"La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno". -Walter Scott.
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Una chica inocente se ve envuelta por azar en un sangriento ajuste de cuentas de miembros de la mafia japonesa, conocidos como los "Dragones Rojos". A partir de es...
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Astrid no estaba segura de cuánto tiempo había pasado cuando Hiroshi redujo la velocidad del auto. Al parecer habían llegado a su destino.
—No hagas nada estúpido —sentenció Hiroshi.
—Oh, espera, déjame adivinar qué ocurrirá si lo hago, ¿me matarás...? —respondió, irónicamente. Él sonrió con malicia al escucharla.
—Créeme, Astrid, en este lugar yo soy la menor de tus preocupaciones. No hagas nada estúpido, o «ellos» —señaló a varios hombres vestidos con trajes negros y armados que custodiaban la entrada de una enorme y elegante verja— te matarán si creen que eres un peligro para mí...
Astrid tragó en seco y decidió permanecer en silencio. Cada segundo que pasaba se adentraba en un peligro mucho mayor.
La reja se abrió despacio, permitiéndole al auto pasar, mientras los hombres se le quedaron mirando inexpresivos. Todos eran asiáticos —japoneses, suponía—. Estaba muy oscuro, pero la iluminación artificial le permitía ver perfectamente la imponente residencia que tenía frente a sus ojos. Había un jardín enorme y varios autos lujosos en el estacionamiento al aire libre, similares al que Hiroshi estaba conduciendo.
Cuántas cosas despreciables habría hecho la familia de ese bastardo para tener tanto dinero. Solo pensarlo le causaba náuseas.
Hiroshi aparcó el auto y se encaminó para abrirle la puerta. Ella se quedó inmóvil un momento al pensar que estaba a punto de entrar a la madriguera de los criminales, pero no tenía opción.
—Recuerda, Astrid, actúa normal...
—¿Normal como una chica a la que acabas de secuestrar? —le susurró en un tono sarcástico.
—No —repuso él, algo enojado, pero manteniendo la voz baja—. Normal como una chica a la que me voy a follar y enviar a su casa mañana, porque si alguien aquí llega a saber que eres la jodida niñata testigo de la tienda Miyasawa, no darás un paso más.
Contuvo la respiración un instante, inducida por el miedo. ¿Era realmente posible que su familia fuera incluso peor que él?
Decidió escuchar y obedecerlo, así que se bajó del auto y comenzó a caminar despacio a su lado. Los pies le dolían, los tenía lastimados por andar descalza, y sus ojos escocían; estaba a punto de llorar. Se abrazaba a sí misma con sus manos, tenía que ser fuerte.
Entraron por una gran puerta de madera y cristal, y una vez dentro se quedó un poco fascinada con el lugar. Le daba la impresión de que estaba en el set de una película, demasiado pulcro y pacífico para sus habitantes. En el medio del recibidor había una enorme armadura de samurái decorativa, con pequeños ornamentos rojos, además de un olor a incienso muy sutil. Las paredes eran de madera hasta la mitad, al igual que el suelo, las puertas y las escaleras, que sonaban bajo sus pies a cada paso que daban.
La segunda planta no era muy diferente. Las ventanas eran de cristal y tenían finas cortinas blancas. Como decoración había sencillos cuadros con paisajes naturales como montañas y flores pálidas, y finos jarrones de porcelana con flores blancas. Todo en esa casa parecía tener cientos de años y una larga historia.
Caminaba en silencio y observaba de reojo a Hiroshi, que se movía con seguridad y se mantenía inexpresivo. Estaba a punto de preguntar hacia dónde la estaba llevando, cuando se detuvieron frente a una puerta. No tenía idea de qué se traía él entre manos.
Hiroshi abrió y le indicó que entrara. Rezaba por que no tuviera pensado violarla.
Era un cuarto grande con dos ventanas, decorado como el resto de la casa y alfombrado. Tenía una cama con sábanas blancas, una mesita de noche, un armario de madera y otra puerta de correderas, que al parecer se dirigía a un baño. Dio un vistazo rápido por una de las ventanas y pudo ver la entrada, con todos los guardias que la custodiaban. Estaba rodeada.
—Dormirás aquí —dijo él.
—¿Qué? ¿Piensas dejarme aquí?
—¿Puedes dejar de quejarte, maldita sea? ¡Créeme, Astrid, que podría ser mucho peor! ¡No sabes lo que soy capaz de hacer!
—No, ¡pero me hago una idea clara! —Lo miró directamente a sus penetrantes ojos azules—. ¿Qué puede ser peor que estar encerrada contra mi voluntad a merced de un asesino?
—No tientes tu suerte, Astrid... —le respondió él con frialdad—. Te lo repito, trata de mantenerte en silencio y no hagas nada estúpido. Si lo haces dejaré de ser responsable por lo que te ocurra y tu destino estará en manos de cualquiera de los hombres de ahí fuera...
Hiroshi salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí, violentamente. La había dejado sola y confundida. Astrid se acercó rápido e intentó abrirla, pero era inútil, la había cerrado con llave desde afuera. ¿Qué pensaba hacer con ella?
—¡Mierda! ¡Mierda! —exclamó y rompió en llanto, ahogándose en las lágrimas de pánico y de odio que llevaba tanto rato conteniendo.
Estaba atrapada, secuestrada, y solo podía pensar en su familia y amigos. A esa hora ya debían de saber que había desaparecido y, no solo eso, ya debían de haber encontrado el cuerpo del hombre. Deseaba con todas sus fuerzas que no pararan de buscarla, que no se rindieran hasta encontrarla y, sobre todo, que lo lograran antes de que fuera muy tarde.
No quería tener el mismo destino que aquel desdichado que yacía sin vida en aquel callejón.
¡Gracias por leer! No olvides regalarme tu estrellita si te gusta la historia. Este capítulo estuvo especialmente dedicado a Yirlani_Salas ❤️