Capítulo 57

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En el camino de regreso a casa Hiroshi no paraba de mirar de reojo a Astrid

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En el camino de regreso a casa Hiroshi no paraba de mirar de reojo a Astrid. Le había regalado su pulsera hecha de cuentas de jade —una de sus posesiones más valiosas— como un recordatorio de que él haría todo lo posible por hacerla feliz.

Se marcharían juntos a Japón en cuanto su padre regresara y allá comenzarían una nueva vida. Quizás su familia no estaría totalmente de acuerdo, pero él quería y necesitaba un nuevo comienzo con Astrid. Quería, además, olvidar los últimos sucesos que había vivido y las cosas que había conocido sobre su pasado.

Sí, eso era todo lo que necesitaba para poner en orden su vida.

—¿Está todo bien? —le preguntó a la chica cuando estaban a punto de llegar—. Has permanecido en silencio casi todo el tiempo.

Lucía pensativa, pero le sonrió ligeramente y se acomodó en el asiento del auto.

—Es que... —comenzó a decir ella con algo de nerviosismo—. Hay algo que quiero decirte...

—Pues adelante, princesa, te escucho.

—Hiroshi, yo... no estoy totalmente segura aún, pero llevo unos días pensando que estoy—

—¿Qué carajos...? —la interrumpió al aparcar el auto y observar que la verja de la casa estaba abierta por completo.

Astrid se sobresaltó al escucharlo, y él descendió del auto rápidamente y corrió hasta la entrada. Tenía un muy mal presentimiento, que se convirtió en una certeza al ver los cuerpos ensangrentados de tres de sus hombres tirados en el jardín.

Su mente se nubló por completo y un solo pensamiento podía ver la luz: Hikari. Él la había dejado sola en casa.

—¡Hiroshi! —lo llamó Astrid, horrorizada, pero él ni siquiera pudo responderle—. ¡Oh, Dios Santo!

Hiroshi abrió la puerta principal de un tirón, deseando con todas sus fuerzas que su hermana estuviera bien. Nada podía pasarle a Hikari, nada podía pasarle a su hermanita; ella tenía que estar a salvo.

—¡Hikari! —gritó con todas sus fuerzas, pero no obtuvo respuesta. Un nudo enorme se formó en su garganta—. ¡Hikari!

Astrid entró tras él con los ojos llenos de lágrimas y se quedó paralizada al clavar la vista en una de las paredes. La chica llevó ambas manos a su boca sin apartar la mirada, y él deseó intensamente que no fuera lo que imaginaba.

No obstante, el tiempo pareció detenerse un segundo en cuanto él miró en la misma dirección. Eso tenía que ser una pesadilla, no podía estar verdaderamente ocurriendo.

Hiroshi cayó de rodillas al suelo al ver, clavada a la pared con cuchillos de cocina, una enorme porción de piel desgarrada y ensangrentada. No le tomó demasiado reconocer el diseño principal de los tatuajes que portaba: eran dos carpas.

Un grito de pura ira y dolor se escapó de su garganta y comenzó a verlo todo en rojo. Esos bastardos le habían arrancado a su hermana, a una de las personas que más quería en el mundo. Ellos se la habían arrebatado, al ser más dulce que alguien podía conocer, a la única porción de bondad que existía en su familia.

Su corazón se hizo pedazos en ese instante, sobre todo porque sabía que todo era su culpa. Él debía haber estado ahí para protegerla, él debía haber visto venir esa vil traición. Su padre jamás le perdonaría lo que había ocurrido, y él jamás podría perdonarse a sí mismo.

Hikari no merecía algo así, ella no lo merecía, y él le haría pagar con creces a todos los responsables. Se vengaría de todos, uno por uno. Su vista se posó en Astrid, que había comenzado a vomitar sin cesar en medio de su llanto, pero ni siquiera fue capaz de acercársele.

Se levantó como pudo del suelo y caminó tambaleándose hasta llegar al comedor, donde había un enorme rastro de sangre y las huellas de una pelea. Su pequeña hermana había sufrido y él no había podido salvarla.

Cegado por su ira, caminó hasta el dōjō y tomó su katana, además de armamento suficiente casi para abastecer a todo un regimiento. Miró la armadura del samurái y sintió una enorme opresión en el pecho. Había fallado en su misión de proteger a su familia, pero esa sería ciertamente la última vez.

Caminó nuevamente hasta la entrada de la casa y observó con un profundo dolor la piel de su hermana. Regresaría y le daría un entierro digno. Lo haría, pero primero cavaría las tumbas de todos sus enemigos.

Astrid se levantó con dificultad y lo tomó por el brazo con la tez pálida y los ojos llenos de lágrimas.

—¿Qué piensas hacer? —le preguntó.

—La hora ha llegado, Astrid, voy a hacer lo que debí haber hecho hace mucho tiempo...

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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a cinaferonte16
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El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora