Capítulo 13

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Apenas salió de la vista del chico, Astrid corrió y se encerró en el baño del local

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Apenas salió de la vista del chico, Astrid corrió y se encerró en el baño del local. Su corazón estaba desbocado y sus manos y piernas temblaban intensamente. ¿De dónde había sacado ese valor? ¿Él habría notado su miedo?

Era él, tenía que ser él, y estaba huyendo aterrorizada en lugar de llamar a la policía o hacer algo al respecto. Pero, ¿qué le diría a la policía? ¿Solo que lo había visto?

No, con eso no podrían hacer nada. Necesitaba algo que los ayudara a identificarlo, ni siquiera sabía su nombre; tenía que hacer algo.

Salió rápido del baño y le dio una mirada a la mesa de sus amigos. Lo que iba a hacer era una locura y no podía involucrarlos. Rose y Joshua eran como sus hermanos, los amaba demasiado, así que tendría que hacerlo sola.

Sin pensarlo dos veces, se encaminó a la salida del bar, dispuesta a seguirlo.

«¿Qué mierda haces, Astrid? —se dijo y tragó en seco—. Vas a una muerte segura».

Pero eso no la hizo detenerse.

Él era un asesino brutal y ella era la única que lo sabía, tenía que encontrar algo que sirviera para identificarlo. Él no se iría tan lejos caminando, debía tener un auto cerca de allí. Si lograba ver la matrícula podrían localizarlo. Sería sigilosa y estaría de vuelta con sus amigos antes de que notaran su ausencia.

Cuando dio un paso fuera del lugar, un viento frío la recibió e hizo que se le erizara la piel. La calle estaba un poco oscura y casi vacía. Era tarde, si algo le ocurría no habría nadie para auxiliarla. Tenía que ser muy cuidadosa.

Miró en todas direcciones tratando de localizarlo, hasta que finalmente pudo verlo. Estaba lejos, se movía rápido, pero pretendía mantener una distancia segura, de cualquier modo.

Dio un par de pasos y notó el ruido que causaban sus zapatos de tacón al chocar con la calle a esa hora de la noche. Sin detenerse a pensar, se los quitó y comenzó a correr silenciosamente, llevando los pesados zapatos negros en sus manos. Los pies le dolían por el contacto con el pavimento, jamás andaba descalza, pero ni siquiera eso iba a detenerla.

Él había tomado un callejón oscuro y maloliente, lleno de basura y pequeños charcos de agua —un panorama que le causaba repulsión y en el que, en otras circunstancias, no hubiera puesto un pie ni siquiera usando zapatos—. No tenía idea de a qué lugar se dirigía, nunca se había adentrado en ese lado de la ciudad. Sin embargo, sentía más la adrenalina del momento que miedo. Ese cabrón no iba a salirse con la suya.

Se habían alejado a más de una cuadra del bar y un silencio sepulcral cubría el área, pero un ruido estrepitoso proveniente de un contenedor de basura lo rompió de repente.

«¡Mierda!», pensó Astrid al ver que el chico se detuvo súbitamente y miró hacia atrás, receloso.

Había sido seguramente algún animal, pero él lo había sentido a pesar de la distancia. Se recostó a la pared del callejón rezando por que la oscuridad fuera suficiente para mantenerla oculta. Algunas lágrimas se escapaban de sus ojos mientras los tenía cerrados con fuerza.

Lo había arruinado todo, ¿cómo se le había ocurrido hacer algo así? Le parecía estar escuchando la voz de su madre implorándole que no saliera, y la de Joshua alertándole del peligro. Pero siempre había sido testaruda y no escuchaba a nadie. Ya no tendría oportunidad de enmendarse, él iba a encontrarla y a matarla. Terminaría lo que había comenzado en la tienda...

Sin embargo, nada ocurrió.

Abrió los ojos despacio, solo para ver que el chico había desaparecido. ¿Había seguido su camino?

Su pecho subía y bajaba sin control y estaba paralizada. No obstante, tenía que moverse: no podía seguir allí ni tampoco podía dejarlo ir. Si lo continuaba siguiendo estaría rozando la demencia, pero no podía hacer que todo su miedo fuera en vano. No podía seguir viviendo a la espera de que alguien la asesinara el día menos pensado. Por ese motivo, se armó de valor y comenzó a moverse nuevamente entre las sombras. Si no era rápida lo perdería para siempre, así que corrió hasta llegar a la esquina del callejón.

Tenía que ver si el auto del asesino estaba por ahí o si se había alejado caminando, por lo que se asomó con cautela.

Sin embargo, encontró una escena que jamás habría imaginado. El chico estaba ciertamente ahí, justo al doblar la esquina, pero no estaba solo: un hombre alto y más grueso que él le estaba apuntando a la cabeza con un arma, a menos de dos metros, y lo tenía acorralado contra un auto.

Ellos no podían verla gracias a la oscuridad del callejón, pero ella sí podía ver perfectamente la expresión de odio en los ojos azules del chico. Al parecer, en esa ocasión estaba totalmente indefenso.

Sakura Hiroshi... —habló el hombre con algo de desprecio en su voz—. Al fin logro encontrarte, maldita rata blanca...

«¿Hiroshi?», repitió, mentalmente, y su corazón dio un vuelco.

Las palabras hicieron eco en su cabeza y el recuerdo de la tienda volvió a hacerse presente. Ese era el maldito nombre que tanto había tratado de recordar. Era él, sí que era él.

Sabía que tenía que huir, debía llamar a la policía. Pero estaba simplemente inmóvil, paralizada con lo que estaba ocurriendo.

—Así que tú eres el pequeño matón de la familia Sakura, el orgullo del maldito Sakura Orochi... —continuó el tipo. La expresión de Hiroshi se contrajo de ira al escucharlo, pero siguió sin responder, con el arma dirigida a su cabeza—. Me pregunto qué te vieron de interesante para hacerte su mascota y darte incluso su apellido... te amaestraron bien, pero ya da igual.

» Cuando acabe contigo no tendrán a quién mandar a hacer los trabajos sucios, y luego iré por cada uno de los «Dragones Rojos» que quedan. ¡Me vengaré hasta borrar su maldito apellido en pago por lo que hicieron con mis hermanos! ¡Vas a morir, bastardo!

El hombre empuñó con fuerza su arma y Astrid contuvo la respiración, aterrorizada. Sabía que estaba a punto de presenciar otro asesinato.

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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a LipDu27
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El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora