Capítulo 5

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No puedo quedarme a dormir en este bar, pero estoy tan deprimida y borracha que podría. Que tonta fui.  Creí que Lore me esperaría, que de alguna manera nos iríamos los tres juntos, pero debo empezar a comprender que ella ahora tiene a Daniel para que la cuide. No como yo. ¿Por qué me esperarían de todas formas?

Trato de mirar al frente. Diego y Alan se están poniendo de pie, pero ni siquiera ellos parecen preocuparse por mi estado. Diego tiene mala cara así que sale primero, y luego Alan dice algo que no alcanzo a escuchar y también sale. Estoy sola. Entonces me permito llorar. Me han dejado aquí ebria.

¿Qué me está pasando?

Sea como sea, será mejor que encuentre el camino. Me pongo de pie como puedo, pero mientras me apoyo contra la mesa mis manos tiemblan. Vuelvo a caer en la silla. Es inútil, no puedo salir de aquí. Cierro los ojos y por un momento todo se pierde. Cuando vuelvo a abrirlos han pasado dos horas y la realidad vuelve a golpearme.

Estoy muy molesta con Lore, con Alan y con todos. Pero me siento mas molesta conmigo misma por depender de otros.

Es suficiente, tengo que salir de aquí. Me levanto como puedo y trato de guiar el camino, pero me da mucho miedo estar caminando en estas condiciones. Ni siquiera puedo ver con claridad. Solo espero mañana no recordar nada de esto o me sentiré peor.

Las nauseas aparecen y termino vomitando ahí en medio de la calle. Qué asco.

—¿Sigues aquí?—pregunta alguien detrás de mí.

Me volteo con dificultad. Debo estar viendo cosas, estoy tan encaprichada con él que me lo estoy imaginando.

Ay no, ahí viene la arcada otra vez.

—Diablos, definitivamente no estás hecha para esto—me jala del brazo—. Vamos. Hay que ir a tu apartamento.

Genial, y ahora me he ganado su caridad.

—¿No te... fuiste? —trato de preguntar.

—Me fui, pero ya volví.

Es verdad, tiene una chaqueta puesta. No la traía cuando estuvo aquí antes. No lo entiendo... ¿Por qué se regresó?

—No te ves bien, pastelito.

—No me llames... —no termino de hablar, porque las arcadas vuelven. Sin embargo no vomito.

Alan se saca un pañuelo del bolsillo y me limpia la boca con una  expresión trastornada en su rostro. No sé qué hace aquí si ya dejó en claro que solo soy un juego.

—Bien, lo que sea —suspira, algo fastidiado—. Hay que irnos.

Me jala del brazo y yo solo me dejo. No vale la pena que me resista, sería peor quedarme aquí y no me siento con la fuerza para volver por mi cuenta. No sé en que momento aparece un taxi, pero ambos nos subimos y aprovecho para descansar la cabeza sobre la ventanilla.

—Tu amiga te dejó sola, ¿eh? —lo escucho decir—. Vaya amiga tienes.

Refunfuño en voz baja. Tiene suerte de que esté borracha, o si no le decía un par de cosas por desquitarse con Lore. Aunque eso no quita que de cierta forma tenga razón. Pero es comprensible. Lore no está sola. Yo si.

Aprovecho el trayecto en taxi para tratar de descansar un poco, pero cuando llegamos a nuestro destino no soy capaz de moverme. Estoy adormilada. 

—La chica no puede quedarse aquí—se queja el taxista—. Haz que baje.

Solo oigo al taxista quejarse. De alguna forma me jalan hasta afuera y el aire frío me golpea con fuerza. Deben ser cerca de las cuatro de la mañana. Menos mal mañana no tengo que ir a trabajar, o si no sería muy difícil levantarme mañana en la mañana. Alan me jala de la mano hasta el ascensor. No me quiero imaginar la cara que debió haber puesto el vigilante de la entrada al verme así. El silencio es rotundo, y a diferencia de las veces en las que nos hemos encontrado en el ascensor, esta vez es totalmente diferente.

Llegamos frente a mi puerta. Las llaves... sí, tengo que buscar las llaves. ¿Donde las habré dejado? Trato de mirar en mi bolso pero no las veo. Toco algo metálico y las saco, pero no entran en la cerradura. Unas manos me las quitan y abren la puerta por mí. Mi departamento está oscuro. No sé mucho mas, solo que me jala hasta mi cuarto y caigo en mi cama. No sé por qué, pero me echo a reír. Estoy mareada.

—¿De qué te ríes? —lo oigo preguntar.

¿Cómo es que no parece tan borracho como yo?

Alan se sienta a mi lado en mi cama. Desde aquí se ve bonito con la luz de la luna. Trato de tocarlo, pero estoy ebria. ¿Ahora qué? Estoy borracha y a solas con un hombre que es casi un desconocido.

—¿Te vas a aprovechar de mí...? —pregunto.

Suelta una risita en el aire y luego está sobre mí. Se me para la respiración cuando agacha la cabeza hacia mi cuello y succiona un poco mi piel. Me estremezco.

—Podría—susurra sobre mi cuello—. Eres muy dulce, pastelito.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo, y no sé si eso me agrada o me aterra.

—Pero no soy tan cretino —sonríe, acercando su rostro al mío. Me da un beso en la comisura de la boca y no sé por que eso me detiene el corazón—. Duerme bien, preciosa.

Alan se levanta y se va, y en medio del mareo trato de controlar los latidos desenfrenados de mi corazón. Solo está jugando conmigo y estoy ebria. ¿Pero qué rayos fue eso?

Valeria por el premioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora