Capítulo 8

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Es día de limpieza.

Tengo que aprovechar la mañana para limpiar todo lo que pueda, así que he sacado varios utensilios de limpieza y los he puesto frente a mí. Trapeador, escoba, cubetas, diferentes limpiapisos e incluso una especie de gel que deja el piso brillante. Me hago una coleta y comienzo por tender mi cama. Quedé de jugar con los chicos y con Stella en la noche, además el primer encuentro se acerca. Es muy poco tiempo para prepararnos, pero aun así eso no me detendrá.

Comienzo a mezclar en una cubeta y despejo el suelo. Tal vez también debería darle una limpieza a las paredes, aunque este departamento es una ratonera.

—Estos si son buenos días —dice alguien desde la puerta.

Alan se queda mirándome con una sonrisita coqueta. ¡Mierda! Debí cerrar la puerta del apartamento.

—Bonito pijama—dice, mirándome de arriba para abajo.

De repente el pequeño short que traigo puesto se siente como muy poca tela. Le doy la espalda y sigo mezclando, va a ser mejor que lo ignore, así como ignoro el olor penetrante que sale del balde.

—No hagas eso—dice.

No le contesto. ¿Qué no haga que? ¿Ignorarlo?

Su mano aparece en mi campo de visión y me quita la botella de las manos. Luego agarra el balde y se dirige hacia la ventana. La abre y tira el contenido del balde hacia afuera. Lo miro con la boca abierta. No puedo creerlo. ¡¿Qué hace?! ¡¿Está loco?!

—¡¿Qué carajos hiciste?! —le grito, corriendo hacia la ventana. Me asomo por la ventana y veo que Alan mojó a alguien en la acera—. Mira eso.

—Ups—se ríe él. Luego inclina el cuerpo sobre la baranda y grita—¡Lo siento!

La figura bate su puño hacia nuestra dirección, lo que indicaría que no está para nada contento.

Aun tiene el balde.

—Dámelo—le digo.

—Primero dame un beso—me guiña un ojo.

—No, solo dámelo.

Solo está tonteando conmigo de nuevo, eso es todo. ¿Acaso no tiene más mujeres a las qué perseguir? Suspiro.

—¿Por qué hiciste eso? —le pregunto.

—Pff, eres una amargada—rueda los ojos, ignorando mi pregunta—. Y fuera de eso te querías intoxicar a punta de cloro. No puedes simplemente mezclar todo lo que encuentres, y menos en un sitio tan pequeño. ¿Te quieres intoxicar?

—¿Qué? —parpadeo, confundida.

—Que no es así como debes hacerlo. El olor puede volverse peligroso.

Me da curiosidad cómo alguien como él sabe algo así. Creí que era un bueno para nada, bueno, de hecho si lo es pero al parecer tiene conocimientos ocultos.

—Ohhh, entonces no eres tan burro—junto mis manos, sorprendida.

—Oye, eso es ofensivo—bufa.

—¿Ofensivo? ¡Acabas de mojar a alguien de la calle con cloro!

—Ya me disculpé—se ríe.

Ruedo los ojos y trato de quitarle el balde de nuevo, pero es mas alto que yo. ¿Por qué no se va a su apartamento? ¡Me está molestando!

—Eres tan tierna—sonríe.

—¡Dámelo!

Es como si sus ojos brillaran un poco al verme, pero sé que solo es el efecto del deseo, porque para él cualquier mujer es atractiva. Desisto, no voy a alcanzarlo. Me acerco a él y le doy un beso suave en la mejilla, esperando que eso sea suficiente, pero su cercanía y su aroma masculino me golpean con fuerza. Cuando me separo, él parece igual de aturdido. Le sonrío con malicia.

—Gané—le digo, mostrándole el balde.

Se queda elevado por un momento, hasta que entrecierra los ojos hacia mí y sonríe.

—Eres malvada. Ven, te enseñaré como debes mezclar esto.

Me jala de la muñeca hasta donde están todas las botellitas y baldes. Pero bueno, ¿desde cuándo tenemos tanta confianza? Se arrodilla frente a los implementos de aseo y comienza a explicarme, y por un momento no me parece tan cretino. No entiendo muy bien lo que dice, pero hace una mezcla con la que asegura que el piso quedará brillante.

Me entra la duda.

—¿Cómo sabes algo así? —me atrevo a preguntar.

Desvía la mirada con incomodidad.

—He tenido algunos trabajos.

Me atrevería a pensar que han sido varios, porque demuestra bastante experiencia. No sé que pensar de eso. ¿Qué clase de vida habrá tenido Alan?

Coge un trapeador y comienza a remojarlo. 

—¿Me vas a ayudar? —le pregunto.

—¿Quién dijo que te iba a ayudar? —se ríe.

Ah.

—Me lo imaginé —me cruzo de brazos.

—Es broma —sonríe—. Te ayudaré, no me arriesgaré a que te atragantes con el trapeador.

—Muy gracioso—le digo, aunque no niego que es simpático.

Ni siquiera pude agradecerle por haberme traído a casa aquel día, pero si se lo digo, terminaría preguntándole por qué se puso tan seductor. Tal vez sea mejor dejarlo pasar, además cuando lo tengo a una cercanía increíblemente peligrosa no soy capaz de pensar con cabeza fría. No sé si me gusta verlo o me duele.

Alan trae el trapeador de su departamento para prestármelo —porque él tiene el mío—, y comenzamos a trapear. Pero cuando llega el momento de regar el agua, me tira el agua fría a la cabeza.

Lo miro con furia. ¡Estoy empapada!

—¡¿Qué haces?! —le grito.

—Me divierto a costa tuya—se ríe.

No voy a dejarlo salirse con la suya. Me dirijo a la cocina, lleno un recipiente con agua y se lo lanzo a la cabeza. Se deja de reír y me mira con mucha seriedad.

—No te atreviste—farfulla, molesto.

Le saco la lengua.

—Te lo tienes merecido.

Me responde con más agua y así empezamos a tirarnos agua el uno al otro, hasta que terminamos empapados. No puedo parar de reír. Ni siquiera me importa el frío, debería estar preocupada porque mi apartamento se está mojando por todas partes. Trato de detener su brazo mientras intenta tirarme mas agua en la cabeza.

—¡Basta! —le digo riendo, mientras hago fuerza contra su mano para evitar que continúe con sus planes.

Su fuerza se reduce y me mira a los ojos fijamente. Por un momento yo tampoco puedo parar de mirarlo. Sus ojos negros son tan profundos, como si pudiera atravesar mi alma. Me recorre un escalofrío, pero no sé si es por el frío o por otra cosa. De repente se me viene la voz de Homero Simpson a la cabeza: deberíamos besarnos para romper la tensión.

El agua fría me cae en la cabeza.

—¡Frío! —me quejo—. ¡Me estoy congelando!

—Me encanta verte mojada, pastelito—dice, seductor—. Pero si seguimos vamos a inundar el apartamento. 

¿El apartamento? Me separo de él y miro alrededor. No puede ser.

—¡Mi apartamento! —grito.

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Dato curioso: Si no me falla la memoria, en el capítulo 8 de Lorena contra el jefe, Lorena tuvo el primer acercamiento con Daniel. Que haya pasado aquí otra vez es coincidencia :v

Valeria por el premioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora