"La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno". -Walter Scott.
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Una chica inocente se ve envuelta por azar en un sangriento ajuste de cuentas de miembros de la mafia japonesa, conocidos como los "Dragones Rojos". A partir de es...
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Astrid trataba de descifrar el complicado alfabeto japonés cuando la puerta de la habitación se abrió. Era Hiroshi, así que ella solo lo miró un instante y luego prosiguió con lo que estaba haciendo. Hacía dos días que no lo veía, pero él seguía teniendo los mismos pésimos modales, al parecer.
El chico se encaminó hasta donde ella yacía sentada en la cama y le cerró el libro.
—¿Qué haces? —preguntó Astrid, sorprendida.
—Vamos —respondió Hiroshi, totalmente inexpresivo, y caminó hasta la entrada del cuarto.
—¿A dónde? —Astrid seguía extrañada con su comportamiento, así que se levantó de la cama y se acercó a él.
—¿No te estabas quejando de lo mucho que te aburres aquí? Sígueme, quiero mostrarte algo.
—Sí, pero—
—Solo sígueme, Astrid —la interrumpió, algo molesto—. Nadie te hará daño.
Ella asintió, un poco dudosa aún, pero comenzó a caminar tras él. ¿A dónde la llevaría? Y... ¿quería mostrarle algo? No sabía verdaderamente qué pensar al respecto, así que estaba algo nerviosa. ¿Qué tal si esa era la oportunidad que tanto había esperado para poder escapar? ¿Qué tal si él finalmente bajaba la guardia y podía aprovechar el momento?
Pero... ¿qué tal si era una mentira y él quería hacerle algo más? No, no debía pensar en eso, él había dicho que no le haría daño.
«Pero es un criminal, no deberías creerle», se dijo mientras bajaban las escaleras y se encaminaban hacia la cocina. Estaba cada vez más ansiosa, hasta que finalmente salieron al patio trasero, donde estaba el enorme jardín; al mismo sitio donde ella había llegado la primera vez que había tratado de escapar.
Él se detuvo y se volteó para mirarla, específicamente a sus pies. Astrid bajó también la mirada y se fijó en los calcetines que llevaba puestos. Era lo que usaba todo el tiempo, ya que Hikari no le había dejado zapatos.
—No puedes ir así, te lastimarás los pies con las rocas —le dijo Hiroshi.
—¿Y a qué lugar vamos?
—Ven aquí. —El chico ignoró por completo su pregunta y se le acercó, pero ella retrocedió inmediatamente—. ¿Qué pasa contigo, Astrid? Solo intento ayudarte.
—No sé lo que quieres ni a dónde me llevas. Dime qué planeas hacer, no confío en ti en lo absoluto.
—Eso es algo muy sabio de tu parte —respondió Hiroshi y le sonrió con malicia—. Pero, al menos esta vez, no tengo planeado nada más que mostrarte un lugar. Está al otro lado del jardín. —Señaló con su mano y Astrid pudo ver una edificación que sobresalía entre los árboles y las flores a unos cincuenta metros.
—De acuerdo —dijo ella luego de pensarlo un instante. No sabía si ese lugar sería su salvación o su perdición, pero debía intentar liberarse.