Epílogo

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El timbre de la puerta sonó insistentemente, y Astrid se dirigió despacio a abrir

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El timbre de la puerta sonó insistentemente, y Astrid se dirigió despacio a abrir. Estaba harta de policías y reporteros a su alrededor, que la seguían acosando a pesar de que ya había transcurrido poco más de un año de todos los acontecimientos relacionados con su secuestro.

Sin embargo, no era un reportero o un policía quien esperaba fuera de su casa —o al menos no aparentaba serlo—. Era un hombre que portaba un lujoso traje negro y un portafolios; un hombre asiático, algo que hizo que su estómago diera un vuelco.

—Buenos días —la saludó cordialmente el hombre.

—Buenos días —respondió ella con algo de recelo—. ¿Qué se le ofrece?

—Mi nombre es Ishiro Tanaka, y soy abogado, señorita. Usted debe ser Astrid Greene, ¿me equivoco?

—No... tiene razón, soy yo... —Astrid recordó que estaba aún en la puerta y que debía hacer uso de sus modales—. Perdone por no haberlo invitado a pasar, entre y siéntese...

—Oh, no, muchas gracias. —Le sonrió el hombre—. No le robaré mucho tiempo. Solo vengo a entregarle esto, señorita Greene.

Le extendió un documento. Ella le echó un vistazo rápido sin comprender de qué se trataba.

—Es un testamento —le aclaró el abogado, pues notó su expresión de desconcierto, al parecer.

—¿Un testamento? ¿De quién? Y... ¿qué es lo que dice exactamente...?

—Dice que usted es rica, señorita, alguien le ha dejado una suma muy generosa de dinero al fallecer.

Astrid lo miró, enormemente asombrada, y luego negó con la cabeza.

—No —le dijo—, esto tiene que ser algún error, ¿quién podría haberme dejado tanto dinero y por qué motivo?

—Los motivos los desconozco, pero le garantizo que no hay ningún error. Mi trabajo es comunicárselo, y también entregarle una cosa más.

La chica lo observó, perpleja, mientras el hombre fue hasta su auto y regresó con una caja fina y alargada.

—Aquí tiene —dijo él, colocando la pesada caja entre sus manos—. Ha sido un verdadero placer, mucha suerte.

El abogado dio media vuelta y comenzó a caminar de regreso al auto, pero Astrid lo llamó justo antes de que se subiera:

—Espere —le dijo la chica, acercándosele—. ¿Quién es la persona que lo envío a entregarme esto?

—Su nombre era Ethan, Ethan Sigler...

El aire abandonó por completo los pulmones de Astrid al escuchar aquel nombre. Fue totalmente incapaz de moverse hasta que vio el auto alejarse. Llevaba tanto tiempo sin escuchar ese nombre que casi lo había olvidado... casi.

—¿Qué sucede, Ast? —preguntó Rose desde el interior de la casa al ver que ella tardaba tanto.

Astrid no le respondió, solo retrocedió sobre sus pasos hasta entrar y cerrar la puerta tras de sí. Miró con algo de temor y tristeza a su amiga, que sostenía entre sus brazos a una bebé regordeta de cabellos muy negros y unos grandes ojos azules.

—¿Quién era? —volvió a preguntar la pelinegra, algo preocupada—. ¿Está todo bien?

—Era un abogado, Rose —dijo Astrid colocando la caja sobre el sofá.

—¿Un abogado? ¿Y para qué te quería un abogado?

—Él me dejó dinero... —respondió Astrid con un nudo formado en su garganta.

—¿Él? —Rose abrió enormemente sus ojos y miró un instante a la bebé en sus brazos—. ¿Hablas de...?

—Sí, no sé por qué, pero hizo un testamento a mi nombre antes de que...

—Pues es lo menos que te debía ese bastardo —contestó Rose, secamente—. Luego de todo lo que te hizo pasar, más que dinero debió dejarte todas sus propiedades y todo lo que poseía su familia.

—Yo no quiero nada de eso, mucho menos sabiendo su procedencia. Además, ¿para qué lo querría? El dinero no nos devolverá a Joshua ni tampoco cambiará nada de lo que pasó...

«Ni tampoco me lo devolverá a él...», pensó Astrid bajando la mirada, pero se cohibió de decirlo debido al gran odio que su amiga sentía hacia Hiroshi.

—De cualquier modo, lo necesitas, Ast, Hana merece una buena vida...

Astrid asintió y tomó en sus brazos a la pequeña. Ambas sonrieron al mirarla, cada día se volvía más hermosa y adorable.

—Joshua habría adorado conocerla... —susurró Rose en un tono triste.

—Lo sé, él habría sido el mejor tío del mundo...

—¿Sabes? La última vez que hablamos me confesó que él fue el cabrón que me pegó la goma de mascar en el cabello.

Ambas chicas rieron un instante, pero luego sus expresiones se entristecieron.

—Siempre lo supe, Rose, ¿por qué crees que el remordimiento lo hizo calmarte después y cortarse también un mechón de cabello?

—¿En serio? Yo jamás lo hubiera imaginado... Lo extraño mucho...

—También yo... —Astrid le acarició una de sus rosadas mejillas a la bebé y sonrió—. Muero por contarle las historias divertidas de sus dos tíos locos.

—Sí, creo que le gustará mucho escucharlas. —Rose se acercó y le dio un pequeño beso, a lo que la niña respondió con un sonido gracioso—. Ast, y... ¿piensas contarle alguna vez sobre su verdadera identidad?

La expresión de Astrid se tornó seria, pues no le gustaba ni siquiera pensar en ese tema.

—Aún no lo sé —respondió y suspiró profundo—. Tengo tiempo para decidirlo, Hana ni siquiera sabe hablar aún.

—Pero un día lo hará, y querrá saber sobre su padre...

—Cuando llegue ese día lo decidiré, supongo que no es tan fácil contarle a un niño que es el último integrante de una familia que causó su propia extinción a causa de una venganza. Ni tampoco que su madre fue la responsable por la muerte de su padre...

—Él lo merecía, Astrid, y ella en algún momento logrará comprenderlo.

—Eso espero...

—Venga —dijo Rose cambiando de tema y tomando nuevamente a Hana—, abre la caja, muero de curiosidad por saber qué contiene.

—De acuerdo.

Astrid rompió la parte superior con algo de cuidado y quedó profundamente impactada al ver su contenido. Era una katana, pero no una cualquiera: su funda era negra y brillante, y tenía un dragón dorado dibujado en uno de sus extremos.

FIN

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El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora