él, sabiendo que no sería bueno el calor de su cuerpo para Héctor, ya que estaba con fiebre.
Pero no quería alejarse de él, no quería que la dejara. Era su esposo, el único hombre con quién quería estar. Y lo quería, pero las muestras de cariño no eran habituales.
Y la ponían nerviosa, incómoda. Su familia era tan conservadora, que le habían enseñado que los besos y abrazos, sólo eran para la intimidad.
...