Capítulo 5

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La radio sonaba casi imperceptible en el auto mientras Hiroshi sostenía el volante solo con una mano

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La radio sonaba casi imperceptible en el auto mientras Hiroshi sostenía el volante solo con una mano. Le había dado más de una vuelta a la manzana lentamente, pero no podía perder de vista a esa chica, sobre todo porque ese día andaba sola por primera vez desde que la estaba vigilando. Tenía que aprovechar la oportunidad.

Había averiguado sus datos personales durante su estancia en el hospital. No había sido nada difícil luego de soltar algo de dinero, así que ya sabía dónde vivía y a qué universidad asistía.

No le había sorprendido el hecho de que su casa quedara solo a unas cuadras de la tienda de los Miyasawa, era predecible. Lo que no le había resultado predecible en lo absoluto era la valentía de esa chica: había vuelto a su vida normal como si nada hubiese ocurrido y se había atrevido, además, a andar totalmente sola. Casi le resultaba admirable —o tremendamente estúpido—.

«Astrid Greene —pensó mientras esperaba el momento adecuado para abordarla—, eres mucho más interesante de lo que creía».

El tema del incidente había permanecido sin novedades durante varios días, casi como si lo hubieran olvidado. Pero sabía que la policía no se rendiría tan fácilmente, al menos no sin dar un poco de pelea. Se había mantenido alejado de ella en el hospital, pues no era necesario ser demasiado inteligente como para saber que habría algunos oficiales infiltrados en caso de que alguien —como él— decidiera ir a terminar el trabajo.

Por ese mismo motivo, también había mantenido la distancia los días siguientes al regreso de la chica a su casa. Había permitido que la situación se enfriara.

Ella no había dicho nada relevante, de lo contrario ya la policía hubiera tocado a su puerta. Pero necesitaba hacer una última cosa antes de quedarse tranquilo y dejarla en paz: tenía que hablarle.

El tema de la conversación no era relevante en lo absoluto, así que no tenía nada planeado aún. No obstante, ella era la única que lo había visto de cerca ese día, y tenía que asegurarse de que no fuera capaz de reconocerlo si lo volvía a ver. Necesitaba tener la certeza de que esa chica estaba totalmente descartada de su lista de problemas. Odiaba los problemas, quizás por eso terminaba pronto con ellos.

Aunque Astrid era un problema diferente: debía reconocer que era el problema más ardiente que había tenido alguna vez. Aquel día en la tienda había visto que era muy atractiva, algo que ni siquiera sus lágrimas de terror habían podido opacar. Sus ojos color miel llenos de pestañas eran hermosos, a pesar de que lo habían observado horrorizados.

También le gustaba su cabello castaño claro y liso, que llevaba en un corte recto, ligeramente por debajo de sus hombros y con un pequeño flequillo. Y le fascinaban sus labios, que no eran muy gruesos, pero sí formados y seductores.

Pero no era solo eso, en esos días que había estado detallándola desde las sombras había notado las curvas tan sensuales que dotaban su figura. Tenía unas piernas hermosas y bastante largas para su tamaño. No era una chica bajita, pero tampoco tan esbelta, y su trasero era sin dudas apetecible. Si las circunstancias fueran otras se la follaría sin pensarlo dos veces. Incluso se lo pensaría si ella no lograba reconocerlo, algo que, en caso de que ocurriera, sería una verdadera lástima.

«Diablos, Hiroshi, cada día te vuelves más cabrón», admitió, mentalmente.

Tirársela luego de haberle dado un balazo, más que estúpido, rozaría lo ridículo y risible. Pero sí que era tentador, sobre todo al verla como lucía en ese momento, con un ligero vestido de pequeñas flores amarillas que parecía danzar con el viento.

Estar entre sus bragas le sería algo sencillo, su físico y su personalidad siempre lo habían llevado a obtener todo lo que quería. Aunque sabía que debía ser cuidadoso debido a la posición que ocupaba dentro de su familia.

Pero si tuviera a esa chica le daría tanto placer que compensaría el dolor del disparo...

«Ya basta, imbécil», se dijo. Si seguía por ese camino terminaría con la cabeza nublada con ideas no aptas para menores, así que decidió enfriarse y salir del auto.

Ese era el momento.

Comenzó a caminar despacio hacia ella para no levantar ningún tipo de sospecha. Iba algo distraída, pero no parecía estar pasando un buen rato cargando con su bolsa y dos pesados libros en sus delicadas manos.

Se le acercó lo suficiente como para que lo escuchara hablar y, con la seguridad que lo caracterizaba, preguntó:

—¿Necesitas ayuda?

La chica se sobresaltó al escuchar su voz y se volteó con rapidez. Sus grandes ojos reflejaban su miedo. Era evidente que aún no había superado el trauma.

No obstante, él se limitó a sonreírle sacando a relucir los encantos masculinos que sabía que tenía, y su sonrisa se traducía literalmente a: «Hola, Astrid Greene, ¿sabes acaso quién soy?».

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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a AndreaVillarroel6
❤️

El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora