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Hanna disfrutaba del viento de la madrugada sobre su cara mientras yo le contaba lo vivido con aquél hombre.

—Ya era hora que volvieras a vivir Any, si hasta pareces una vieja de cincuenta años frígida al lado de ese tipo — No me reí, para nada. Cuando mi amiga estaba media tomada me decía todo sin preámbulo, y sabía que me decía todo lo que a veces se reprimía y no me decía por respeto. Sea lo que fuera aquel hombre, ese que mi amiga prácticamente odia, es mi esposo, el amor de mi vida y, aunque mi vida junto a él es un tanto aburrida, lo amo. —Dime que volverás — Pidió mirándome. —Te mueres de ganas por volver ¿Lo harás? — Ahora que estaba allí, volviendo a mi casa, volviendo a mi vida normal no sabía si quería volver.

—No lo sé — Respondí.

—Vamos Any, me acabas de contar que tuviste el polvo de tu vida. ¿Me vas a negar que no te mueres por volver? Recuerda que todo allí es sexo, nada más, luego puedes volver a tu perfecta vida de princesa — Para decir la cruda verdad en la cara no necesitaba a ningún enemigo, con Hanna en estado de ebriedad era suficiente. Si quisiera que soltara la lengua, con unos tragos lo conseguiría sin duda.

—No debí hacerlo — Me arrepentí. Tarde, obviamente. —¿Te das cuenta lo que hice? La pasión me cegó, me acosté con un desconocido... y lo peor de todo es que le fui infiel a mi esposo, al hombre que amo — Hanna me obligó a frenar en la acera y me miró como si le hubiese confesado que maté a alguien.

—¿En serio te arrepientes Any? — Sinceramente no me arrepentía de haber tenido el mejor sexo con un desconocido, sino que me arrepentía de haber engañado a mi marido.

—Me arrepiento de haberle metido los cuernos a mi esposo, él no se lo merece Hanna — Ésta resopló y miró hacia la calle, segundos después volvió a mirarme.

—Bien, si crees que no se lo merece, olvídate de esta noche. Que quede como algo fantástico que te tocó vivir y ya, sigue con tu perfecto príncipe azul — La noté enfadada, y sinceramente no entendí por qué.

—¿Por qué te molesta que me arrepienta? — Cuestioné confundida.

—No me enoja que te arrepientas, me enoja que quieras aparentar ser la princesa de un cuento de hadas donde tu vida es perfecta junto a tu príncipe azul. Any, tú sabes que no es así. No tienes vida, vives detrás de su política, detrás de sus planes y te olvidas de vivir tu vida. Tienes apenas 29 años, tienes que disfrutar tu juventud. No porque estés casada vas a estar atada — Tenía algo razón en lo que decía, mi vida parecía perfecta pero no lo era... mucho menos en la intimidad. Éramos un camuflaje para la prensa, éramos política y propaganda.

—Es lo que yo elegí, lo que elijo hoy por el hombre que amo — Respondí con un nudo en la garganta. Me dolía saber lo que mi amiga pensaba de mi matrimonio.

—Está bien que lo ames, pero no por eso tienes que dejar tu vida. ¿Dónde están tus otras amigas? Se fueron de tu vida por el insoportable de tu esposo y porque tú no hiciste nada, pero yo estoy aquí porque quiero abrirte los ojos... y porque jamás te voy a dejar. Eres mi hermana ante todo, y elijas lo que elijas, te apoyaré. Pero esto es... todo un teatro Anahí. ¿No te das cuenta?

—Yo soy feliz con mi vida, eso es suficiente — Respondí volviendo a arrancar el auto.

—No eres feliz — Afirmó. Durante todo el trayecto ninguna de las dos habló, y cuando llegamos a casa la saludé con un beso en la mejilla y entré a mi casa, donde me esperaba mi esposo.

Necesitaba un baño, se me notaba a leguas que había tenido sexo y no quería que Manuel me viera en este estado, así que antes de subir hacia la recámara rogué que estuviera dormido. Agradecí interiormente encontrarlo profundamente dormido, entonces aproveché para tomar una larga ducha.
Me desnudé luego de regular el agua y mi cuerpo tembló al recordar como Poncho me había desnudado lentamente y con suavidad. Miré mi cuerpo en el espejo que colgaba en la pared, tenía marcas en las caderas... No eran tan visibles, mi esposo no sospecharía. Busqué otras marcas en mi cuerpo y afortunadamente no encontré ninguna más. Quité los recuerdos de mi mente y me metí bajo el agua. Tal vez eso lograba limpiar mi conciencia aparte de mi cuerpo.

La Princesa Que No Es Lo Que Aparenta | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora