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Héctor estacionó el auto, y se bajó primero, para luego ir hasta la puerta del lado de Ivanka, y abrirla. Ella le sonrió suavemente, y él la tomó de la mano, entrelazando sus dedos con los de ella.

Entraron a la clínica, y se sentaron en la sala de espera, hasta que la doctora llamara a la joven castaña. Ya tenían la cita programada, no debería demorarse mucho.

Ivanka desvió la mirada hacia las manos de ambos, Héctor no la había soltado, y no entendía porqué. Miró hacia la puerta, esperando que se apurara a llamarla.

—Estaba pensando, que tal vez podríamos irnos una semana, tomarnos tiempo para nosotros.

—A-Ah, em... Suena lindo, cariño, pero yo no puedo irme, estoy trabajando con Martin ¿Lo recuerdas?

—Podrías pasarle sus clases de ejercicio por mensaje, no es necesario que tú estés ahí.

—Es necesario porque necesito controlar que él haga bien los ejercicios, y además, que alguien más lo acompañe y aliente, lo harán sentir mejor, más seguro.

—Podríamos irnos el fin de semana entonces.

Ella miró hacia abajo, y asintió con la cabeza. No tenía excusas para decirle que no.

Héctor la tomó del rostro con su otra mano, y le levantó la cabeza, para poder mirarla. Y obligadamente ella lo tuvo que observar a los ojos, sonriendo levemente.

—Te quiero —le dijo antes de besarla.

Sólo un suave roce de labios, porque cuando él quiso llegar a más, ella se negó, separando sus labios, apoyando su mano sobre la mejilla de él.

—No estamos solos —susurró con los ojos cerrados.

—Lo sé, y eres mi esposa, no tiene nada de malo.

—No me gusta... Hacer esto fuera de casa —le dijo en un tono bajo.

Él la miró con pesar, y le dio un corto beso en la frente, antes de suspirar y abrazarla, y sentir el cuerpo rígido de ella, que se quedó inmóvil.

Había hablado con sus amigos, para saber si sus esposas pasaban por lo mismo, y lo cierto era que el primer año sí, pero luego ya no, ambos podían disfrutar del sexo.

Incluso ya tenían hijos, algo que ellos aún no habían podido concretar.

Él sabía que no era un hombre muy simpático, era serio, pero intentaba demostrarle que la quería, que la respetaba. Siempre le llevaba algún regalo, un detalle. Nunca llegaba con las manos vacías a su hogar luego del trabajo.

Todos los viernes salían a cenar, y los domingos iban al cine. Pero después de seis años, su relación no había cambiado mucho. Ella seguía sin mirarlo a los ojos cuando hablaban, ella apenas le hablaba en realidad.

Y muchas veces había visto cómo era con otras personas, tanto con mujeres como con hombres, y jamás se había comportado así con él.

No le hablaba con soltura, no le sonreía de forma sincera. Él no podía causarle nada a su esposa, más que incómodidad.

Había intentando muchas veces en la cama hacerla sentir bien, prepararla antes de llegar a penetrarla... Pero Ivanka siempre estaba tensa, quieta y con los ojos cerrados, o mirando hacia un costado.

Y le dolía, no sólo el orgullo, sino también como marido. No podía satisfacer a su esposa.

Escuchó que la llamaban, y se pusieron de pie, sin soltarle la mano. Le abrió la puerta, y la dejó pasar, antes de cerrarla y dirigirse ambos a los asientos frente al escritorio de la doctora.

Y cuándo la castaña sintió que le soltaba la mano, fue sólo para acomodarse en el asiento, y tomarla nuevamente, apoyando la otra sobre ellas.

Era imposible que pudiera liberarse.

***

—Eli, necesito tu ayuda.

—¿Qué pasó? ¿Ya desististe con el manatí? —le inquirió con fastidio.

—Nada de eso, Martin está haciendo un excelente trabajo, ya bajó un kilo y medio.

—Puff, es lo mismo que nada.

—Es mucho para alguien que se está esforzando tanto. Pero no estoy aquí por él, es por mí.

—¿Qué necesitas?

Buscó algo en su cartera, y luego le dio un frasquito transparente, dentro de una bolsita.

—Necesito que orines aquí.

—¿Qué? ¿Estás loca? —rio.

—No, hablo en serio. Héctor quiere que nos hagamos varios análisis, por lo que no puedo quedar embarazada... Y sólo tú sabes que es porque tomo pastillas anticonceptivas. Y si no fuera porque no pudieron sacarme sangre hoy, lo habrían descubierto. Es por eso que necesito tu orina, temo que la droga salga en los resultados.

—¿Estás segura que funciona así?

—No, pero no quiero arriesgarme —le dijo en un tono nervioso—. Por favor.

—Está bien, lo haré. ¿Pero no deberías hablar con él? Tal vez pueda entenderlo.

Ella negó con la cabeza, luciendo afligida.

—No lo hará, él quiere un bebé, quiere que le dé un hijo. Y yo no quiero, Eli, no estoy preparada para ser mamá. ¿Y si nace niña? No quisiera traer al mundo a otra mujer que pase por lo mismo que nosotras.

—Hector al menos no es gordo, Iva. No es guapo, pero no es gordo. Y sí, tiene esa cara de perro amargado, pero, no lo sé, no parece mal tipo ¿Alguna vez te obligó a estar con él?

—Y-Yo... Nunca le dije que n-no tampoco —murmuró, bajando la mirada—. Pero no importa eso ¿Puedes ayudarme?

—Sí, ya te dije que lo haré ¿Lo necesitas ahora?

—Sí, supuestamente tendría que hacerlo mañana a la mañana, pero él estará ahí conmigo, y no podré venir a buscarlo.

—Mm, de acuerdo, ahora regreso —le dijo dirigiéndose al baño.

Ivanka respiró profundo, y miró su brazo, dónde le habían intentando tomar una muestra de sangre. Estaba tan nerviosa, le temía tanto a las agujas, que Héctor le dijo a la enfermera que luego tomarían la muestra, cuando ella se sintiera bien.

...

Apuesto a tu medidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora