Capítulo 31 - Recuérdame

266 55 9
                                    

Me quedé con Santin en una pequeña cabaña

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me quedé con Santin en una pequeña cabaña. Debía esperar que se terminara de recuperar.

La cabaña era de un hermoso tono café, con toda la decoración hecha en madera. Tenía una cocina y una pequeña sala de estar. Había varios cuadros colgados en las paredes. Me imaginé que de alguna familia. (Todo estaba en sola habitación; desde la cama podías ver la nevera e incluso la puerta de salida.)

Santin estaba recostado en una pequeña cama al final de la cabaña. Como su piel seguía más fría de lo normal, decidí colocarle una manta encima. Pasé mi mano por su suave cabello, esperando que despertara, deseando que sintiera mi contacto.

Me senté en una silla que se encontraba en la esquina de la habitación, junto a él. Estiré mis pies y volví a mirarlo. Su rostro tan perfecto, cada detalle realizado a la perfección; sus cejas castañas y pobladas, sus largas pestañas, su nariz perfilada. Su cabello rubio, pero no un rubio claro, era más bien uno cenizo; tenía su boca entreabierta. Suspiré ante tal perfección.

Deseaba que pronunciara algo, por más mínimo que fuera.

Todo había sucedido tan rápido que aun nadie había podido darme explicaciones.

Miré la espada que reposaba junto a la cama y volví a suspirar. Al parecer la espada estaba creada en el único material capaz de asesinar a un ángel para siempre, y nadie sabía cuál era.

Todos los ángeles comentaban, gritaban aterrados que mis alas eran grises. Se supone que solo eran blancas o negras, y las mías eran de un perfecto gris oscuro. Algo que se supone que no había pasado jamás en la historia.

Mark y Noah se fueron a hablar con los ángeles para reconstruir toda la ciudad. Para volverla a empezar desde cero. No sabía cuánto iban a tardar.

Mis ojos solo se enfocaban en el pecho de Santin; vigilando que siguiera respirando. Bajaba y subía a un ritmo lento, pero casi que tranquilizador.

Nadie tampoco entiende como lo pude devolver a la vida, y por ello necesito vigilarlo todo el tiempo. Hasta que vuelva a ser él. No lo perderé.

Ageo ha venido a traerme comida varias veces. Es un ángel muy valioso; se queda conmigo mientras como, para él asegurarse de que si lo estoy haciendo.

Me la pasaba la mayor parte del día caminando y dando vueltas por toda la habitación, o sentada en la silla junto a la cama, pero sin quitar mis ojos de Santin.

Me acerqué a la ventana, comenzaba a llover. Los ángeles más mayores corrían para esconderse de la lluvia, mientras que los más jóvenes salían de sus casas corriendo para jugar bajo ella; saltaban y bailaban sobre los charcos de agua.

Mi cuerpo se sentía cansado, pero yo no. Yo me sentía con energía mientras mi cuerpo pesaba con cada movimiento que realizaba. Era increíble esa sensación; sentir que puedo acabar con el mundo entero, pero que mis manos no sean capaces de cerrarse en un puño.

Amarrada [Libro 1] (COMPLETA Y EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora