Capítulo 36

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—Hola, querida Astrid —dijo Hiroshi entrando en la habitación

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—Hola, querida Astrid —dijo Hiroshi entrando en la habitación.

Ella estaba recostada en la cama, arrepintiéndose aún de haber salido del cuarto. Sin embargo, no había pasado ni media hora y ya el idiota insoportable estaba de vuelta.

—¿Vienes a torturarme nuevamente? —le preguntó, sin mirarlo siquiera, y se volteó en la cama dándole la espalda—. Lárgate, Hiroshi.

—Guau —dijo él en un tono burlón—. ¿Acabas de llamarme por mi nombre? Eso es nuevo.

Astrid soltó un suspiro de hastío y luego le respondió:

—Tienes razón. Lárgate, «imbécil».

—Esa es mi chica. —Hiroshi rodeó la cama para verla de frente—. Te he traído lo que querías...

Ella lo miró por primera vez y se sorprendió enormemente al ver que, en efecto, Hiroshi tenía un par de libros en sus manos. No podía creerlo.

El chico depositó los libros a los pies de la cama y ella se incorporó despacio mirándolo a los ojos, pero sin decir una palabra. Luego tomó los libros en sus manos y los puso sobre sus muslos para hojearlos, mientras él permaneció de pie. Eran tres, pero lo que llamó su atención es que solo uno estaba en español.

—Están escritos en—

—En japonés —la interrumpió Hiroshi y ella soltó un bufido.

—Yo no hablo japonés, ¿cómo esperas que los lea?

—Lo siento por ti, querida princesa rebelde, pero no tengo ningún otro. —Se miró a sí mismo de pies a cabeza—. ¿Luzco acaso como alguien que malgasta su tiempo leyendo?

Astrid soltó una risa sarcástica.

—Pues la verdad es que no —le respondió—, ya había notado que no tienes una capacidad intelectual demasiado elevada y, además, ya sé de las formas despreciables en las que gastas tu tiempo.

—Y soy muy bueno en lo que hago —declaró, y luego la miró fijamente con sus profundos y fríos ojos azules—. Nunca tengas dudas al respecto...

Astrid lo miró con resentimiento, pero no respondió, solo volvió a hojear los libros. Estaba decidida a no flaquear ni caer en sus provocaciones, eso solo serviría para aumentar su sufrimiento.

—Ese te servirá para aprender japonés —le dijo Hiroshi señalando uno de los libros—. Es el que mi hermana y yo usábamos cuando éramos pequeños.

—¿Ustedes también aprendieron por libros? —preguntó ella con algo de curiosidad—. ¿No es ese su idioma materno?

—No, Astrid, mi familia vino a este país cuando mi padre era apenas un adolescente, así que mi hermana y yo nacimos aquí. Pero aprendimos el idioma y la cultura de la tierra de nuestros ancestros desde que éramos niños, y nuestro abuelo solo hablaba japonés, siempre se negó a aprender el español.

—Pero... los he escuchado hablando japonés en ocasiones...

—Así es —dijo él y se sentó a su lado en la cama—, hay algunas personas que trabajan para nosotros en la casa o en el casino que llevan muy poco tiempo en el país y que aún no hablan español, o que simplemente prefieren comunicarse en su propia lengua.

Astrid asintió; eso tenía sentido. Si ella fuera a vivir a otro país no le gustaría olvidar sus raíces. Igualmente, llamó su atención lo que dijo Hiroshi sobre el casino, no sabía que tenían un negocio de ese tipo. Seguramente de ahí provenía parte de su fortuna y, con respecto a la otra parte, pues... ni siquiera quería saber.

Sin darse cuenta, estaba sentada junto a Hiroshi escuchándolo hablar, como si todo el ambiente de hostilidad entre ellos se hubiera esfumado; como si él no fuera la persona que la había separado por la fuerza de su vida.

—¿Es muy complicado aprender japonés? —preguntó Astrid.

—No lo sé, es... muy diferente al español, pero lo he estado escuchando toda mi vida, así que no sé qué tan difícil puede ser aprenderlo desde cero...

Astrid observó el libro en sus manos y pensó que realmente tenía mucho tiempo libre, que quizás podría intentarlo. Era todo un reto, y a ella siempre le había gustado superarse a sí misma.

—Lo intentaré —dijo, decidida.

—¿En serio? —Hiroshi le sonrió burlonamente—. Pues buena suerte con eso...

—Estás de broma, ¿no? —se mofó Astrid—. No necesito suerte para aprender algo nuevo, idiota, para eso voy a la univers—

Interrumpió sus palabras y la realidad la golpeó: ya no asistía a la universidad; ya no era estudiante de Ciencias Sociales; ya no estaba a punto de graduarse... Era una chica secuestrada, que quizás nunca más volvería a ver la luz del Sol fuera de esa maldita casa.

Y era únicamente culpa de él.

—Ya puedes irte —le dijo a Hiroshi en un tono seco, ocultando su profunda tristeza—. Y, descuida, no te molestaré más. Cuando necesite algo se lo diré a tu hermana.

Hiroshi asintió y se levantó con el rostro inexpresivo, pero se detuvo de camino a la puerta e introdujo la mano en su bolsillo derecho. Sacó una pequeña radio gris y negra y la arrojó a los pies de la cama.

—Casi lo olvidaba —le dijo—, también te traje eso.

Astrid la tomó en sus manos sorprendida, eso era algo que no esperaba.

—¿Para qué me has traído esto? —le preguntó.

—¿Para qué crees, niñata impulsiva? —El chico sonrió maliciosamente—. Es para que la escuches, no para rompérmela en la cabeza, ¿entendido?

Luego salió de la habitación y Astrid trató de reprimir una sonrisa, que ni siquiera sabía a qué se debía. Realmente sonaba tentador volver a agredirlo, pero ya había visto que eso no le daría resultado.

Miró la radio en sus manos y una pequeña alegría la invadió. Podría al menos mantener algún contacto con el mundo real. Apenas la encendió, escuchó como una de las emisoras reproducía una canción de los Beatles.

I want to hold your hand era una de las canciones favoritas de Rose, y Astrid no pudo evitar que su mente viajara hasta sus mejores amigos y los tantos momentos especiales que había vivido con ellos. Extrañaba las locuras de Rose y los consejos de Joshua. Extrañaba a sus padres, a sus compañeros de clase. Extrañaba incluso las tonterías que decía Tommy cuando se drogaba y las cosas divertidas que Rose hacía tratando de justificarlo.

Lo extrañaba todo y, sin querer, estaba llorando una vez más, luego de que se hubiera prometido a sí misma no volver a romperse de esa forma. Tenía que encontrar una manera de escapar, y ya había comprobado que quizás la violencia no era la adecuada.

¿Y si, en lugar de eso, se hacía pasar por amiga de Hiroshi? Podía funcionar. Si él llegaba a confiar en ella quizás bajaría la guardia y eso le permitiría escapar. No podía rendirse, y ya había visto que entablar una conversación con él y fingir agrado no le resultaba tan complicado. Sí, tenía al menos que intentarlo.

Solo esperaba que su «plan» realmente funcionara. Sus opciones eran bastante limitadas y el tiempo seguía corriendo.

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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a cloejames16
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El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora