"La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno". -Walter Scott.
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Una chica inocente se ve envuelta por azar en un sangriento ajuste de cuentas de miembros de la mafia japonesa, conocidos como los "Dragones Rojos". A partir de es...
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El hombre la observaba con seriedad desde el otro lado del escritorio, mientras Astrid permanecía de pie en medio de la habitación. Su respiración aún mantenía un ritmo caótico. Dos hombres habían irrumpido en el cuarto y la habían conducido hasta llevarla allí, frente a quien suponía fuera la cabeza de toda esa maldita familia de mafiosos.
Nadie la había maltratado, pero no le habían dado demasiadas opciones tampoco. Así que allí estaba, aterrada y en el punto de mira de ese hombre tan peligroso. Quizás se debía a su ansiedad —o quizás simplemente había comenzado a delirar—, pero le pedía al cielo que uno de los hermanos apareciera para interceder por ella. El rostro inexpresivo de ese magnate japonés le causaba mucho más temor que cualquiera de las acciones de Hiroshi.
—Así que tú eres la chica que le ha causado tantas situaciones... «incómodas» a nuestra familia en estos días... —habló finalmente el hombre. Ella permaneció en silencio—. Mi nombre es Akihiro, y soy el padre y líder de esta familia. Comprenderás que luego de escuchar tanto sobre ti sentía curiosidad por conocerte...
—Ya me ha visto —respondió, sin mirarlo directamente—. ¿Puedo marcharme, entonces?
Quería escapar de esa situación cuanto antes, pero él parecía tener planes totalmente diferentes. Akihiro sonrió de una manera casi imperceptible y negó despacio con su cabeza.
—Lo siento, joven Astrid, pero creo que hay un par de cosas que debo decirte antes de que te marches. Es mi responsabilidad proteger a mi familia, y ya que eres el nuevo juguete de mi hijo, parece que—
—Yo no soy el juguete de nadie —lo interrumpió—, se equivoca respecto a eso, señor Akihiro.
Él solo se reacomodó en su sillón de cuero y suspiró profundo, sin despegar los ojos de ella. Astrid no sabía realmente qué reacción habían provocado sus palabras en él, pues era alguien impenetrable.
—Pues bien, desconozco entonces la naturaleza de la relación que mantienen tú y mi hijo. Solo sé que lo ha llevado a cometer algunas imprudencias, y tú comprendes que eso es algo que nos pone en riesgo a todos y que yo no puedo permitir, ¿no es cierto, Astrid?
Tragó en seco y asintió ligeramente sin levantar la cabeza. No mantenía ninguna relación con el bastardo de Hiroshi, eso jamás pasaría, pero no quería provocar la ira de ese hombre.
—Perfecto —continuó Akihiro—. Pues solo te diré algo: eres una chica hermosa, Astrid, mi hijo siempre ha tenido buen gusto, e imagino que eres igualmente inteligente. Sería una lástima que algo le ocurriera a una joven tan llena de vida como tú, así que he decidido que nuestra familia te protegerá. Al fin de cuentas, Hiroshi es mi primogénito y solo quiero su felicidad.
Astrid lo miró, totalmente escéptica. ¿Ese tipo acababa de decir que la protegerían? Ellos la tenían secuestrada, la habían arrancado de su familia y de su vida, la habían amenazado de muerte en más de una ocasión. ¿Estaba diciendo realmente que la protegerían?