Capítulo 54

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—¿Cuánto tiempo estará tu padre en Japón? —preguntó Astrid mientras se sentaba en uno de los sillones

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—¿Cuánto tiempo estará tu padre en Japón? —preguntó Astrid mientras se sentaba en uno de los sillones.

—No lo sé —le respondió Hiroshi y se apoyó en el escritorio de su padre, echándole un vistazo a las finanzas del casino—. Hubo una confrontación bastante seria con los enemigos de nuestra familia allá. Supongo que no regresará hasta que todo se calme nuevamente.

—O sea, que tú serás el «Señor Sakura» por un tiempo indefinido —se mofó la chica y él la miró por encima de los documentos.

—No veo que eso te ponga demasiado triste, él aún no llega a Japón y ya estás paseándote por toda la casa, incluso su oficina. —Elevó una ceja y ella le mostró el dedo medio fingiendo estar molesta.

—Bueno —dijo la chica levantándose del sillón y sentándose a su lado sobre el escritorio—, ¿cuál es tu primera tarea, «Señor Sakura»?

—Tengo que ocuparme del casino y recibir al abogado de nuestra familia, que debe estar a punto de llegar. Se suponía que él iba a reunirse con mi padre, pero tendré que recibirlo yo.

—De acuerdo, el casino... —Astrid suspiró profundo—. Hiroshi... ¿puedo preguntarte algo?

—Supongo que sí —dijo él con simpleza y la miró a los ojos—. ¿Qué quieres saber?

—Pues... —Ella bajó la mirada—. Lo que pasó con esa chica en aquella ocasión...

—¿Con Nozomi? —la interrumpió y ella asintió.

—¿Qué es exactamente lo que hacen las chicas en el casino?

—¿Pues qué crees que hacen? —respondió él, restándole importancia—. Solo trabajan.

Astrid soltó un bufido al escucharlo, lucía algo decepcionada. Él volvió su mirada a las finanzas, pero luego de un instante ella volvió a hablarle:

—Se prostituyen, ¿no es cierto?

—Astrid, por favor... —replicó él con hastío—. ¿Por qué haces preguntas cuyas respuestas no quieres verdaderamente escuchar? Ellas trabajan ahí, punto. Son chicas de compañía que entretienen a nuestros clientes más poderosos, lo que hacen o no hacen, no es tu problema.

—¿Cómo puedes ser tan insensible? —preguntó ella nuevamente. Lucía algo molesta—. Son seres humanos, son mujeres, no juguetes, ¿no sientes nada de remordimiento acaso por Nozomi? Tú tuviste una relación con ella, ¿no te importa en lo absoluto?

—¿Una relación? —replicó él y soltó una risa sarcástica—. Lo que me faltaba, ¡solo me la follaba, Astrid! ¡En ese caso tendría que sentir remordimiento por todas ellas!

La expresión de la chica se modificó totalmente al escucharlo. Hiroshi comprendió que quizás la había cagado un poco. Astrid se levantó del escritorio con rabia y sus ojos color miel se humedecieron ligeramente.

—Por un momento pensé que habías cambiado —le dijo la chica—, pero veo que soy una imbécil por pensarlo. Tú sigues siendo la misma mierda de siempre, y veo que yo tampoco te importo un carajo.

—Astrid, lo nuestro es diferente —respondió y trató de sostenerla por el brazo, pero ella se lo impidió, alejándose.

—¿Diferente? —le gritó ella—. ¿Diferente cómo, Hiroshi? Porque hasta ahora lo único que has hecho conmigo es eso, ¡follarme! ¿Qué es lo que harás conmigo luego? ¿También me mandarás a prostituirme cuando te aburras de mí?

La chica salió con rapidez de la habitación y él trató en vano de detenerla.

—¡Astrid! —la llamó y trató de caminar en su dirección, pero su hermana lo detuvo.

—Hiroshi —le dijo Hikari—, luego resuelves eso con ella, el señor Tanaka acaba de llegar.

Hiroshi maldijo por lo bajo y pasó su mano por su cabello desordenándolo un poco, pero luego le indicó que lo mandara a pasar. Su situación con Astrid tendría que esperar un poco.

El abogado entró en la oficina portando su portafolios y un lujoso traje negro, y ambos se saludaron cordialmente. Hiroshi lo conocía desde que era un niño, había sido siempre el abogado de su familia y uno de los mejores pagados de toda la ciudad —y probablemente del país—.

—Muy bien —dijo él sentándose en la silla tras el escritorio—, ya sabe que mi padre no está, así que lo escucho.

—El último negocio fue todo un éxito —respondió el hombre, muy complacido—. He venido, como siempre, a consultar qué harán con el dinero, si lo piensan invertir o si lo depositarán en la cuenta familiar.

—¿Es mucho? —preguntó Hiroshi y el hombre asintió.

—Es una suma bastante considerable, sería una buena inversión.

Hiroshi se recostó en la silla con una expresión muy seria. Era su turno de tomar las decisiones familiares y debía hacer lo más indicado. Por ese motivo analizó las opciones un instante y, finalmente, se dirigió al hombre:

—No lo invertiremos, ni tampoco lo pondremos en la cuenta de la familia. Estamos atravesando una situación bastante delicada y depositar tanto efectivo en nuestra cuenta puede llamar la atención de las autoridades. Tengo una mejor idea, le diré exactamente lo que hará...

Luego de terminar las negociaciones, Hiroshi subió las escaleras despacio hasta encontrarse a sí mismo frente a la puerta de Astrid. Pensó entrar, pero luego lo reconsideró. Quizás era mejor esperar que ella se calmara antes de que pudieran hablar.

Apoyó su frente en la puerta e inhaló profundo.

Quizás él no estaba hecho para las relaciones de pareja, pero esa chica colocaba todo su mundo de cabeza. ¿Cómo lo conseguía? No tenía la más mínima idea; lo que sí sabía perfectamente era que él solo abría su boca para lastimarla.

Astrid era una chica increíble, una hermosa y delicada flor que él estaba manteniendo prisionera y que merecía ser admirada por el resto del mundo. Quizás Hikari tenía razón y él era solo un egoísta de mierda, pues no pensaba dejarla ir por ningún motivo.

Pero tenía que hacer las cosas bien por una jodida vez en su vida, o él mismo terminaría por marchitar a su preciada flor.

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El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora