—Semanas después—
Estaba acostada en el sofá mirando televisión, cuando Martin llegó a la casa, tomándola por sorpresa. Eran recién las ocho y treinta de la noche, él nunca llegaba temprano, siempre llegaba pasadas las once de la noche... Y la mayoría de las veces con alcohol encima.
Se levantó rápido, sentándose.
—Prepárate, esta noche estarán de visita los socios de mi papá, y debemos ir a cenar a su casa.
—¿Yo debo ir?
—Sí, eres mi mujer —le dijo caminando hacia la habitación.
Eliana lo miró insegura, y luego lo siguió por detrás, yendo hacia al armario.
—¿Y qué debo ponerme?
—Algo decente, por supuesto ¿Tienes ropa así? Nada escotado, ni corto. Y no te maquilles demasiado, en lo posible, ve natural.
La castaña asintió con la cabeza, y fue a darse un baño rápido. La verdad, no le agradaba para nada ir a la casa de Martin, sabía que la familia de él no la quería.
***
Llegaron eso de las nueve, y se sorprendió de encontrar también a la familia del hermano mayor de Martin. Al parecer, sería una reunión familiar, más que de negocios.
—Buenas noches —saludó incómoda Eliana, ya que al momento en que ellos entraron, dejaron de hablar.
—Bienvenida a la familia, al fin te conozco —sonrió amable un hombre de cincuenta años, sacándole una sonrisa genuina a Eliana.
Él era el socio del papá de Martin, que no vivía dentro de la comunidad.
—Un gusto conocerlo.
—Lo mismo digo, querida. Toda una damita tu esposa, Martin, felicidades a ambos.
—Gracias —pronunció desinteresado el castaño, llevando luego a Eliana hasta la cocina, dónde estaba su mamá.
—Ya llegaron, que bueno.
—Quizás puedas enseñarle a cocinar algo a Eliana. Qué te ayude, mal no le vendrá.
Eliana lo miró desconcertada, y luego bajó la mirada, cuando su suegra se quedó observándola.
—¿Acaso tu madre no cocina en tu casa?
—S-Sí, pero a mí no se me da bien.
—Porque no me sorprende. A ver, ven aquí —le dijo llevándola a la mesada.
Martin la dejó sola allí, y se fue a la sala con el resto de los invitados.
—Llevas un mes viviendo con mi hijo ¿No le cocinas nada? Ahora entiendo porque viene a cenar casi todas las noches aquí.
—Sí cocino, señora, pero él no quiere cenar en casa conmigo. Y a almorzar no viene, supongo que trabaja.
—¿No sabes qué es lo que hace tu esposo?
—No, él no habla conmigo. Martin no está nunca en la casa, ni siquiera los domingos. Él se va a la seis de la mañana, y regresa a las doce de la noche, a veces a las once, pero es muy raro.
La mujer desvió la mirada, y luego sacó varios pollos de la heladera.
—¿Y tú qué haces todo el día?
—Me quedo en la casa, limpiando. A veces voy a visitar a mi mamá, y otras, me quedo practicando cocinar... En serio lo intento —pronunció bajo.
—Esta noche haremos pollos relleno asado, tú observa como preparo las cosas, y luego intenta imitarlo ¿De acuerdo?
—Sí.
***
Luego de haber estado casi una hora con la madre de Martin en la cocina, mientras le explicaba como cocinar, y darle algunos consejos, Eliana había comprobado que no era tan mala como parecía.
Sí era un poco brusca al hablar a veces, pero había sido muy paciente al explicarle las cosas.
Y ahora la joven castaña había salido a buscar a Martin, para no sentirse tan aislada allí. Todos estaban hablando, y se veían muy animados.
Salió al jardín, sin encontrarlo allí tampoco, dónde su suegro estaba asando los pollos, y fue a la parte delantera de la casa. Fue allí donde lo vio hablando muy cerca de la hija del socio, riendo.
Caminó hasta ellos, y vio como aquella mujer se le acercaba más a él, apoyando su mano sobre el muslo de su marido, antes de deslizar su mano hacia el interior de los mismo.
—Martin.
Él se separó rápidamente de ella, y se levantó de la banca, girándose para ver molesto a Eliana.
—Te dije que te quedaras con mi madre ¿Qué haces aquí?
—¿Q-Qué haces tú, Martin? —le inquirió dolida.
—Vete adentro mejor, ahora.
Negó con la cabeza, cruzándose de brazos, sintiendo un nudo en la garganta.
—¿Haces esto en la casa de tus padres? ¿Cuándo hay tantas personas aquí? ¿Qué haces entonces cuándo no estás en casa?
La tomó del brazo, y la hizo caminar hasta la puerta.
—¡Contéstame! —le dijo parándose en el pasillo, sin dejar que la siguiera llevando.
—¿Tú te crees que esto es un matrimonio real? ¿Qué soy feliz contigo? No necesito darte explicaciones de nada, Eliana. Si te traje aquí, es porque legalmente eres mi mujer, nada más.
Sus ojos se cubrieron de lágrimas y se alejó de él.
—¿E-Entonces me e-engañas?
—Sólo firmamos un papel, nada más ¿Y no lo recuerdas? Te acostarías con quién quisieras también. Ve y hazlo, a mí no me importa.
—Claro, sólo te importó ser el primero.
—¿Cómo estar seguro de eso? —murmuró sin mirarla.
Lo miró con tristeza, y se quitó el anillo, tirándoselo contra el pecho, antes de salir del jardín, e irse a su casa. ¿Cómo podía decir una cosa así? Él sabía muy bien que era virgen.
Y no hizo más que cruzar la calle, que comenzó a llorar angustiada. ¿Para qué diablos le hacía caso a sus padres? Para qué se esforzaba por ser una buena esposa ¿Cuándo él no lo era? Para qué le habían dicho que lo respetara ¿Cuándo él se acostaba con otras mujeres?
Ahora entendía porqué no estaba nunca, porque a veces ni volvía a dormir. Era un matrimonio falso, sólo eso. Y ella era la única que se estaba "apegando" al papel, incluso cumpliendo en la intimidad, cuando él estaba haciendo una vida de soltero.
Para Martin, Eliana sólo era una imagen, nada más.
...