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—A-Agua —balbuceó caminando a duras penas hasta el mar, antes de arrodillarse, y dejar que las olas la cubrieran.

¡Cuatro malditas horas caminando bajo el sol! ¿Y todo culpa de quién? ¡Del imbecil de su marido! No había querido preguntar, porque no confiaba en el aspecto de las personas de por allí, y se habían terminado perdiendo.

Si había llegado, luego de tres horas al mar, es porque habían seguido a una familia que encontraron por casualidad, que también se dirigían a la playa.

Luego de estar varios minutos en el agua, y que su cuerpo le agradeciera que lo refrescara, Eliana fue hasta la sombrilla que había puesto Martin.

No hizo más que acostarse en un toallón, que se quedó dormida. Le había dicho a Martin que estaba cansada, pero él de todos modos había insistido en ir a visitar la maldita playa.

***

Sollozó, estando acostada en la cama, sin poder moverse. Se había quemado por completo, su blanca piel estaba tan roja ahora, que parecía un maldito flamenco.

—En la farmacia me dijeron que esta crema es muy buena, pero... Qué de todos modos estaríamos varios días así.

—Es todo tu culpa —lloró—. Te dije que no quería ir, ahora no me puedo ni mover, me duele todo.

Él suspiró, y se acercó a la cama, destapando el frasco. Sí, verla llorar así le generaba algo de culpa, porque sabía que no estaba fingiendo. Él mismo estaba quemado por el sol también.

Le desprendió el brasier, y le echó bastante crema, antes de pasarla suavemente por toda la espalda de ella, por sus hombros y brazos, para luego ponerle en los glúteos, y bajar por sus muslos.

—Lo lamento, no esperaba esto.

Ella sólo se quedó en silencio, con los ojos cerrados. Hacía años no se quemaba de ese modo.

—No estaba en mis planes perdernos, y terminar caminando tantas horas bajo el sol, y que nos quemáramos. Sé que no nos llevamos bien, pero tampoco buscaba esto.

—Sí, claro.

Con mucha dificultad se giró en la cama, estando sin su brasier, y le quitó el pote de crema de las manos, para ponerse en el pecho y cuello, y esparcirla con cuidado, quejándose.

No le interesaba estar desnuda frente a él, después de todo... Desgraciadamente era su marido ahora, y tarde o temprano, tendrían que consumar su matrimonio.

—Tienes dinero, no sé... Porque nos trajiste a un lugar como este.

—¿Quién dice qué tengo dinero? —sonrió divertido—. Que mi familia tenga dinero, no quiere decir que yo también. Sé que tú esperas a alguien con una posición económica como la de Héctor, pero estoy muy lejos de estarlo.

Ella abrió los ojos y lo miró aturdida.

—¿Qué? ¿Cómo que muy lejos? ¿Qué tan lejos?

—No lo sé ¿Uno de sus empleados?

—Oh Dios, no, no, no... Esto no me puede estar pasando a mí.

—¿Puedes dejar de ser tan dramática? —le dijo rodando los ojos.

—¿Es una broma? ¡Mis padres creyeron que tú eras la mejor opción por tu dinero! ¡Y resulta que no tienes nada!

—Una casa, y las cuatro comidas diarias, no te van a hacer falta. Me parece que eso es más que suficiente.

Lo miró a los ojos, llorando. No sólo por las quemaduras en su piel, sino por todo.

—Cuando te des cuenta de todo lo que estás haciendo, será muy tarde.

***

Eliana se había enterado que Martin sólo había pagado un día y medio de hospedaje, cuando en la mañana la levantó diciéndole que guardara sus cosas, que al medio día debían viajar hacia al aeropuerto.

¿Ese era su maldito plan de luna de miel? ¡No podía detestarlo más! Tardarían lo mismo en llegar y volver, que el tiempo que se habían quedado allí.

Sin contar con el hecho, de que ni siquiera habían podido recorrer las playas, o los centros turísticos. Aquella pseudo luna de miel, era un asco.

Estaba segura que ninguna de las mujeres de su comunidad la habían tratado de ese modo. Y hasta había llegado a pensar, que hubiese preferido que la casaran con el hijo del panadero.

Seguramente tendría menos dinero que Martin, que hubieran vivido en el fondo de la casa del panadero, que no tendrían un espacio propio, para ellos solos, pero el muchacho se hubiera esforzado por hacerla sentir bien.

Quizás él podía haber elegido un destino más cercano para ir de luna de miel, incluso dentro de su propio país, pero de seguro, cualquier lugar se vería mejor que el hotel de mala muerte dónde ellos habían estado.

Era obvio que Martin había hecho todo eso para hacerla pasar fatal.

—¿Se les ofrece algo?

—No, gracias —le dijo la castaña a la azafata, antes de girarse en el asiento, jadeando bajo, para poder acostarse a dormir.

—No has comido nada desde ayer ¿No quieres nada? ¿Frutas aunque sea? —le preguntó Martin.

—No, y mira el lado positivo, si me muero, podrás elegir a la mujer que tú quieras para casarte.

***

—¿En dónde queda la casa? —le inquirió estando ya en el taxi, de camino a su nuevo hogar.

—No es una casa, es un departamento.

—¿Un departamento? Pero creí que comprarías una casa.

—¿Comprar? Dios, Eliana ¿Tú te crees que voy al banco y me regalan el dinero? ¿Qué pongo la tarjeta en el cajero y me dan la cifra que quiera? Pues no, la vida real no funciona así. Uno debe-

—¡Seis años te dieron mis padres para que te prepararas para este momento! —le gritó completamente exasperada—. ¿Qué diablo hiciste todo este tiempo además de comer? ¡Nada! ¡No pensaste nunca en nuestro futuro!

La tomó del antebrazo, y lo apretó con fuerza, haciéndola jadear.

—Cuando lleguemos a nuestra casa, vamos a hablar seriamente —siseó entre dientes—. Parece que se te olvida quién soy ahora, y cuál es tu lugar. Sin contar, con que no estamos solos.

...

Apuesto a tu medidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora