Capítulo 22

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Casi veinticuatro horas habían pasado desde que Astrid estaba encerrada en esa habitación

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Casi veinticuatro horas habían pasado desde que Astrid estaba encerrada en esa habitación. Con cada minuto que pasaba más se esfumaban sus esperanzas de que alguien viniera por ella y la rescatara. No saldría con vida de allí. Por su ventana veía claramente la cantidad de hombres armados que había afuera, ¿cómo iba a salir?

La puerta de la habitación se abrió y ni siquiera se molestó en mirar. Estaba sentada en el suelo junto a la cama, extenuada de tanto sufrir ahí encerrada. No sentía deseos ni de saber quién era, daba igual de cualquier modo.

—Te he traído algo de comer. —No era el bastardo asesino, era su hermana, que se acercó y se puso de rodillas a su lado—. Tienes que comer, Astrid, llevas mucho tiempo en ayuno.

Hikari tenía razón, estaba sin fuerzas casi ni para moverse. Pero no sentía deseos de comer nada ni tampoco de hablar.

—Venga, no me iré de aquí hasta que comas algo —dijo la chica.

Traía consigo una bandeja con tres tazones humeantes y una botella de agua y, evidentemente, no planeaba desistir. Su expresión no revelaba nada, pero, por algún motivo, no la sentía como una amenaza tan grande como su hermano —a pesar de que había visto que no era precisamente una chica indefensa—.

—¿Él no va a dejarme ir, cierto? —le preguntó, pero la chica permaneció en silencio. Esa era una confirmación—. ¿Por qué me mantiene encerrada aquí? ¿Él va a matarme?

—Tú eres una amenaza para nuestra familia...

—Tu hermano fue quien se acercó a mí... —Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras su voz salía como un suspiro—. Yo nunca quise acercarme a él o a tu familia... Yo solo quería seguir mi vida y olvidar lo ocurrido en la tienda...

Hikari bajó la mirada, y luego le acercó la bandeja y unos palillos de madera.

—Necesitas comer —le dijo nuevamente.

—¿Para qué? De cualquier forma, voy a morir...

—Quizás, pero se vive un día tras otro, y al menos no morirás hoy.

La observó un instante y luego miró la comida. Estaba abatida por su situación, pero también estaba hambrienta y se sentía débil. Hikari podía tener razón: quizás se estaba rindiendo demasiado pronto y finalmente la policía la encontraría o descubriría una forma de escapar. Necesitaba tiempo y sin alimentarse solo lo estaba acortando. Eso la llevó a tomar la bandeja y los palillos en sus manos.

Nunca había usado unos palillos, pero Hikari le mostró cómo hacerlo. Sin embargo, la comida no dejaba de escapársele, lo cual hizo a la chica sonreír.

—Descuida, con el tiempo te acostumbras... —le dijo, y Astrid se sintió muy extraña al escucharla y verla sonreír.

Por un momento olvidó que estaba encerrada contra su voluntad y la vio amigable. Pero, al pensar en lo que dijo sobre el tiempo, volvió a la realidad: ella no tenía tiempo.

Había solo dos opciones: o volvería a su hogar, donde nunca más vería palillos; o moriría. Y en ese caso jamás volvería a ver cubiertos en general... o nada. Esos pensamientos hicieron que nuevamente perdiera las ganas de comer. No obstante, decidió aferrarse a la idea de que volvería a casa y, con algo de dificultad, logró llevarse un poco de comida a la boca.

—Es ramen —le informó Hikari—, ¿te gusta?

Asintió ligeramente, pues sabía muy diferente a lo que estaba acostumbrada a comer, pero no estaba mal. Era solo eso, diferente, aunque en su estado casi cualquier cosa de cenar le hubiera parecido perfecta.

—También hay arroz.

La chica le acercó otro tazón y sonrió una vez más al ver cuán complicado le estaba resultando alimentarse. Era difícil de explicar —sobre todo porque no habían tenido un buen comienzo—, pero la mirada dulce de Hikari le inspiraba algo de confianza, totalmente lo contrario de su hermano. Él solo le causaba repulsión y odio. Sin embargo, todos en esa familia eran sus enemigos, la estaban manteniendo cautiva, después de todo. No podía simpatizar con ninguno.

—Es tarde, termina de cenar en paz y luego descansa —le dijo Hikari—. Mañana vendré a recoger esas cosas.

Luego se levantó del suelo y se marchó, dejándola sola una vez más.

Astrid suspiró profundo y miró el tazón blanco de porcelana entre sus manos. Tenía un nudo en la garganta y un dolor profundo en el pecho. Pero tenía que ser fuerte, por lo que silenció sus pensamientos negativos y continuó comiendo. Saldría de esa, de alguna forma lo lograría.

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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a valentina05_19
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El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora