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     Durante una mañana tranquila, NamJoon y JungKook se encontraban sentados en el parque trasero de la universidad. No estaban aprovechando su recreo, pero ninguno de los dos tenía ganas de hacer alguna especie de actividad física luego de las cansadas y aburridas clases.

     —¿Has escuchado las noticias, JungKook? —preguntó el mayor.

     —No, hyung —respondió el castaño sin mirar a su mayor—. ¿Qué han dicho hoy? —cuestionó con falso interés.

     —Se están muriendo los de tu especie, preocúpate algo más —regañó el beta al ver la sincera despreocupación de parte de su amigo.

     JungKook suspiró y dejó de armar una casita de mondadientes, que era casi tan magnífica y fuerte como la casa de paja de uno de los tres cerditos.

     El menor no creía ganar nada más que una migraña preocupándose por la alarmante situación de alfas y omegas, aunque debería al menos mantenerse enterado. Si se detenía a buscar culpables —lo cual no tenía ningún punto tampoco—, el presidente y sus ministros eran los principales, pues presionar a jóvenes a procrear como si de animales se tratasen, no iba a traer ningún beneficio desde el principio. Eso, y que, si antes las parejas destinadas eran casi un mito y las relaciones eran muy problemáticas si se llegaban a dar, con aquel edicto, muchos alfas y omegas se habían visto obligados a renunciar a sus parejas destinadas por no encajar en el perfil requerido para unirse —ser mayor de edad, tener una profesión o estar culminando una, etcétera—. Había muchos casos donde uno era mucho mayor que el otro, uno era desempleado mientras que el otro un profesional de renombre, o, en el peor de los casos, tener un parentesco adoptivo que termine por arruinar la relación por la complejidad que conlleva.

     —No puedo hacer mucho, hyung. Obviamente están muriendo porque los están separando de sus parejas, pero el gobierno no va a sentarse a esperar a que éstos se conozcan en los pasillos de sus escuelas cuando se les caigan los libros o se derramen café encima y comiencen su historia de amor. El presidente es beta, no sabe nada.

     El silencio de NamJoon lo llevó a la conclusión de que su idea era acertada y no tenía nada que objetar de ella, pero no era así. 

     —¿Y si no fuera por eso? —discordó el mayor.

     El alfa lo miró, confundido por la insinuación de su amigo. 

     —¿Qué dice, NamJoon hyung? 

     —Ve el reporte y saca tus conclusiones —dijo el beta con simpleza, restándole toda la importancia al asunto.

     JungKook asintió sin ganas de seguir la conversación por aquel camino. Soltó un suspiro más fuerte que el anterior y, sin preverlo, toda su casita se vino abajo. NamJoon comenzó a reír a carcajadas.

     —Ya, hyung. No nací para ser arquitecto. —El castaño sonrió de igual forma, viendo con tristeza su casa destruida—. Por cierto, ¿en dónde está JiMinnie? —preguntó al notar su ausencia.

     —Se fue hace media hora. ¿Necesito decirte con quién? Él vino, pero creo que te perdiste mucho en tu intento de casa de mondadientes.

     JungKook se encogió de hombros, como con desinterés. No miró a su hyung, no podía. Sabía perfectamente de quién estaban hablando, pero prefería evadir el tema. Se sentía extraño desde hacía un tiempo porque cada vez le tenía más apatía a TaeHyung y no se explicaba el porqué. Es que, en serio, no sabía cómo expresar lo que sentía. No había dudas de que lo odiaba con todo su ser, pero había algo más, como su falta de ganas por discutir o de molestarlo. Ya no encontraba gracia al pasar por su lado y lanzarle una mirada envenenada. Aparte de que no quería hacerlo, si lo llegara a hacer, el muy idiota no se daría cuenta por andar como idiota idiotizado por el otro idiota de BoGum.

     —La llama del fuego de nuestro apasionado odio está muriendo. Ya no tiene caso, ¿sabe? —El alfa hizo un puchero.

     NamJoon no pudo evitar la carcajada que se le escapó, seguida de otra, y otra más. Se ganó una mirada de perro mojado de JungKook, pero, lejos de sentir compasión por él, rio más fuerte. 

     —¿Y ahora qué? ¿Quieres ser su amigo? —preguntó con sarcasmo el mayor.

     —No me entiende, hyung. Lo odio, pero ya no hay ganas de fastidiarlo, ni de sumergir su cabeza en un inodoro, ni de planchar sus cabellos hasta quemarlos, ni de amarrar sus agujetas para que se caiga, ni de...

     —Ya, ya. Ya entendí.

     —Ahora es un odio aburrido —prosiguió el castaño—. Cada vez que está cerca, siempre está con BoGum, y con él ahí no me dan ganas de fastidiarlo. Es una cosa extraña. Solo quiero hacerlo inexistente para mí y quitarlo de mi vista. No es divertido si no puedo acercarme a molestarlo, porque sería muy vergonzoso perder una guerra verbal con BoGum de espectador. Es de mi clase, tengo algo de dignidad.

     NamJoon sonrió y negó divertido. Lo que le iba a decir, JungKook lo iba a negar hasta con su vida, pero el beta creía y afirmaba que era cierto, de alguna manera.

     —Estás celoso de BoGum.

     —¡¿Qué?! Oh, hyung, no diga estupideces. Van a llover plumas cuando yo me enamore de ese bicho. ¡Y menos voy a estar celoso de ese tipejo! Es decir, no tengo nada en contra de BoGum, retiro el «tipejo». ¿Por qué voy a odiarlo? No ha hecho más que arreglar mi vida. Le debo tanto —aduló JungKook al ausente alfa.

     —Sí, sí. —NamJoon rodó los ojos—. ¿Por qué mejor no le pones un altar? —Cuando vio que al castaño le brillaron los ojos, lo golpeó ligeramente en la cabeza—. No seas tonto. Ve a clases, te acompaño.

     Finalizado ese tema también, los dos se encaminaron de vuelta al edificio y fueron al salón donde JungKook tenía clases. En cuanto NamJoon se fue y el castaño ingresó a su aula, BoGum pasó por su costado, en compañía de cierto omega que conocía bien. La mala suerte debía estar de su lado esa mañana. Aunque, de hecho, hasta tenía hecha una casa al lado de JungKook: siempre lo acompañaba en su día a día, eran inseparables. 

     Obra de su fiel amiga —la mala suerte, por supuesto—, alcanzó a escuchar parte de la conversación que mantenían BoGum y TaeHyung. Quizás no era solo su mala suerte, muy probable era que el hecho de que se haya quedado de pie junto a la puerta tuviese algo que ver.

     —Te veo después, TaeHyungie. 

     BoGum revolvió los cabellos del azabache y se despidió con una cálida sonrisa del omega, cosa que JungKook pudo observar no gracias a que los veía por el rabillo de su ojo, claro que no.

     JungKook hizo una mueca de asco, haciendo el intento de no hacer muy notorio su disgusto. De todos los lugares donde podían encerrarse en su burbujita de amor, ¿por qué tenía que ser en la puerta de su aula?

     NamJoon, en la distancia, miraba con una sonrisa el ceño fruncido de JungKook. Ver aquello de seguro le hacía perder los estribos, pero no podía asegurar que fuese por celos, ya que su querido y castaño amigo era un experto en negarlo, tanto que parecía real. En silencio, el mayor se fue de ahí.

     —Apestas.

     Una voz profunda sacó a JungKook de sus pensamientos para nada malos de ese mismo azabache que acababa de decirle que... ¿apestaba?

     Sí. TaeHyung percibía el fétido olor que el alfa desprendía debido a alguna mala emoción, aunque no podía asegurar cuál. Como él era alguien muy sincero, se lo hizo saber sin más, aunque no esperó la sumisa reacción del castaño: Lo único que hizo JungKook fue contemplar a TaeHyung y su vista viajó desde sus cabellos hasta la suela de sus zapatos. Solo una mirada despectiva y el alfa tomó asiento en una carpeta junto a BoGum, dejando al omega en la entrada.

     —Al fin aprendió a mantener la boca cerrada —susurró TaeHyung, mientras una media sonrisa se asomaba por sus comisuras.

Roze Blume 🌹

‹edited›

Extinción ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora