Capítulo 60

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El rostro infantil vislumbraba, entre lágrimas, un terror intenso

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El rostro infantil vislumbraba, entre lágrimas, un terror intenso. Mientras tanto, Hiroshi le apuntaba con el arma a la cabeza sin rastro alguno de remordimiento. Tenía en su otra mano la katana ensangrentada y, aunque sus heridas en el brazo y en la pierna permanecían abiertas, él estaba tan cegado por la sed de venganza que parecía no sentirlas.

Astrid miraba sus fríos ojos azules y su pálido rostro salpicado de rojo, y solo podía ver al desgraciado que le había disparado aquel día en la tienda. No había rastro del otro Hiroshi que creía conocer. ¿Dónde estaba el chico que le había prometido intentar hacer todo a su alcance por verla feliz? ¿Por qué había sido remplazado por esa bestia sin corazón que tenía en frente?

O, quizás, esa era la versión auténtica de Hiroshi y ella había estado demasiado ciega para comprenderlo.

Pero, no, jamás le permitiría cometer semejante atrocidad. Ese niño no tenía más de cinco o seis años y no era responsable por ninguno de los crímenes de su familia.

—Baja el arma, Hiroshi —dijo ella.

—¿O qué, princesa? ¿Me vas a disparar? —respondió él en un tono irónico—. Ya hemos pasado por esto, Astrid, y ambos sabemos que no eres capaz de hacerlo...

—Pues, créeme que esta vez sí lo haré. No permitiré que asesines a alguien que no tiene la culpa de los pecados de sus padres, ¡no lo haré!

—¿Y qué pasa con Hikari? —gritó él—. ¡Ella tampoco tenía la culpa de nada! Dime, ¿tuvieron algo de piedad con ella? ¡Todos los jodidos Miyasawa merecen morir! Esta maldita escoria crecerá y se convertirá en otro ser depreciable, ¡acabaré el mal de raíz borrando el apellido!

Astrid miró un instante al pequeño, que no paraba de estremecerse, y vio como sus pantaloncillos se mojaron. Él no podía morir, ya había pasado demasiado al vivir toda esa escena.

—Detén esto, Hiroshi, por favor... —suplicó con un enorme nudo en la garganta—. Aún estamos a tiempo, vámonos a Japón como prometiste y empecemos de cero. Vamos a ser felices, por favor...

—¿Empezar de cero? —El chico rio sarcásticamente—. No existe nada como eso, Astrid, es totalmente imposible... Toda mi familia fue brutalmente asesinada, tanto aquí como en Japón, y cuando todo esto termine probablemente pasaré el resto de mis jodidos días en prisión... Todo se acabó, princesa, se acabó...

Astrid pudo palpar el profundo dolor detrás de sus palabras, y lo sentía tan dentro como si fuera suyo propio. Él también había tenido una larga vida de sufrimiento, pero eso no justificaba su accionar.

—No, aún no se acabó, me tienes a mí, juntos podemos—

—¿Te tengo a ti? —la interrumpió, sonriéndole como un demente. Estaba totalmente fuera de control—. ¡Yo jamás te he tenido, Astrid! ¡Tú me has odiado todo el tiempo, solo has querido librarte de mí!

—¡Claro que no! ¡Ya te dije que dejé de odiarte! ¡Detén toda esta locura y larguémonos de aquí!

—No —afirmó el chico—. Voy a terminar lo que comencé. Si quieres detener esto dispara sin miedo, ¡dispárame, Astrid!

El grito de Hiroshi incitándola logró conmocionarla por completo, pero no soltó el arma, solo la sostuvo con más fuerza.

—¡No quiero hacerlo! —respondió, y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas—. ¡No me obligues a hacer esto!

—¿Por qué no quieres, princesa rebelde? ¿Por qué no quieres matarme? Yo te disparé, ¿recuerdas? Yo te secuestré, te hice sufrir, y yo... asesiné a tu mejor amigo...

—¿Qué? —Astrid sintió su sangre helarse—. ¿D-de qué estás halando?

—De la molestia con lentes, Astrid... —Volvió a sonreírle con malicia.

—¿Joshua? —preguntó ella en un susurro.

—Ese, Astrid, Joshua... él te estaba buscando, quería salvarte, pero se metió en el lugar equivocado...

—No. —Ella negó con la cabeza entre sollozos—. Eso no es cierto, solo lo dices para herirme...

—Lo es, princesa... Fue al casino y allá mismo me divertí torturándolo, y luego de que me aburrí le pegué un disparo en la cabeza... Me deleité viéndolo desangrarse, Astrid, y después mis hombres lo lanzaron al río más cercano... Pero, ¿sabes qué es lo más divertido? —Astrid seguía negando, incrédula—. Justo antes de dispararle le dije que no se preocupara por ti, que ahora era yo quien te follaba...

—¡Cállate! —gritó—. ¡Ya basta! ¡Cállate! Cállate... ya no quiero escucharlo más...

—Eso es, princesa, ódiame, porque si no me disparas voy a terminar lo que comencé, y si disparas y fallas te aseguro que volveré por él. Tú también tendrás que vivir con todo esto por el resto de tu vida...

Al ver que ella no se movió, conmocionada por sus palabras, Hiroshi volteó su cabeza hacia el niño una vez más, atravesándolo con su siniestra mirada, y rozó el gatillo con su dedo índice.

El tiempo pareció detenerse un instante para Astrid cuando los dos disparos hicieron eco en la habitación...

El niño gritó, horrorizado, y salió corriendo, mientras la mano de la chica temblaba sosteniendo el arma.

Hiroshi miró con incredulidad a su pecho, donde dos puntos rojos comenzaron a crecer manchando aún más la tela blanca de su camiseta. Parecía que sus ojos azules se saldrían de sus órbitas mientras comprendía lo que acababa de ocurrir. El arma y la katana cayeron al suelo, y se llevó ambas manos a su pecho en un intento de contener la sangre que emanaba. Pero era en vano, el líquido ojo se escapaba entre sus dedos.

Todo el cuerpo de Astrid se sacudía mientras las lágrimas continuaban bañando su rostro. Él no le había dejado opción.

Hiroshi la miró un instante, justo antes de desplomarse en el suelo con un hilo de sangre saliendo de su boca. Ella arrojó el arma y se lanzó de rodillas a su lado, sosteniéndolo entre sus brazos.

—Lo siento... —susurró Astrid entre sollozos—. Lo siento...

Él tosió, ahogándose con su propia sangre, y luego llevó su mano derecha al rostro de Astrid, manchando de rojo su mejilla mientras la acariciaba lentamente y trataba de secar algunas de sus lágrimas.

—Lo siento, Hiroshi, lo siento... —volvió a decir ella y le depositó un pequeño beso en la frente. Sintió como el cuerpo del chico se tensó entre sus brazos y luego se quedó totalmente inmóvil.

Astrid gritó de frustración y de dolor. Llevó sus manos a su vientre, pero ya no había marcha atrás. Su intenso llanto era lo único que interrumpía el silencio, y miró por última vez esos fascinantes ojos azules que, en lugar de avispados como siempre, estaban totalmente vacíos. Esos ojos ya no estaban viendo nada, y era únicamente su culpa.

Hiroshi Sakura había irrumpido en su vida como un huracán, llevándose todo a su paso. Él había borrado la delgada línea que separaba el odio del amor y el miedo de la fascinación. La había hecho sentir viva como nunca antes, solo que jamás había sido de la forma adecuada. Él siempre sería una parte imborrable de su existencia, un recuerdo vívido y doloroso que se llevaría consigo hasta su tumba...

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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a MaraCelesteMatasMora
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El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora