Capítulo 14 - Te quiero

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Eduardo le confesó a su psicólogo que encontró cuatro personas a las que decirle te quiero, cuyas eran Josefina, su hermano, su Madre y su Padre, faltándole un dedo de su mano por llenar con un nombre, sentía que no había logrado cumplir con el ejercicio, pero Rodolfo le dijo que estaba bien, que la mano y los dedos eran solo una excusa para que Eduardo le dijera a las personas que los quería, y se diera cuenta que existen personas que también lo quieren, por lo que el ejercicio funcionó a la perfección.

Al pelinegro le quedó molestando un poco el hecho de que no había logrado encontrar a esa quinta persona, se mirada el dedo pequeño de su mano derecha mientras almorzaba a solas en el comedor de la Universidad, Josefina tenía que asistir al dentista.

La bandeja de Edu tenía una naranja, algo de puré de patatas y un trozo pequeño de pollo cocido, el que el pelinegro desmenuzaba de forma lenta y despreocupada, sin ganas de comer, tomó el tenedor para meter algo en su boca hasta que fue interrumpido.

—¿Puedo sentarme acá? —Omar miró a todos lados tratando de buscar otra silla —Es el único lugar disponible, lo siento.

—No hay problema —dijo Eduardo sin levantar la vista, Omar se sentó frente al chico, comenzó a abrir la botella de su jugo de melón en el momento que aprovechaba mirar a Eduardo sin ser descubierto.

—¿Cómo sigues de la rodilla? ¿Te quedará cicatriz? —Omar sonrió de forma pequeña, tratando de hacer conversación, Eduardo levantó su mirada y negó en silencio.

—No, mi Madre me ha dado una crema y no me quedará cicatriz.

—Cool, una vez de pequeño me caí en bicicleta y aún tengo esa cicatriz en mi rodilla, nunca usé nada para tratar de borrarla —en realidad el Padre de Omar ni siquiera se había preocupado de la caída del chico esa vez, por lo que Omar cada vez que mira esa cicatriz, su mente le hace recordar que está solo en el mundo y nadie se preocupa por él.

—Mala suerte —dijo Eduardo, volviendo a mirar la bandeja de su almuerzo, analizando si continuar intentando comer aún sin tener apetito sea algo bueno o no para él. Omar quiso seguir intentando hacer conversación, pero no puedo, entendió que él no le agradaba a Eduardo, y lo aceptaba.

Justo antes de que la última clase terminara, el profesor comenzó a entregar las calificaciones del último examen, uno en el que Eduardo había estudiado mucho. El pelinegro tomó su hoja al salir del salón, caminó por el pasillo mientras miraba los números rojos que le indicaban que había reprobado.

—Pero... —Eduardo miró hacia atrás, regresó al salón cuando ya no había nadie a excepción de su profesor, el que guardaba las cosas en su bolso y se disponía a irse —Profesor, ¿Podría decirme en qué me he equivocado? Estudié lo suficiente para saber que al menos sacaría un seis.

—Quizás debas esforzarte un poco más, Eduardo.

—Pero...

—Puedes revisar a fondo tu examen en la intranet, ahora debo irme —Eduardo mordió su labio inferior mientras veía como su profesor se alejaba, el chico guardó el examen en su bolso, caminó lentamente hasta su camioneta, se puso el cinturón de seguridad y soltó una lágrima al sentirse inútil, su única responsabilidad era estudiar y había fallado.

Al llegar a casa no encontró a nadie, llenó un vaso de agua y se tendió en su cama, tomó una de sus pastillas cuando la alarma se lo indicó, leyó el frasco y sintió que la medicina no estaba haciendo efecto, llevaba semanas tomándola y aún no había cambios, seguía triste, enojado, incómodo, días completos con sentimientos que aparecían de la nada.

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