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     Los días siguientes fueron, lejos de ser pacíficos, muy incómodos. TaeHyung ya no podía siquiera mirar a JungKook a los ojos. Siendo sincero, ni siquiera lo había intentado porque sabía que no iba a poder. Tal vez intentó evitarlo por dos días, pero ni en eso tuvo éxito. 

     El fin de semana se había confabulado contra él para atormentarlo. Se la pasó encerrado en su apartamento, intentando no enloquecer con lo mucho que tenía por estudiar, obviando que su mente estaba lo suficientemente ocupada en algo muy ajeno a los estudios. Bien le había dicho su madre cuando estaba en la secundaria: no eran recomendables los amoríos mientras tuviera que enfocarse en libros. 

     Por suerte —y con esfuerzo—, logró mentalizarse bien y estudiar lo suficiente para no desaprobar los exámenes. Había sido toda una hazaña y se merecía un buen almuerzo en paz, totalmente solo, ya que SeokJin y HoSeok habían salido mucho antes que él.

     Jeon, por su parte, no tenía pensado dejar escapar aquella oportunidad.

     Cierto era que hacía antes de su matrimonio había creído asimilados todos sus sentimientos por el azabache, pero después de su corta charla y ver aquella mirada en TaeHyung... en ese instante supo que sentía tanto por aquel chico, que ni siquiera cabía en él. Todos sus errores le pesaban y mucho, pero nunca se había detenido a analizar cuánto más le pesaba que el odio que TaeHyung decía tenerle fuese tan verídico como lo hacía notar. Nunca fue consciente de esa carga, pero reparó en ella cuando el omega le hizo saber que no lo odiaba del todo, que solo era un resentimiento acaparando el cariño que le tenía. No lo dijo literalmente, pero sus ojos no mintieron esa tarde; esa tarde se dio cuenta que, muy dentro suyo, todavía se encontraba un pequeño TaeHyung esperando alguna respuesta a todo lo que hacía por él.

     «Fue demasiado por años»

     Lo sabía. No tenía excusas. Fue innecesariamente demasiado lejos. Pero todavía podía recuperarlo, ¿no era así? Esperaría lo que fuera, y esta vez no iba a rendirse como hacía un tiempo atrás, no lo haría porque sabía que no estaba luchando una batalla perdida, que aún había esperanza.

     Vio a TaeHyung pedir su almuerzo en el cafetín, por lo que no dudó en darle alcance. JungKook no era tonto, sabía a la perfección que el menor lo había estado evitando, y también tenía claro que quería tiempo, pero no iba a forzarlo a comportarse como pareja, solo quería entablar una relación amical y tranquila.

     —TaeHyung, hola.

     El azabache se giró levemente para fijarse en quién le hablaba y, sinceramente, no era sorpresa ver a JungKook de pie a su lado. Sin embargo, pese a no ser aquello una novedad, su nerviosismo sin causa sí lo fue. Tal vez no era tan irrazonable, pues estábamos hablando de Jeon JungKook, pero el no querer salir corriendo como las anteriores veces le hizo exigirse a sí mismo un porqué.

     —JungKook, qué casualidad.

     El castaño rio por lo bajo. Fue una risa sin sarcasmos ni con intención de burla, fue una risa libre y genuina.

     —No fue casualidad. Te vi por aquí y me atreví a hablarte. ¿Esperas a alguien? ¿Prefieres que me vaya...?

     La última pregunta fue hecha con algo de miedo, eso TaeHyung lo supo y llegó a enternecerlo un poco. Tíldenlo de tonto, pero no podía hacer nada más en contra de sus sentimientos aparte de ignorarlos, y es sabido que tarde o temprano salen a la luz sin consultar, sin razones coherentes y con una pizca de masoquismo. TaeHyung nunca había sentido tan real aquella frase que siempre le pareció boba: «El corazón quiere lo que quiere.»

     —No, está bien. ¿Vas a pedir también? —El castaño negó—. Vale. 

     Eso había sido incómodo. ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Invitarlo a sentarse con él mientras lo veía comer? Sería muy vergonzoso.

Extinción ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora