Capítulo 15

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«Estúpida, estúpida, estúpida

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«Estúpida, estúpida, estúpida...», se repetía Astrid mientras analizaba su situación. Una vez más estaba al borde de la muerte y el último recuerdo que se llevaría sería el de su culpa por el asesinato de otra persona. Lo había golpeado solo para evitar un crimen, no había estado preparada para presenciar cómo terminaban con la vida de otra persona. Aún no lograba dormir en las noches con el recuerdo de lo ocurrido en la tienda.

Pero las cosas habían terminado incluso peor.

Esa sangre también estaba en sus manos, y en ese instante tenía un arma dirigida a su cabeza. Lloraba, incapaz de pronunciar una palabra, mientras veía una vez más esos fríos ojos azules.

¿Qué le habría costado quedarse en el bar o llamar a la policía? O incluso dejar que ese tipo lo matara. Hiroshi era un asesino y, si antes le quedaba alguna duda, acababa de comprobarlo.

Sin embargo, la mirada fría del chico flaqueó un instante, como si dudara al respecto de lo que haría a continuación.

«Por favor, déjame ir...», imploró Astrid, mentalmente, aunque sabía muy bien que eso no ocurriría.

—Entra al auto —le ordenó él, abriendo la puerta de pasajero con una mano y todavía apuntándole con la otra.

—¿Qué? —susurró ella.

—¡Que entres al maldito auto! ¿Eres sorda, acaso?

Dudó un segundo, pero después de lo que le había visto hacer sin pestañear, sabía que no tenía muchas más opciones. Aún temblorosa, obedeció, sin comprender lo que estaba ocurriendo. ¿Qué iba a hacer con ella? ¿La violaría primero, la torturaría?

No podía parar de llorar, estaba aterrada. Su vida se le estaba escapando de entre las manos, ¿cómo lo había arruinado todo en menos de veinte minutos? Debía estar dentro del bar divirtiéndose con sus amigos o en casa durmiendo, no en el auto de un criminal a punto de ser asesinada, luego de ser parte de un crimen. Era su maldita culpa por no poder quedarse tranquila y fuera de las cosas que no le concernían.

Hiroshi recogió sus zapatos y los arrojó a sus pies con rudeza. Luego rodeó el auto, se subió al asiento del conductor y colocó el arma en su cinturón.

Nadie sería capaz de localizarla. Casi podía visualizar en qué condiciones encontrarían su cuerpo tirado en cualquier lugar en semanas, o meses, o si no lo encontrarían en lo absoluto. Casi podía sentir el sufrimiento de sus padres y sus amigos una vez más. Imaginaba que sería el mismo sufrimiento que tendría la familia del hombre cuando recibieran la noticia. Por su culpa nunca más lograrían verlo con vida.

Él encendió el auto y comenzaron a alejarse de la zona, a distanciarse de cualquier lugar que ella conociera.

—Y-yo salvé tu vida —tartamudeó Astrid sin saber de dónde habían salido esas palabras. No obstante, causaron que Hiroshi se volteara a mirarla, sorprendido—. ¿Así me pagarás? ¿Llevándome a algún lugar para asesinarme o hacerme sabe Dios qué?

Él sonrió irónicamente, pero era evidente que estaba enojado. Su nerviosismo aumentó al ver el gesto.

—¿En serio piensas que todo esto es mi culpa? —No comprendía su punto, así que se limitó a observarlo mientras él alternaba sus ojos entre ella y la carretera—. Pues estamos a mano, niñata impulsiva. ¡Yo salvé tu vida primero en la jodida tienda de los Miyasawa! ¿Qué mierda te costaba olvidarlo todo y mantenerte alejada de mí?

—¿Tú salvaste mi vida? ¡Tú me disparaste! ¡Tú te acercaste a mí después! ¡Eres un maldito asesino!

El frenazo súbito del auto hizo que su cuerpo se desplazara completamente hacia delante. Parte de su cabello le cayó en el rostro y la respiración se le cortó un instante. Pero lo peor era la expresión de ira desmedida de Hiroshi, que no lo dudó al sacar su arma y apuntarle una vez más. Casi le veía la gracia a la situación.

—Tienes razón, soy un asesino, ¡y debí cumplir mi misión en la maldita tienda, en primer lugar! ¡Si te hubiera matado como me ordenaron no sabes cuántas molestias me hubiera ahorrado, Astrid Greene!

—¡Pues hazlo de una vez! —gritó, frenética. Estaba harta de ese juego de mierda, si iba a matarla quería que solo lo hiciera—. ¡Dispara si eso es lo que tanto quieres, maldito criminal!

Su grito debió escucharse en un área extensa, pero eso no marcaba la diferencia. La carretera estaba totalmente vacía y nadie podría escucharla sin importar cuánto gritara. Sin embargo, Hiroshi hizo lo menos que esperaba: rompió en una carcajada divertida. Luego simplemente guardó el arma y puso el auto en marcha.

Estaba perpleja ante esa actitud.

—¿Sabes qué, Astrid? Si fuera en otras circunstancias creo que tú y yo nos llevaríamos realmente bien.

—Sí, claro —replicó y soltó un bufido—. ¡Como si yo fuera a llevarme bien con alguien tan despreciable como tú!

—Pues hoy te convertiste en mi cómplice, si no fuera por ti y tu zapato sería yo el que estuviera cubierto de sangre en el pavimento...

Él la miró con diversión, esperando para ver de qué modo reaccionaba, al parecer. Pero muy dentro ella sabía que no estaba equivocado, había sido parte activa de un asesinato. No obstante, no pensaba transar ni llorar una vez más frente a él. Ya la había humillado lo suficiente y no se merecía sus lágrimas.

—Cometí un gran error —le dijo con desprecio—. Debí dejar que te matara, ¡eso es lo mínimo que te mereces!

—Créeme, Astrid, él se lo merecía tanto o más que yo. Además, no puedes negar que solo me salvaste porque soy mucho más atractivo y te encantaría enredarte conmigo.

—¿Qué? —chilló. Eso era verdaderamente lo último que esperaba escuchar—. ¡Estás delirando! ¡Eres un cabrón creído, un imbécil!

—¿De veras? Eso no es lo que pensabas esta mañana cuando te acompañé a casa, estabas babeándote por mí...

Bufó una vez más y clavó sus ojos en la carretera.

—Eres un desgraciado, «Hiroshi» —se limitó a responder—. Me arrepiento una y mil veces de haber intervenido. El mundo sería definitivamente un lugar mejor sin una escoria como tú...

—Quizás tengas razón, Astrid, pero, ¿sabes qué? El mundo me importa una mierda.

Ella permaneció en silencio, dando por terminada la conversación. No quería seguirle el juego a ese bastardo, y sentía un desprecio tan grande hacia él que parte de su miedo se había disipado.

Al parecer, no la asesinaría, al menos no en ese momento, y eso le daba algo de tiempo. Tenía que encontrar una forma de escapar. Si Hiroshi pensaba que no le daría pelea estaba en un error, y ya había visto que él no era tan invulnerable como aparentaba. Había cometido verdaderamente un error al dejarla con vida en la tienda. A menos que le diera un balazo mortal, no se detendría hasta hacerlo pagar y verlo tras las rejas.

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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a Nagikeru
❤️

El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora