Un triste Adios

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--Castillo Real—

Henrietta, estaba en su cama casi desnuda, lo único que llevaba era una fina camisa. La habitación era de su padre. El difunto Rey, pero ella empezó a usarla luego de haberse convertido en reina.

Al lado de la enorme cama estaba la mesa preferida de su padre. Ella movió silenciosamente su mano y tomó una botella de vino. Sirvió en una copa y tomo todo el contenido de un solo trago. Antes, sólo bebía ligeramente con la comida… pero desde que se convirtió en Reina. La cantidad había aumentado.

Para Henrietta, actualmente se consideraba no más de un simple adorno floral para que el gobierno pudiera indicarle que tomara decisiones lo cual la ponía nerviosa. La mayoría de las resoluciones eran traídas a ella casi en un estado decidido, pero aun así, ella era la que daba la aprobación final. Es más, a pesar que este tipo de actividades eran reducidas, la guerra continuaba.

A pesar de ser simplemente un gobernante ornamental, numerosas responsabilidades le habían sido conferidas. Henrietta, alterada por la presión, no podía dormir sin beber antes. Ella no podía mostrar esto a sus damas de compañía o a sus ayudantes, así que ella bebía vino a escondidas durante la oscuridad de la noche. Y, una vez más se sirvió una copa de vino.

Henrietta: (Puede que haya bebido demasiado)- Pensó somnolienta, para silenciosamente recitar un conjuro con un movimiento dirigido a la copa de vino.

Agua aprecio desde la punta de la varita para llenar la copa. Era un hechizo que convertía el vapor de agua del aire en líquido, un hechizo común del elemento Agua.

El agua que salía de la varita colmo la copa. Posiblemente debido a su embriaguez, no pudo controlar la cantidad que sirvió. Pero igual se lo bebió todo.

Una vez dejo la copa en su lugar, Henrietta cayó nuevamente sobre la cama. Durante su embriaguez, lo que podía recordar eran… los días felices. Esos resplandecientes días felices.

Pocas veces como esa, se había sentido realmente viva. El fugaz tiempo de verano que había tenido en sus catorce años.

Las palabras que quera escuchar una vez más…

Henrietta: ¿Por qué no las dijiste en ese momento?- Se preguntó, cubriéndose la cara con las manos.

Pero la persona que debería haberlas dicho ya no estaba. En ningún lugar del mundo.

Ella pensó que una victoria podía aliviar su tristeza, pensó que el arduo trabajo de Reina haría que se olvidara de él.

Sin embargo, no podía olvidarlo. Brillantes victorias, palabras de aprecio, los gritos de las personas que la llamaban “Santa” con respeto y amor… no podían compararse con esas palabras que deseaba escuchar.

Henrietta: (Oh no)- Pensó e inconscientemente comenzó a llorar.- (Muy pronto será mañana. Hay negociaciones con el embajador de Germania)- Para Tristain y la propia Henrietta la negociación era muy importante si querían terminar esta guerra lo antes posible.- (No puedo mostrar mi rostro bañado de lágrimas. No puedo mostrar mi faceta más débil a nadie)

Se secó las lágrimas y se acercó la copa de vino una vez más…

TOCK

TOCK

Henrietta: (¿Quién podrá ser a esta hora de la noche? Es muy problemático volver a levantarse, es irritante, pero no puedo ignorarlo. Albión pudo haber enviado una armada de nuevo.)- Pensó para luego ponerse un vestido de mala gana.- ¿La porte? ¿O eres tú, Cardenal? ¿Qué pasa esta noche?

Sin embargo, no hubo una réplica. En cambio, hubo otro golpe. Si no era el Canciller o el Cardenal, ¿Quién sería?

Henrietta: ¿Quién es? Identifíquese. Para la gente que visita la habitación de la Reina en la noche, no hay manera de que le falte un nombre.- Ahora, habla. De lo contrario, llamaré a alguien.

Un Destino DiferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora