Capítulo 58

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—Hiroshi, esto es una locura —dijo Astrid aterrada mientras lo seguía hasta el auto—, ya ha sido suficiente de toda esta venganza interminable

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—Hiroshi, esto es una locura —dijo Astrid aterrada mientras lo seguía hasta el auto—, ya ha sido suficiente de toda esta venganza interminable. Tú no puedes ir solo a enfrentarte a toda esa gente, ¡eso no terminará bien!

—Súbete al auto, Astrid —le ordenó el chico.

—Por favor... —suplicó ella tratando de detenerlo—. Piensa en tu hermana, esto no es lo que ella hubiera querido, y piensa un poco en mí. Esto es ir a una muerte segura...

—Astrid —dijo él colocándose al volante—, ¡lo que esos bastardos de mierda hicieron con mi hermana no merece ni una pizca de misericordia! ¡Súbete de una maldita vez!

Él había sido consumido por su dolor y su rabia y, muy dentro, Astrid sabía que nada de lo que pudiera hacer o decir iba a detenerlo. Por ese motivo, decidió solo obedecerlo y, en cuestión de segundos, ya se estaban alejando a toda velocidad de la casa.

Ella no tenía palabras para describir lo que le habían hecho a Hikari, más que monstruoso e injusto. Sus lágrimas no paraban de brotar cada vez que recordaba las veces que habían hablado o las veces que la había ayudado. Esa venganza ya había cobrado demasiadas víctimas, y le horrorizaba pensar que Hiroshi fuera el próximo.

En muy poco tiempo llegaron al centro de la ciudad, pero Astrid tenía demasiadas preocupaciones como para pensar en que estaba muy cerca de su casa y de la vida que alguna vez había tenido.

Hiroshi aparcó súbitamente el auto y fijó la vista en la carretera, con sus manos presionando con fuerza el volante.

—¿Qué haces? —preguntó ella, algo desconcertada.

—Puedes irte.

—¿Qué? —No podía creer lo que estaba escuchando.

—Que puedes irte, Astrid —repitió él en un tono algo frío—. Eres libre de volver a tu hogar.

—¿Estás hablando en serio?

—Sí, estoy hablando totalmente en serio —dijo él mirándola a los ojos, con un profundo dolor reflejado en ellos—. Te retuve todo este tiempo para proteger a mi familia, pero ya no tiene ningún sentido. Eres libre, princesa, puedes volver a tu vida y olvidar que alguna vez me conociste.

Astrid se quedó perpleja al escucharlo. ¿Hiroshi la estaba liberando? ¿Qué pasaba entonces con todo lo que habían pensado hacer juntos solo un rato antes? Una parte de ella quería correr fuera y no detenerse hasta llegar hasta su casa, pero la otra no podía permanecer impasible sabiendo que él iba a arriesgar su vida enfrentando a la familia Miyasawa totalmente solo.

Por mucho que odiara ese hecho, no podía abandonarlo.

—No —respondió con firmeza—, lo que vas a hacer es un sinsentido total, pero no me voy a ningún sitio.

—¿No es eso lo que has querido desde que nos conocimos? ¿No quieres librarte de mí y retomar tu vida?

—Las cosas han cambiado mucho desde que nos conocimos, Hiroshi. No pienso irme a ningún lugar y dejarte solo, así que no insistas.

El chico asintió y volvió a poner el auto en marcha.

—Pues luego no te arrepientas, princesa —le dijo—, no tendré piedad con absolutamente nadie, aunque eso me cueste la vida. Ya he perdido casi todo lo que amaba, de cualquier modo...

Astrid tragó en seco, pero sintió sus piernas flaquear y todo su cuerpo estremecerse. No tenía la más mínima idea de en qué se estaba metiendo.

Luego de unos quince minutos de camino, al fin llegaron a las cercanías de la residencia de los Miyasawa. Su miedo y su ansiedad aumentaban cada segundo que pasaba. Hiroshi detuvo el auto, tomó su katana y dos pistolas, y salió finalmente caminado hasta rodearlo y ubicarse frente al lado del copiloto, donde ella permanecía sentada.

—Aquí tienes —le dijo, poniendo un arma en sus temblorosas manos—, solo para que la utilices si tienes necesidad de hacerlo.

—Hiroshi, espera... —respondió ella, algo confusa al verlo cerrar la puerta.

Intentó abrir, pero comprendió entonces que le sería imposible seguirlo: él la había dejado cerrada con seguro dentro del vehículo.

—¿Qué diablos crees que haces? —le reclamó al verlo caminar hacia la entrada, pero él no se volteó para responderle, solo siguió su camino—. ¡Hiroshi, detente! ¡Hiroshi!

Era en vano, él la había dejado encerrada.

Los disparos hicieron que su cuerpo se estremeciera. La confrontación había comenzado y él debía ser cuidadoso o no lograría escapar con vida de esa madriguera. Ella tenía que salir de ahí para al menos intentar ayudarlo.

«Mierda», se dijo mientras trataba de forzar la puerta desesperadamente y de encontrar alguna forma de salir. No obstante, la clave estaba en el arma que él le había dejado. Golpeó una y otra vez el vidrio de la ventanilla con el cabo de la pistola hasta lograr que saltara en pedazos y se abriera una vía de escape.

Astrid temió lo que iba a hacer, que era diametralmente opuesto al comportamiento que había mantenido durante toda su vida, pero no tenía otra opción si quería ayudar a Hiroshi. Por ese motivo, retiró con el arma los pedazos de vidrio restantes en el marco de la ventanilla y con algo de dificultad se coló fuera por el agujero.

Se levantó del suelo rápidamente y sostuvo la pistola con ambas manos mientras corría hacia la entrada de la residencia.

Sabía perfectamente que había solo dos posibles desenlaces para lo que estaba a punto de hacer: se salvarían ambos, o perecerían juntos.

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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a Didy760
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El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora