Astrid tragó en seco y pensó que ese era su fin. Por mucho que había luchado por escapar todo había sido en vano; iba a morir. Sin embargo, escuchó una algarabía proveniente de la cocina, y sus ojos viajaron desde el hombre hasta la puerta por la que había salido hacía menos de un minuto, que se abrió de un portazo.
Era Hiroshi.
El chico lucía como una bestia desenfrenada. Estaba frenético y sus ojos azules eran capaces de helar a cualquiera. El lado izquierdo de su cabeza y de su rostro estaban cubiertos de sangre, dándole incluso un aspecto más aterrador, sobre todo porque sabía que era únicamente su culpa. En ese instante no sabía qué pensar, pero estaba segura de que sería mejor si el hombre terminaba con su vida de una vez. Caer en manos de Hiroshi sería definitivamente peor.
Hiroshi se le acercó violentamente y la tomó por un brazo sin rastro de simpatía. Ella gritó y luchó por zafarse del agarre, pero era inútil, no la dejaría ir.
Hiroshi y el hombre cruzaron las miradas un instante.
—Subete daijōbudesuka* —preguntó el hombre con una voz fría y totalmente insensible. Ella lo miró, horrorizada y sin entender nada.
—Hai —respondió Hiroshi, firmemente—, subete ga kanpekidesu.**
Eso fue suficiente para que el hombre asintiera y se alejara caminando. ¿Eso era todo? ¿Iba a dejarla con él?
—¡Suéltame! —le gritó Astrid y siguió forcejando, pero él solo apretó su agarre y comenzó a llevarla hacia la casa—. ¡Déjame ir, maldito!
—Te gusta jugar con fuego, ¿no es cierto, Astrid? —le preguntó mientras la seguía casi arrastrando y ella se resistía. Estaba furioso—. Pues te puedes quemar, niñata impulsiva, y mi paciencia tiene un límite...
Ambos subieron las escaleras, y a cada paso su miedo se acrecentaba. No tendría escapatoria.
Hiroshi abrió la puerta del cuarto y la lanzó dentro con violencia.
—¡Eres una tonta, maldita sea! —le gritó el chico con rabia—. ¡Acabas de mandarlo todo a la mierda! ¡Ya todos saben que estás aquí!
—¡Tú intentaste matarme! ¡Eres un imbécil! —replicó entre lágrimas. Luego se llevó la mano al brazo, le dolía por donde él la había sostenido.
—¡Diablos! —gritó Hiroshi, evidentemente frustrado.
El chico se quitó la chaqueta de cuero negra que llevaba y luego hizo lo mismo con su camiseta blanca. Astrid no entendía por qué se estaba desnudando, hasta que lo vio llevarse la camiseta al rostro y comenzar a limpiar la sangre que no paraba de brotar de su cabeza. Esa herida sí que debía de doler. La tela blanca se fue tiñendo rápidamente de rojo, mientras él permanecía de pie frente a ella con una ira intensa reflejada en sus ojos azules.
Luego comenzó a acercársele despacio a la vez que ella retrocedía, sin dejar de mirarla de una forma paralizante.
La tenía casi acorralada contra la pared y, sin darle tiempo a pensar, acortó la mínima distancia que había entre los dos. Sus cuerpos estaban totalmente en contacto y ella casi no lograba respirar. Sentía los fuertes músculos contra su piel y el aliento que rozaba sus labios, pues sus bocas estaban a menos de dos centímetros de distancia. Estaba aterrorizada y podía oler la sangre que cubría el cabello y la pálida tez de Hiroshi.
Él la tomó por el cuello con una de sus manos, y con la otra le acercó la camiseta ensangrentada al rostro.
—Nadie... —le susurró—. Nadie, jamás, me ha hecho sangrar y vivido para contarlo, Astrid Greene...
Quería hablarle, gritarle que se alejara, pero su garganta estaba cerrada. El agarre casi impedía que pudiera respirar, ni siquiera podía tragar. En ese momento veía el rostro del chico tan aterrador como fascinante. Él rozó su mejilla con la tela, dejando un pequeño rastro rojo en ella y, por un segundo, se quedó observando sus labios mientras los pechos de ambos subían y bajaban de una forma caótica. Sus pensamientos estaban nublados, así que Astrid no sabía definir si era solo miedo o algo más lo que estaba sintiendo en ese momento mientras él la tenía inmóvil.
Pero Hiroshi dio un paso hacia atrás y la soltó.
Se llevó las manos al cuello y tomó una gran bocanada de aire. Lo miró, sorprendida y asustada a la vez, pero los ojos azules de Hiroshi reflejaban mayormente confusión. Estaba de pie frente a ella, y no pudo evitar fijarse en su torso y sus brazos desnudos. Estaba totalmente cubierto de llamativos tatuajes, mayormente de colores oscuros.
Ambos permanecieron mirándose en silencio un instante, pero luego Hiroshi recogió su chaqueta, se dio la vuelta y se marchó de la habitación tirando la puerta tras de sí. Ella no pudo evitar centrar su atención en un detalle: en la espalda del chico había un enorme dragón rojo dibujado. Recordó entonces al hombre del callejón, al que había intentado matarlo. Había dicho algo sobre los dragones rojos que ella no había comprendido, y quizás eso iba mucho más allá de lo que había imaginado.
Estaba aterrada aún y sus piernas flaquearon, por lo que terminó sentándose en el suelo junto a las manchas de sangre y a los pedazos de porcelana destrozados. Sus intentos de escapar habían sido en vano, pues seguía en el mismo peligro, o quizás en uno mayor. Sin embargo, él no la había asesinado, solo la había llevado de vuelta.
¿Qué diablos había sido todo eso?
*¿Está todo bien?
**Sí, todo está perfecto.
¡Gracias por leer!
No olvides regalarme tu estrellita si te gusta la historia.
Este capítulo estuvo especialmente dedicado a Nixa_Lucero
❤️
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El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]
Mistério / Suspense"La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno". -Walter Scott. ** Una chica inocente se ve envuelta por azar en un sangriento ajuste de cuentas de miembros de la mafia japonesa, conocidos como los "Dragones Rojos". A partir de es...