Capítulo 23

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—¡¿Qué significa esto?!

Un grito nos paraliza a Alan, a mí y al resto de personas que nos rodean. Un hombre grande, barrigón y barbudo camina hacia nosotros con furia, es como si sus pasos pudieran perforar el suelo. No sé por que no me siento intimidada por el hombre grande y furioso, eso hasta que la ira de sus ojos se fija en Alan.

—¡Un letrero! ¡Tenías que poner un maldito letrero de piso mojado, pero ni eso hiciste! ¡La gente se está resbalando por tu culpa!

Wow, alto ahí viejo.

El hombre se voltea hacia mí, junta sus manos frente a él y me sonríe.

—Lo siento mucho señorita, a veces los empleados son algo incompetentes. Me aseguraré de que esto no se vuelva a repetir.

No sé que decirle. Mi mirada viaja desde la de él hasta la de Alan y veo la desconfianza en sus ojos. ¿Piensa que me voy a poner en su contra? ¿Por qué me tiene en tan mal concepto como para pensar eso?

—No, no es así, yo-

—Fue mi culpa—se apresura a decir Alan—. No se volverá a repetir.

¿Qué está diciendo?

—¡No es verdad! —salto—. Fui yo la que no se fijó y-

—Fue mi culpa—insiste con mas ímpetu. Me mira con enfado, como diciendo que me calle—. Tendré mas cuidado la próxima vez.

Pero no fue su culpa, fui yo la que no miró por donde iba. Pero me mira con intensidad como si estuviera regañándome. Él no quería que lo descubriera y mucho menos quiere que lo defienda. ¿Pero por qué? No es tanto el hecho de que trabaje aquí, sino en por qué se acompleja tanto por ello. Bueno, habría que preguntarse las razones detrás. Pero eso no justifica que se deje tratar de esta manera.

—Alan-

—Tengo que ir a acomodar las latas. Con permiso—se apresura a decir y se va de ahí.

El señor me mira con sospecha pero luego deja el tema y también se va. Las personas también se van dispersando. ¿Qué rayos acaba de pasar? Las latas, dijo que iba a acomodar las latas. Debe estar en un pasillo cercano. Aprieto el pan contra mi pecho y camino con sigilo hacia la zona de los enlatados y ahí está, organizando latas en un estante. No me acerco, tengo miedo de cómo pueda reaccionar. ¿Cómo es posible que hasta haciendo algo tan mundano como acomodar latas se vea atractivo?

Por un momento se detiene y se frota la sien, como si estuviera tratando de aclararse las ideas. Cada vez entiendo menos. ¿Debería acercarme o irme? Tal vez no sea el mejor momento para hablar con él. No, no va a querer hablar conmigo. Pero a lo mejor  podría ir a verlo esta noche. Aunque no veo el gran problema con su trabajo, aun me queda una gran duda por solucionar.


Estoy tan alerta que me doy cuenta cuando llega a su apartamento. Me siento como una acosadora, no debería meterme donde no me han llamado. Tal vez ni siquiera se le pase por la cabeza hablar de eso conmigo. Pero hay algo por lo que si puedo pedir una explicación.

Cuanto toco su puerta no tarda mucho en abrir. Ya está vestido con su ropa de siempre.

—No pudiste esperar ni a que llegara, ¿no? —pregunta con hastío.

Es la primera vez que lo veo tan reacio a hablar conmigo, fuera de las veces en las que me ha estado ignorando, aunque creo que eso es algo diferente. Trato de pasar, pero no me lo permite.

—¿Qué quieres?

Uy.

—¿Ya no soy pastelito? —pregunto en burla.

—No. Dime lo que quieres y lárgate.

Sus expresiones comienzan a volverse severas y de inmediato siento que estar aquí es un increíble error. Pero somos amigos, seguramente puedo ayudarlo de alguna forma. ¿Por qué dejó que ese hombre lo tratara de esa manera? Alan si puso el letrero de piso mojado, recuerdo haberlo visto. Fui yo la que no se dio cuenta. ¿Acaso estará molesto por haberlo metido en problemas?

—Trabajas en un supermercado.

—Sí, ¿y qué?

—Alan, en serio no veo el gran problema en todo esto—comienzo a decir—. Solo no entiendo por qué no me dejaste decir nada. Ese hombre es claramente un esclavista y a ti no te importó.

—Tú no entiendes nada—su mirada se endurece mientras aprieta el borde del marco de la puerta—. Vete, Valeria.

—¡No! Soy tu amiga, puedes hablar conmigo.

—¿Mi amiga? —me mira con burla—. Solo eres un pasatiempo.

Lo está diciendo para herirme, lo sé, debe ser eso. Quiere lastimarme, pero no me voy a echar para atrás.

—Daniel podría ayudarte a conseguir un trabajo en su empresa—comienzo a decir—. ¡Podríamos trabajar juntos! Podrías conseguir algo mejor, ese trabajo es-

—¿Ese trabajo es qué? —pregunta con dureza—. ¿Lo ves? Dices que no ves el problema pero si lo ves. Me juzgas igual que los otros.

—¡No es eso! ¡Deja de ser tan terco! —le grito—. ¡Es obvio que no estás bien así! ¡No trates de hacerme la culpable de esto porque no lo soy!

—¡Entonces deja de meterte en mi vida! —da un paso hacia adelante—. ¡¿Qué no entiendes las señales?! ¡Te he estado evitando estos días porque quiero que dejes de fastidiarme!

Me paralizo. Me preguntaba por qué de repente me evitaba, pero entonces mi mente comienza a considerar las posibilidades y recuerdo las muchas advertencias de Lore donde me decía que Alan no podía pensar en nadie más que en sí mismo. Pero estos días fue muy diferente, parecía que le agradaba, que...

—¿Por... por qué?

—¡Porque ya me cansaste! —grita—. ¡No me interesas en lo absoluto!

El grito es paralizante, tanto que creo que algunos vecinos se asoman a mirar. Entre el dolor sangrante que siento en el pecho y el frío de mis manos, hago lo que primero se me ocurre. Le doy una cachetada. Duele mucho. Lo sabía... él no... no...

¿Por qué lloro?

—Muy bien—respiro hondo. No voy a perder la dignidad—. Te dejaré en paz.

Me doy la vuelta y trato de controlar el temblor de mis manos. A duras penas logro llegar hasta la cama, y tirada boca abajo no puedo evitar abrir los ojos a más no poder. Mi corazón es un tambor, mis manos no dejan de temblar y aun no digiero el impacto. ¿Eso realmente acaba de pasar? No es posible... ¿Por qué reaccionó de esa forma? Quiero pensar que es una forma de defenderse, pero al final puede que tenga razón.

Dijo que quería que dejara de fastidiarlo. Yo lo fastidio.

Solo era un juego desde el principio.


Valeria por el premioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora