Capítulo 29 - Hora de bajar

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Santin llegó a eso de las cinco de la tarde; yo estaba tomándome un descanso cuando él llegó

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Santin llegó a eso de las cinco de la tarde; yo estaba tomándome un descanso cuando él llegó.

—¡No hagas eso! —grité.

—No quería asustarte, lo juro —suspiró—. Solo que verte dormir, no creo que haya más placentero que eso.

Santin se recostó conmigo un rato sobre la cama.

—Entonces... ¿qué sabes del testamento? —lo miré, y sus ojos se encontraron unos segundos con los míos.

Suspiró y se quedó mirando al techo.

—La verdad es que no sé lo que contiene. Solo sé que el testamento siempre le pertenece al heredero al trono, en este caso a ti —sonrió.

—Hmm —dudé, antes de preguntar. Lo medité unos segundos, mientras Santin me miraba expectante—. Y si te dijera, que en este momento sé que hay que debo hacer, pero necesito que me ayudes.

—¿Corres peligro haciéndolo? —negué con la cabeza—. Porque si es así, no.

Me paré en la cama y busqué el testamento. Me senté junto a él, abrí el libro y le mostré la imagen donde yo estaba amarrada en la silla, más la frase que estaba debajo.

—Vaya... eres tú —me miró sorprendido, yo asentí—. ¿Qué deseas hacer? —preguntó, inquieto.

—Quiero bajar al reino de los caídos. Quiero hacer lo que dice el testamento, quiero conseguir mis poderes.

—No lo sé, Yulian —me miró dudoso—. Hace siglos que no bajo.

—Por favor... —supliqué—. Ya casi cumplo los dieciocho, y necesito saber qué hacer. Necesito conocer mi reino.

Santin pasó su mano por mi mejilla y la fue bajando; pasando por mi hombro, por mi brazo, hasta detenerse en la palma de mi mano.

Asintió.

—Está bien, pequeña mía. Vamos a ir.

Me paré ansiosa, pero a la vez aterrada, porque no sabía ni cómo lo íbamos a hacer.

Me puse los zapatos rápidamente y le dije que estaba lista. Santin seguía más que dudoso; más bien parecía con miedo.

—¿Segura qué quieres ir? —se rascó la cabeza—. Podemos hacer otra cosa... —seguía insistiendo.

—Necesito bajar, por favor.

—Está bien, preciosa. Está bien —Santin tomó mi rostro con sus dos manos—. En esta ocasión tendré que llevarte yo, porque aún no tienes tus alas.

—Está bien...

Santin me dijo que cerrara los ojos un segundo, y yo obedecí. Cuando me dijo que los podía abrir, no pude disimular la sorpresa.

Santin estaba parado frente a mí, con unas alas enormes y perfectas; de un negro brillante.

Las alas ocupaban casi toda mi habitación. Se movían con total naturalidad.

Amarrada [Libro 1] (COMPLETA Y EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora