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Suena una melodía muy conocida, demasiado. Es de esas melodías clásicas que uno conoce y reconoce de toda la vida, como si ya las tuviéramos incorporadas. Estoy segura de que la escuché en algún momento.

Tengo la piel ligeramente erizada, los sentidos abrumados y la respiración un tanto errática y todo es demasiado abrumador, sin llegar a ser agobiante. Extrañamente, la melodía, la oscuridad y todo lo desconocido logran mantenerme serena. Que Killian me toque me excita. Todo es demasiado, lo suficiente como para que no pueda pensar en algo en especifico, pero pueda sentir todo. El olor a tabaco y alcohol también llenan el ambiente y me tranquiliza un poco más. Me gusta el olor a tabaco.

Tengo el cuerpo relajado, pero mis manos están cerradas en puños, justo a la altura de mi ombligo. Mis brazos están impedidos de separarse a causa de las esposas, pero ni siquiera lo intento. Lo cierto es que puedo sentir que son muñequeras de cuero, porque no se sienten frías ni tintineantes como las de metal que usamo en Fetish.

Killan pasa la yema de sus dedos por entre mis pechos y me arqueo. No puedo evitarlo. No voy a contenerme. Si vamos a hacer esto, vamos a hacerlo bien. Ni siquiera me reconozco, pero logro escucharme a mí misma soltar un gemido bajo, desde el fondo de mi garganta cuando pellizca mi pezón derecho por encima del delgado encaje del sostén. Me muerdo el interior de la mejilla y me aguanto cualquier sonido que pueda salir de mi boca, hasta que sus dedos descienden, ejerciendo más y menos presión a la altura de mis costillas y mi abdomen.

Recuerdo a Killian explicarme perfectamente que tenemos más de doscientos puntos erógenos, pero podrían preguntarme y no recordaría ninguno, aunque él al parecer sí, porque cada punto donde hace un poco más de presión, dispara una corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Sus dedos siguen bajando, casi de manera desinteresada, hasta detenerse sobre mis bragas. Las saca haciéndome mover las piernas por la acción, sin muchos miramientos y sus dedos presionan sin mucha fuerza mi monte de venus, haciendo movimientos circulares, lentos. Me esfuerzo para no separar mis piernas y arquearme en su dirección.

Me toca. Todo es demasiado lento, pero a la vez, repercute inmediatamente en mi cuerpo. Sus dedos tamborilean en mi piel y luego se detiene por unos cuantos segundos. Supongo que está hablando, pero no tengo tiempo de pensar en eso cuando sus dedos vuelven a presionar mi cuerpo, descendiendo lentamente para colarse entre mis piernas. Su otra mano toca mi rodilla y separo mis tobillos, exponiéndome aún más a la negrura que me rodea. La música va en crescendo y como si mi cerebro pudiera finalmente pensar en algo coherente, recuerdo.

Mozart. Puso a Mozart.

Pellizca mi piel y me sobresalto un poco. Me recompongo, acomodo mi espalda un poco, sobre la tabla debajo de mí y vuelvo a desconectarme... o conectarme, no lo sé. Pierdo cualquier capacidad de razonamiento y solo siento. En ningún momento me toca alguna parte sexual de mi cuerpo y eso es lo que más me abruma. ¿Por qué estoy tan caliente? Jamás me toca el clítoris, o lo pechos o algo, pero mi cuerpo está caliente y estoy húmeda. Siento los labios secos y los humedezco un poco con mi lengua, justo cuando decide tocarme. Me contraigo en el vacío, esperando que me dé más, sin embargo, vuelve a detenerse.

La espera es una tortura agridulce.

La melodía está por llegar al clímax y creo que yo también, cuando Killian me toca entre las piernas. Las terminaciones nerviosas se me disparan y siento las uñas de mis manos clavarse en mis palmas, por la fuerza con la que tengo cerrados los puños. Mi espalda se arquea. Busco casi desde el inconsciente esa fricción y liberarme, pero no me lo da, se detiene. Mi cuerpo ya está un tanto tembloroso y me abruma que lograra eso con tan pocos toques. Ni siquiera me penetró.

Una de sus manos presiona la parte baja de mi abdomen, sin mucha fuerza y aunque todo parece suave y lento, suelto un gemido cuando sus dedos vuelven a colarse entre mis piernas y me tocan. Creo que voy a correrme.

Fuera del set #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora