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VEINTIDOS

Todo el sábado, nos lo pasamos sin hacer mucho. Anulo cualquier pensamiento sobre el embarazo, mi hermano, la universidad o Emerst e intento concentrarme en Killian. Me ha dado otra paliza en la Play y aunque hago mi mejor esfuerzo, no logro ganarle.

—No te enojes, nena— Killian se burla de mí mientras me ve saltar de la cama, frustrada porque mi personaje ha muerto por quinta vez en lo que va de la tarde.

Flawless victory, dice la pantalla.

—¡Eres un tramposo!

—Tú eres malísima jugando— sigue y se ríe cuando ve mi expresión ceñuda—. ¡Oh, vamos! No puedes enojarte por un juego...— dice, también levantándose de la cama. Yo sigo en camiseta y bragas y pienso quedarme así, al menos por algunas horas más y Killian sigue con un pantalón de chándal y su torso desnudo.

De nuevo, noto cada uno de sus tatuajes, detallando las flores en su brazo y la imagen de una niña que se asoma por su espalda.

—Claro que puedo enojarme— digo, aunque realmente no estoy enfadada—. Estoy en todo mi derecho a enojarme.

—Es solo un juego— repite.

—¡Cinco veces, Killian!— le digo. Él parece aguantar la risa—. ¡Me mataste cinco veces! Eso es homicidio culposo.

—¿Me perdonas? — Killian se acerca con los brazos abiertos y mi primer instinto es agarrar una de las almohadas y arrojársela—. ¡Oye, pero cuánta agresividad! — él esquiva mis intentos por golpearlo, hasta que está frente a mí y me arranca la almohada de las manos—. ¿Te cambiaste al modo arpía?

—Me mataste cinco veces— insisto—. Tú eres la arpía.

Killian se ríe, me empuja sobre el colchón, tirando la almohada a cualquier lado y me mira, luego de poner sus codos a cada lado de mi cabeza, para no aplastarme con su peso.

—¿Me llamaste arpía?

—Tú lo hiciste primero — me defiendo.

Killian se ríe y me da un beso.

—Tienes razón, lo siento—se deja caer a mi lado en la cama—. ¿Quieres intentar ganarme? Te daré otra oportunidad e incluso te ayudaré —me mira antes de inclinarse, tomar mi mentón con sus dedos firmes y besarme de forma dulce—. Anda, Isla, no seas gruñona.

Yo todavía estoy sorprendida, porque toda esta rutina romántica no me es familiar, para nada y que él esté intentando no ser un témpano de hielo, o dejar que haga algunos movimientos, es bonito. Así que tardo unos segundos en sentarme con las piernas cruzadas para intentar ganarle de nuevo.

—No vas a dejar que gane, ¿Verdad?— digo, resignada—, y yo no voy a soportar perder de nuevo.

Deja los mandos en el suelo, con una expresión divertida con la que me mira por unos cuantos segundos antes de hablar.

Fuera del set #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora