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Con todo el odio, la rabia y frustración que sentía en ese momento, le entregó su bebé a ese maldito infeliz, que había ido a visitarla a su casa.

Martin observó con completa adoración a su hija, y le acarició suavemente una de sus mejillas, sonriendo, antes de darle un beso en la frente.

¿Cómo era posible qué se hubiera ganado su corazón tan rápido? Había sido cuestión de mirar su hermosa carita, para sentir aquel tipo de amor puro.

—Hola, bebé —sonrió, tomando su manito, mirando sus ojos azules—. Eres muy, muy linda, bebé. Toda una princesa.

La pequeña observó confundida a ese hombre que la sostenía, y se quedó quieta, intentando mirarlo. No conocía aquella voz, como la de su mamá o abuelos.

—¿Te da mucho trabajo? ¿O es así de tranquila siempre? —sonrió mirando a la bebé.

Eliana apretó sus puños, y lo miró con rabia. ¿Qué diablos le importaba cómo era su hija? ¿Cómo se portaba? Él no era nadie en su vida, ni debía serlo.

Ni siquiera sabía cómo estaba permitiendo que tocara a su bebé.

La niña comenzó a quejarse, y no tardó en llorar luego, buscando a su mamá. Eliana se la quitó de los brazos, y al apoyarla contra su pecho, la pequeña dejó de llorar, buscando mamar.

—Tienes hambre, mi amor. Vamos a dormir ¿Sí? Mamá te dará un poquito de teta, y luego tú dormirás tranquila —le dijo en un tono suave, sonriendo.

—En ese caso, vendré luego a verla.

—Ven mejor otro día —le dijo seria.

—Ya hablé con tu padre, y él dijo que estaba bien que pasara una hora al día con la bebé. Tú la tienes todo el día contigo, una hora que yo esté presente para ella, no significa nada.

—Por supuesto que significa. Significa que yo tenga que verte, y no quiero. Y ni pienses que te la dejaré tampoco.

Martin la ignoró, y se acercó hasta ellas para darle un beso en la cabeza a la bebé.

—Vendré luego —le dijo antes de salir de la sala.

La joven castaña lo miró con rabia, y luego abrazó a Natalie a ella, dirigiéndose a su habitación. Su hija tenía sueño, y ella quería darle tranquila el pecho en la cama.

***

—Semanas después—

Había creído que luego de varios días, o semanas, a Martin se le pasaría el "furor" de estar con la bebé, pero no, él seguía regresando a su casa para ver a la niña.

Lo miró con fastidio, mientras el imbecil le hablaba a la bebé y la hacia sonreír. Porque sí, su hijita era una pequeña inocente y pura, que ignoraba todo lo que ese tipo era.

Tomó un par de bastoncitos de zanahoria, y se los llevó a la boca, mientras miraba sus redes sociales, acostada en un sofá. Así eran todos los malditos días, cada vez que él venía a pasar una hora con la niña.

Ella se quedaba ignorándolo en la sala, y él le hablaba a la bebé, le daba el biberón, o la hacía dormir. Debía disfrutar los pocos minutos al día que tenía con su hija.

Estaba por tomar un vaso de refresco, cuando al sentarse, notó que Martin la estaba viendo. ¿Desde cuándo la estaba mirando?

La joven castaña frunció el ceño, y lo miró con fastidio.

—¿Qué te pasa?

—La bebé se durmió, aún falta como veinte minutos para que termine la hora, pero quiero tenerla hasta entonces. Y me parece que podríamos hablar.

Ella le dio un sorbo a su refresco, y volvió a acostarse.

—No tenemos nada de qué hablar.

—Sí tenemos que hablar, nunca te pedí disculpas por todo lo que te hice pasar.

Eliana rodó los ojos, y le dio una mordida a un bastoncito de zanahoria, continuando leyendo una noticia.

—Te engañé muchas veces, no fuiste mi primera vez, pero... Sí sé que fui la primera vez para ti, y cuando dije aquello, sólo lo hice para lastimarte.

La joven madre desvió la mirada, e intentó seguir leyendo sin que le afectara recordar aquello.

—Y... Alquilé ese departamento porque era muy precario, y quería darte una "lección", por todo lo que me habías hecho sentir. Por la misma razón elegí ese hotel en Brasil... Hice muchas estupideces, Eli, como haber sido un animal en tu primera vez, y todas las demás.

Eliana apretó su mandíbula, intentando contener las lágrimas, al sentir tanta impotencia. Sabía que había hecho todo aquello para dañarla, y ahora que se lo confirmaba, dolía aún más.

—Y también busqué esto, que quedaras embarazada. Sólo quería arruinarte la vida, que sintieras un poco de todo lo que me habías hecho.

—¿Sabes lo qué eres, Martin? ¡Un maldito hijo de puta! —le gritó al borde de las lágrimas, poniéndose de pie—. Me arruinaste la vida ¡Yo ni quería casarme contigo! ¡Y mucho menos tener un bebé a los dieciocho años! ¡Eres una basura! ¡Una porqueria!

—Lo sé, y te pido perdón, yo estaba cegado por el dolor, por las humillaciones que tú me hiciste pasar. Por-

—¿Humillaciones que te hice pasar? ¡¿Pero de qué diablos hablas?! ¡Yo jamás te humillé al frente de nadie! Todo lo que pensaba de ti, todo lo que tenía para decirte, te lo dije a ti, a nadie más. En cambio tú, estabas coqueteando con esa mujer ¡En las puertas de tu casa con toda tu familia presente! ¡Tú si me humillaste, Martin! ¡Me humillaste una y otra vez! —le gritó rompiendo a llorar—. Me trataste de cualquiera, cuando jamás había estado con otro hombre, jamás nadie me había tocado... Y ni un beso pudiste darme. Y seguiste hablando estupideces de mí, diciendo que estaba embarazada de alguno de los tipos con los que me acostaba, cuando jamás estuve con alguien más.

Le sacó a la niña de los brazos, sin poder controlar su llanto histérico.

—Largo de mi casa ¡Vete! ¡Tú jamás te vas a merecer a mi hija! ¡No eres un buen hombre y jamás lo serás!

...

Apuesto a tu medidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora