Capítulo 23

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La mañana siguiente llegó bastante rápido para Astrid, apenas había logrado dormir

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La mañana siguiente llegó bastante rápido para Astrid, apenas había logrado dormir. Estaba impaciente, y la ansiedad le nublaba los sentidos. Esperaba de un momento a otro que ese bastardo maldito apareciera y terminara lo que había empezado en la tienda. No comprendía por qué la había mantenido con vida por poco más de un día, pero no confiaba en lo absoluto en que estaba a salvo.

¿Dónde diablos estaba la policía? Si no se apresuraban no llegarían a tiempo.

Tomó un baño lo más rápido que pudo, salió de la ducha y se vistió. El vestido era azul claro y bastante cómodo, pero le quedaba un poco corto, al igual que el que había usado el día anterior. Seguramente eran de Hikari, a quien le sacaba unos centímetros de altura.

Estaba lista para regresar al cuarto, pero soltó un grito de sorpresa apenas salió del baño: Hiroshi había regresado, haciendo realidad su mayor temor.

Estaba sentado en la cama, vestido casi por completo de negro —al igual que todas las veces anteriores que lo había visto—. Al verla, recorrió su cuerpo con la mirada, sin ninguna sutileza. Astrid haló hacia abajo la costura del vestido instintivamente, pero no cubría mucho más que la mitad de sus muslos. Era un depravado y ella estaba en su punto de mira.

Ambos se quedaron en silencio, pero ella se encargó de clavarle su mirada de odio. Sin embargo, Hiroshi no estaba totalmente inexpresivo como siempre, su rostro vislumbraba un pequeño rastro de diversión. A ese cabrón de mierda le divertía tenerla a su merced, y su sangre hervía al saber que no podía hacer nada al respecto. Cuánto anhelaba ponerlo en su sitio y hacerlo pagar por sus crímenes.

—Buen día, Astrid Greene... —le dijo, finalmente.

—Será bueno para ti, porque el mío acaba de arruinarse sin remedio al ver tu jodida cara de criminal... —respondió ella, tratando de sonar lo más convincente posible.

Hiroshi sonrió ligeramente con algo de malicia.

—Créeme, Astrid, voy a extrañar tu sentido del humor...

Ella tragó en seco al escucharlo y su estómago dio un vuelco. ¿Él estaba diciendo que extrañaría algo de ella? ¿Ya se había decidido, entonces? ¿Iba a matarla?

Eso no podía pasar.

El chico se levantó de la cama y comenzó a caminar muy lento hacia ella. Era muy peligroso, pero no sé rendiría tan fácilmente como un corderito asustado. Sus pies tropezaron con la mesita de noche mientras retrocedía ante el avance de su secuestrador. Sin embargo, una de sus manos comenzó a tantear tras su espalda sin que sus ojos dejaran los fríos ojos azules de Hiroshi un instante.

«Bingo», pensó, y una oleada de adrenalina la recorrió. Había dado justo con lo que quería...

—¿En serio vas a extrañar mi sentido del humor? —preguntó Astrid y él la miró con escepticismo—. Lamento decirte que solo se extraña lo que ya no está, y yo no pienso irme a ningún lugar...

Sin darle tiempo a reaccionar, se abalanzó hacia él y lo golpeó en la cabeza con todas sus fuerzas, utilizando uno de los tazones que le había dejado Hikari. La porcelana rompiéndose hizo un ruido estrepitoso, pero logró su objetivo: Hiroshi cayó al suelo, aturdido.

«Es ahora o nunca», se dijo y corrió hacia la puerta, que estaba cerrada sin llave. No sabía qué diablos encontraría afuera, pero no iba a quedarse esperando la muerte dentro.

Estaba en el pasillo de la casa, donde seguramente solo había puertas de habitaciones, así que corrió con torpeza hacia las escaleras. No tenía idea de hacia dónde estaba yendo, pero ese lugar debía tener una salida trasera o algo así donde no hubiera tantos guardias. Si iba a morir, no sería sin dar pelea.

Bajó las escaleras a toda velocidad y los escalones de madera sonaban al contacto con sus pies descalzos. El aire casi no llegaba a sus pulmones. No tenía un plan, ni siquiera una idea remota de si existía una posibilidad de salir sin que nadie la viera, pero sabía que el golpe no detendría a Hiroshi por mucho tiempo y que luego iría por ella sin compasión. Rezaba por encontrar una salida. Vio la puerta principal por la que habían entrado de madrugada y, a través de los cristales, pudo ver también que justo afuera había dos personas.

«Mierda», se dijo y miró un instante a su alrededor. Había otro camino, así que corrió sin pensarlo dos veces. Estaba huyendo de los lobos en su propia madriguera.

Atravesó un comedor, en el que había una mesa de madera enorme y varias sillas, y finalmente se vio a sí misma frente una puerta. Dudó un instante, pero no tenía mucho más que perder, así que la empujó y se coló dentro. No obstante, se quedó paralizada al mirar en su interior.

Era una cocina grande y pulcra, en la que justamente estaba la cocinera: una anciana —japonesa, al parecer— que la miró fijamente. Astrid comenzó a temblar y algunas lágrimas rodaron por sus mejillas. Estaba aterrada, pero tragó en seco y habló con algo de dificultad:

—Por favor... —Sus palabras no eran mucho más que un susurro—. Por favor, no diga nada, no diga que estoy aquí...

Era posiblemente una estupidez pensar que aquella anciana la ayudaría, pero se aferraba al menos a la mínima esperanza. Sin embargo, la arrugada mujer —con el cabello blanco recogido en una larga trenza— parecía desorientada. Un destello de compresión la golpeó: no entendía nada de lo que le había dicho.

Anata wa daredesuka* —preguntó la anciana luego de un instante, y ella no tenía la más mínima idea de qué quería decir.

—Y-yo no hablo japonés... —dijo, y más lágrimas inundaron su rostro.

A un par de metros detrás de la mujer podía ver una puerta que seguramente daba a un jardín trasero de la casa, pero si la anciana gritaba o le alertaba a alguien que estaba ahí, sería su fin. Sin embargo, dio un pequeño paso hacia delante y la mujer no se movió, por lo que siguió avanzando y la rodeó con cautela. No podía creerlo, ¿la estaba ayudando? Cuando se vio a sí misma frente a la puerta le dio una última mirada a la anciana, que permanecía impasible.

—Gracias... —susurró, aún llorosa. ¿Tendría posibilidades de escapar?

Abrió la puerta, esperanzada, y se movió rápido. Había estado en lo correcto, afuera había un jardín totalmente verde y lleno de flores. Había logrado salir de la casa, estaba solo a un paso de salvar su vida...

Pero entonces escuchó algo que hizo que su alma abandonara su cuerpo un instante. Era un sonido que había escuchado solo dos veces, una en la tienda y otra en el callejón donde Hiroshi la había secuestrado...

Era el sonido de un arma justo antes de dispararse.

Se giró despacio, conteniendo la respiración, y algo muy dentro le gritó lo último que quería escuchar: estaba perdida o, peor aún, estaba muerta. A menos de tres metros de ella había un hombre alto y corpulento que vestía un traje negro, y que le estaba apuntando con su arma sin ningún rastro de vacilación. Sus últimas esperanzas se habían esfumado, ese era su adiós.

*¿Tú quién eres?

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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a melanieparodi
❤️

El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora