Los sábados Liam solo laboraba de ocho a tres de la tarde, por lo que su jornada de este día ya había concluido. Sacó el ramo de rosas que Zayn le regaló ayer del florero. Por todo el drama no había visto tarjeta que tenía, la tomó y la leyó...
Déjame volver a ser tu hombre para poder amarte. Y si me dejes volver a ser tu hombre, entonces podré cuidar de ti por el resto de mi vida, por el resto de tu vida, por el resto de nuestras vidas.
Zayn xx.
No sabía con exactitud qué era lo que sintió al leer eso. Había una fuerte opresión en su pecho y las llamadas mariposas en su estómago. No quiso darle más vueltas. Guardó la tarjeta en su billetera y salió con el ramo a la sala de espera cerrando el consultorio detrás suyo.
—Hemos terminado otra fructífera semana, Diana —dijo a su secretaria.Asintió y se puso de pie.
—Así es, doctor. No podía ser distinto con tan buen psicólogo.Sonrió.
—Gracias —sacó el dinero que llevaba apartado en su bolsillo y se lo entregó a la chica—. Aquí tienes. Te espero aquí el lunes como siempre.—Sí, señor —hizo un saludo al estilo militar y le entregó la llave de la registradora—. Que tenga un lindo día.
—Igualmente. Adiós.
—Adiós —respondió antes de irse.
Liam sacó el dinero de la registradora antes de salir también del local. Cerró con llave las puertas y fue hasta donde su automóvil se encontraba aparcado.
Los sábados normalmente eran el día destinado a ver alguna que otra película o cenar en su casa con su pareja, por lo que siempre se iba directamente a su casa para tomar una ducha y preparar las cosas.
Apenas encendió el vehículo, un nuevo mensaje llegó haciendo vibrar su celular.
Hoy no hay mucha
clientela, supongo
que cerraré más
temprano, bebé.
Llegaré a las 5:30
p.m. Te amo.
3:20 p.m.Te espero con
ansias, cariño.
3:20 p.m.Guardó su móvil nuevamente en el bolsillo de su pantalón y avanzó.
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5:45 p.m.
Zayn ya había terminado de hacer sus compras e iba de vuelta a casa en el auto. Llevaba alrededor de diez bolsas con distintas prendas de ropa; sudaderas, bóxers, calcetines, camisas de manga corta, larga y sin mangas, pans, pantalones rasgados y sin rasgar y algunos pares de tenis y botas.
Ya no era algo tan punk o rebelde, pero seguía manteniendo el estilo con el que se sentía cómodo. Cambió sus modales y algunos pensamientos, pero no su identidad.
Iba cantando alegremente cuando vio un automóvil aparcado a un costado de la carretera con el cofre abierto. Se detuvo a ayudar.
—¿Qué ocurre? —preguntó bajando de su coche.—No lo sé —respondió la hermosa chica rubia—. Solo se detuvo y la verdad yo no entiendo de esto.
—¿Me permite ayudarle?
—Por supuesto que sí —dijo entregándole las llaves.