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F O U R T Y O N E !

『sharing beds like little kids 』

Supe que estaba soñando cuando quise dar un paso adelante y hablar con la pequeña frente a mí y no pude mover un musculo

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Supe que estaba soñando cuando quise dar un paso adelante y hablar con la pequeña frente a mí y no pude mover un musculo. También intenté gritar, mover la mano para alcanzarla y tocarla, pero estaba paralizada; después de un rato descubrir que solo podía mover mis ojos. Nada más, nada menos.

La escena era familiarmente aterradora. Conocía el lugar, conocía el tiempo y conocía a la protagonista de la escena. Era yo. Era una yo de hace muchos años, una yo que estaba muerta en mi memoria.

Tenía un vestido azul, del tono del cielo, con estrellas blancas esparcida por toda la fina tela satinada. Llevaba el cabello recogido en una coleta alta con rizos en ella y el flequillo recto despeinado, como ahora recordaba que siempre solía tener.

El lugar también lo conocía. Era la casa de los Seavey, una versión vieja de ella. Lo adivine en cuanto vi el color de las paredes, que según recordaba lo habían cambiado de gris a blanco después del fallecimiento de la madre de Daniel. Eso debió haber sido antes.

Estaba sentada en una escalera, específicamente la escalera que daba al sótano húmedo y asqueroso, donde las personas que trabajaban en la casa se ponían y quitaban el uniforme, donde mi madre hacia y donde yo lo haría después.

El carro que llevaba entre mis manos era rojo, de plástico, deportivo y tenía un número siete en el costado derecho. Completamente recordaba aquel juguete, siempre me había gustado mucho, aún más que la muñeca bratz pelirroja que me habían regalado en navidad.

La pequeña Maya, que no debía de tener más de siete años de edad, hacía el auto rodar por el suelo y dar saltos mortales como giros de 360 grados en el aire mientras hacia onomatopeyas de autos derrapando, acelerando y chocando con una mueca graciosa.

Parecía demasiado concentrada en su juego imaginario de fórmula uno para darse cuenta de la nueva persona que parecía en la escena. Pero yo si me di cuenta, y me dejó sin palabras.

Sentí que se me salía el corazón por la boca y que la cabeza me daba vueltas. Quise soltar un chillido, pero me fue imposible. Tal vez reaccioné mal, dramáticamente exagerada, pero no era en vano; era por que no recordaba haber estado con Daniel de niños. No lo recordaba tan pequeño ni tan curioso. Ni siquiera me recordaba a mí misma. Tampoco recordaba la escena, que ahora parecía sentirse como si yo estuviese viendo una película en el cine amarrada a una silla de tortura, con todo y el tono sepia de un filme antiguo.

Daniel, quien debía tener alrededor de unos once años (considerando que estaba casi segura de que yo tenía siete en la memoria y él era solo tres años mayor que yo), vestía con un pantalón de pana café oscuro, casi chocolate, y una camisa azul cielo remangada a la altura del codo. Usaba unos converse blancos un tanto sucio y su melena pulcramente peinada de lado con una gruesa capa de gel para el cabello. Se veía adorable, aún más ahora que tal vez tenía sentimientos por él. Y aun mejor, se veía feliz, por lo cual, al igual que las paredes de la casa, solo podía hacerme creer que su madre aún vivía.

𝐛𝐚𝐝 | 𝐝𝐚𝐧𝐢𝐞𝐥 𝐬𝐞𝐚𝐯𝐞𝐲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora