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Poncho me daba fuerzas, ver ese brillo en sus ojos, esa sonrisa en su rostro, verlo acariciar mi vientre hacía que nada me importara más que aclarar lo nuestro y demostrarle al mundo lo feliz que éramos.

—¿Estuvo bien mi bebé hoy? — Preguntó apoyándose sobre el borde de la mesa y arrastrándome a mí, colocándome entre sus piernas.

—El bebé anda bien... y yo también — Lo pellizqué en el brazo haciendo que gruñera.

—Tú también me importas — Corrigió riendo y atrapándome en sus brazos. —¿Sientes algo? Digo, sé que los primeros meses no se siente nada... o por lo menos no los tres primeros. Pero quiero saber todo lo que sientes. Quiero vivir el embarazo contigo — Yo ni siquiera me sentía embarazada. Solo creía en eso porque había visto a mi bebé, y claro por algunas otras cosas más.

—Pues... tengo pocas náuseas, pero siguen ahí — Relaté —Mis pechos duelen y los noto más grandes — Me los miré y Poncho hizo lo mismo. Al ver su cara le pegué en el brazo.

—Lo noto — Rió.

—¡Ya! — Me sonrojé escondiendo mi rostro en su cuello. —Y pues... mi vientre se empieza a notar — Toqué mi barriga y si bien era muy poco, yo ya notaba la diferencia.

—No pareces embarazada... por lo menos nadie sospechará. ¿Has decidido que hacer? Me refiero a... sobre... ya sabes... blanquear nuestra relación — Preguntó. Asentí y me sostuve de sus brazos, acariciándolo.

—Ya tengo todo decidido, lo hablaremos hoy en la noche ¿si? Ahora tu hermana me espera... y a ella le espera una larga plática — Me acerqué para besarlo. Rodeé su cuello con mis brazos y él me tomó de la cintura, con firmeza pero delicadamente a la vez... mi vientre chocó con su sorprendentemente abultado miembro. Gemí sobre su boca. Sus manos me tomaron de los muslos, y con un rápido movimiento me volteó y me reposó sobre su escritorio, sin dejar de besarme con pasión y frenesí. —Mmm Poncho... me... espera... tu hermana afuera — Advertí entre besos. Me soltó y sonrió.

—Esta noche no te salva ni mi hermana — Me bajé del escritorio y me mordí el labio mientras acomodaba mi ropa y mi labial.

—Créeme, no quiero que me salve tu hermana — Dejé un último beso sobre sus labios y me retiré del lugar con una amplia sonrisa.
Cuando vi a Sami volvió la preocupación que había olvidado en el despacho con Alfonso.

El viaje hacia casa no era tan largo, pero intenté sacar un tema de conversación que no fuera su enfermedad.

—¿Hay algún nombre de niño que te guste? — Pregunté con una sonrisita sin dejar de conducir. Por el rabillo de mis ojos vi como me miraba con una amplia sonrisa, dejando atrás su estado de amargura. —El de niña lo ha elegido ya tu hermano, y me gustaría que me ayudaras a elegir el de niño — Añadí. El semáforo se puso en rojo, entonces la miré expectante.

—¡Tengo miles! — Exclamó. —Pero deberías elegirlo tú, es tu hijo.

—Y tú la tía... y quiero que me ayudes.

—¿Dijiste que ya eligieron el de niña? — Preguntó sorprendida.

—Como tu abuela.

—¡¿América?! — Gritó. Reí y negué.

—¿Cómo que América? ¡No wey! Agnese — Afirmé.

—Ay Dios Any casi me das un susto. Mi abuela paterna se llamaba América. ¿Te imaginas llamarla así? No, no. Pero Agnese me encanta.

—A mi también. Tu hermano me lo pidió, y me gustó el nombre ¿Sabes por qué? — Ella negó. Miré el semáforo. Verde. —Porque es griego... y este bebé fue concebido en Grecia según mis cálculos.

La Princesa Que No Es Lo Que Aparenta | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora