"La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno". -Walter Scott.
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Una chica inocente se ve envuelta por azar en un sangriento ajuste de cuentas de miembros de la mafia japonesa, conocidos como los "Dragones Rojos". A partir de es...
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Un nuevo día amanecía: un nuevo día que prometía ser igual de interminable para Astrid en su confinamiento. El aburrimiento y la ansiedad la consumían, y sus esperanzas de ser rescatada se esfumaban cada vez más. ¿Viviría encerrada ahí por el resto de sus días? Y... ¿de cuántos días hablaba, hasta que los mafiosos se aburrieran de mantenerla cautiva?
Nunca regresaría a su casa, al menos no por voluntad de la familia de Hiroshi; nunca la dejarían libre.
Sin embargo, no podía seguir pensando en eso, o terminaría volviéndose loca encerrada entre esas cuatro paredes. Tenía que encontrar algo que hacer mientras esperaba por cualquier cosa que fuera a ocurrir. Extrañaba todo de su hogar: el olor de la comida hecha por su madre, el aroma y los colores de las flores del jardín, la calidez de su habitación, la suavidad de su cama... Incluso extrañaba los gritos y la histeria de su madre por cualquier pequeña falta que ella o su padre cometieran, ¿quién lo diría?
Y también extrañaba sus libros, acostumbraba a pasar horas y horas leyendo. Cuánto daba por poder hacerlo en ese momento, aunque —quizás— al menos eso sí tenía solución. Pensó en Hikari y se animó por un segundo, quizás ella pudiera prestarle algunos libros, con intentarlo no perdería nada. Pero Hikari no iría a verla hasta la hora de almorzar, ya le había dejado el desayuno en el cuarto mientras ella aún dormía.
No obstante, su cuarto ya no estaba cerrado con llave, quizás podría ir a buscarla. O no, eso podía ser una muy mala idea, ¿y si los matones estaban ahí fuera y pensaban que estaba tratando de escapar? Aunque, por otro lado, nunca había visto guardias en el piso superior, y la habitación de Hikari debía estar cerca...
Sí, al menos lo intentaría. Si no la encontraba simplemente volvería al cuarto y nadie nunca sabría que estuvo fuera.
«Tú puedes hacerlo...», se dijo y abrió despacio la puerta de la habitación. No vio a nadie afuera, así que comenzó a caminar con cautela por el pasillo.
Había varias puertas, ¿cómo sabría cuál era la de la chica? No obstante, lo pensó con detenimiento y llegó a la conclusión de que debían ser pasadas las ocho o las nueve de la mañana, y a esa hora todos debían estar fuera haciendo negocios ilegales, asesinando personas o algo así. Excepto Hikari, ella no parecía salir nunca de la casa. ¿Estaría siempre encerrada como ella? Pues, sería simple, entonces: tocaría despacio en todas las habitaciones hasta dar con la indicada.
Y así lo hizo. Tocó en la primera puerta a su izquierda, y se sorprendió enormemente al escuchar pasos en su interior. Eso había sido rápido.
Sin embargo, su respiración se cortó una vez que la puerta se abrió y la recibieron un musculoso torso lleno de tatuajes y unos fríos ojos azules que recorrieron su cuerpo de pies a cabeza. Pues, no, esa no era —evidentemente— la habitación de la pequeña pelinegra.
—¿Astrid? —preguntó Hiroshi con asombro—. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
¡Gracias por leer! No olvides regalarme tu estrellita si te gusta la historia. Este capítulo estuvo especialmente dedicado a laurelLau798 ❤️