"La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno". -Walter Scott.
**
Una chica inocente se ve envuelta por azar en un sangriento ajuste de cuentas de miembros de la mafia japonesa, conocidos como los "Dragones Rojos". A partir de es...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Diablos, Astrid, escogiste el peor bar de la ciudad... —se quejó Rose mientras entraban al local.
Joshua concordaba parcialmente con ella. No era un lugar demasiado grande, pero estaba poco iluminado y tenía una decoración grotesca. Además, estaba lleno de personas ebrias y la música no resultaba placentera, sino molesta. No obstante, sabía que Astrid lo menos que necesitaba eran reproches.
—Déjala ya, Rose —la defendió—, es bueno probar lugares nuevos.
Los tres caminaron hasta sentarse en una de las mesas de forma circular. Sacó una caja de cigarrillos y comenzó a fumar, al igual que Rose. Astrid también lo hacía en algunas ocasiones, así que le ofreció un cigarrillo, pero ella lo rechazó. Solía cohibirse en público porque pensaba que no se veía tan elegante y sofisticada como Rose cuando lo hacía, aunque eso era solo una tontería. Ella se veía preciosa sin importar lo que hiciera, al menos para él.
—Solo no entiendo qué tiene de malo nuestro lugar de siempre... —volvió a quejarse Rose.
—No tiene nada de malo, Rose —le respondió Astrid—. Es solo que ahí nos conoce mucha gente y honestamente quiero pasar desapercibida...
Era evidente que Astrid no quería tener tanta atención sobre sí misma por parte de las personas que sabían quién era, por eso había optado por ir a un lugar totalmente diferente. Podía entenderla, ella había pasado por mucho, pero Rose era mucho menos empática y comprensiva que él.
La pelinegra asintió, finalmente, aunque él sabía que aún no estaba muy convencida. Ella prefería el bar que frecuentaban, a donde iban todos sus amigos y donde solo tocaban canciones de los Beatles.
Joshua apagó su cigarrillo en el cenicero que estaba en el centro de la mesa y se puso de pie.
—Iré por unos tragos —les informó a las chicas, y luego se encaminó hasta la barra.
Al llegar le pidió tres chupitos al bartender, y se apoyó en una esquina mientras esperaba que llegara su turno y los prepararan.
Echó un vistazo alrededor y comprobó que, en efecto, ese lugar era muy poco acogedor. Pero no era solo eso, percibía algo extraño en aquel ambiente, que le resultaba incluso hostil.
Una puerta se abrió repentinamente, a solo un par de metros a su derecha. Dos personas muy singulares salieron de entre la oscuridad. Una era una mujer rubia con cara de pocos amigos, que miró afuera como si buscara a alguien, temerosa. El otro era un hombre —quizás de la edad de su padre— que lucía como si estuviera ebrio. Aunque un segundo vistazo le indicó que se había equivocado: lucía como si estuviera muy débil o enfermo, en realidad.
Las tenues luces y el ruido no le permitían observar demasiado bien la escena o escuchar lo que hablaban, pero todo eso solo reforzaba su idea de que ese lugar no era un sitio en el que debieran permanecer demasiado tiempo.
La mujer lo miró de repente y se sintió un poco incómodo ante el contacto visual. No obstante, ella desvió la mirada y sostuvo al hombre, ayudándolo a avanzar. Joshua los observó con recelo mientras se alejaban, pues había algo muy raro en todo eso. O quizás era solo su tendencia a desconfiar de todo, que lo llevaba a imaginar siempre los peores escenarios posibles. Al menos, eso esperaba.
El bartender lo llamó, sobresaltándolo un poco, y le indicó que sus tragos estaban listos. Tomó los dos primeros, pero alguien se le adelantó justo cuando iba a tomar el último de los pequeños vasos. Era un chico pelinegro, un poco más alto y corpulento que él. No obstante, eso no lo hizo sentirse intimidado, ni tampoco la expresión de buscapleitos que tenía.
—Creo que te has equivocado, ese trago es mío —le dijo, totalmente impasible. El chico sonrió irónicamente.
—Y yo creo que te has equivocado de lugar, la biblioteca queda en el otro lado de la ciudad...
Sabía que aquel idiota solo estaba tratando de provocarlo y no pensaba ceder a esas tonterías, ya no era un adolescente. Además, había ido al bar para pasar un buen rato, no para meterse en pleitos. Sin embargo, no apartó la mirada de los ojos azules de ese imbécil ni un instante. No era un cobarde tampoco.
—Aquí tienes —dijo el bartender alcanzándole otro trago igual. Al parecer, había notado la situación y trataba de evitar un conflicto en el local. Por él estaba bien, no pretendía pelear, y mucho menos con alguien así.
—Gracias —respondió y tomó el chupito. Luego se volteó y comenzó a caminar en dirección a las chicas.
—Cobarde... —musitó el pelinegro y después soltó una risa sarcástica.
Joshua sintió la ira apoderarse de él. Quiso voltearse y demostrarle quién era el verdadero cobarde, pero suspiró profundamente y continuó su camino.
«No vale la pena», se dijo.
Astrid no necesitaba más violencia o preocupaciones, solo necesitaba paz. De igual forma, aún se sentía muy inquieto. No podía dejar de tener un muy mal presentimiento respecto a ese lugar.
¡Gracias por leer! No olvides regalarme tu estrellita si te gusta la historia. Este capítulo estuvo especialmente dedicado a Chuy6803 ❤️