41

425 27 6
                                    

Relatado en 3ra persona.

—Es lo mejor para ti ¿Sabes? — Hanna terminó de colocar la última prenda en la maleta de Samantha mientras ésta asentía sin ganas.

—Es en vano — Farfulló.

—No es en vano, es por tu bien, es para que te recuperes pronto — Insistió la rubia.

—Hanna, yo me voy a morir lo sé. Yo ya no quiero vivir más.

—No digas eso Samantha, no te morirás. Te recuperarás y tu vida volverá a ser la de antes.

—No quiero. ¿Has visto como está Poncho? Devastado. Y me duele verlo así.

—Él está así y ya sabemos los motivos, pero por ti también. Le duele saber que tú te autodestruyes y que te quieres morir. Le duele creer que perderá a otra de las personas más importantes de su vida — Explicó Hanna. Desde lo ocurrido ella se había acercado más a los Herrera. —Piensa Sami, Anahí lo abandonó llevándose a su hija... ¿tú lo abandonaras también? ¿Lo dejarás solo y destruido?

—No quiero eso, quiero que mi hermano esté bien — Declaró.

—Entonces ponle garras, sal adelante y ayúdalo a salir a él — La adolescente pensó unos largos segundos y asintió.

—Tienes razón, él me necesita más que nunca — Dijo incorporándose. Hanna sonrió y tomó la maleta.

—Por el momento tienes que comenzar yendo a esa clínica y seguir todos los pasos para recuperarte pronto.

Hanna esperó afuera mientras Poncho hablaba con Sami en la sala de la casa.

—Poncho... — Samantha se acercó a él y se sentó a su lado. Su hermano estaba con la cabeza apoyada en sus manos, mirando algún punto fijo de la alfombra. —Hermano, no me gusta verte así  — Añadió con pena. —Mira... ella se pierde a un hombre como tú. Tienes que seguir, dejarla si se quiso ir — Poncho la miró y suspiró.

—No puedo dejarla ir porque la amo, Sami — Explicó.

—Puedo entender lo que te cuesta, pero mira, tuvieron que pasar semanas para que yo me diera cuenta, desde que me visitó, que si ella no nos quiere tener en su vida hay que dejarla. Me costaba comprenderlo porque ante todo era mi ídola, la tenía en un pedestal... pero la desilusión fue más grande, y ya me da lo mismo que haga con su vida. Está haciendo sufrir a la persona que más amo en el mundo y a la única que tengo en esta vida; tú. No quiero que nadie te lastime, ni siquiera lo voy a permitir por más que sea mi ídola — Poncho sonrió de lado al escuchar las palabras de su hermana, y la abrazó.

—¿Qué haría yo sin ti? No quiero perderte, quiero tenerte sana conmigo... al fin y al cabo nos tenemos entre nosotros — Rompió el abrazo y la tomó de la cara con sus manos. —Eres todo lo que tengo en la vida, junto con mi hija — Explicó. —A Any no la tengo, pero también es muy importante para mí, porque a pesar de todo siempre la amaré aunque ahora me desprecie y no sé por qué motivo.

—Ella te ama... pero tampoco entiendo por qué está haciendo esto.

—No sé si aún me ama — Farfulló el doctor.

—Eso no lo puedes dudar, te ama y yo lo noto... Veo el dolor en sus ojos, el disgusto que tiene... puedo ver que no ama a su esposo, que no lo mira como te miraba a ti. Dirás que soy una inmadura aún en el tema de amor porque nunca me he enamorado, pero lo noto, lo veo. La miro en las noticias, en las revistas... y ella también está mal. Aunque trate de aparentar ser la princesa que vive feliz con su príncipe y que formará una familia deseada... ¡Eso no lo cree nadie Poncho! Además esa niña que lleva en su vientre es tuya... y creo que no deberías permitir que un tipo como Manuel se haga cargo de ella, porque es tuya, tiene tu sangre.

—No permitiré eso Sami... Estoy completamente seguro que esa niña es mía, y Any la última vez se pisó solita diciendo que no me necesitaría. Es mi hija y lo siento. Agnese es mía — Explicó.

—A mí también me dijo que es tu hija. Así que deberías hacer algo por la niña — Confirmó.

—Lo voy a hacer. Pero quiero que Any viva el embarazo sin complicaciones, porque no me perdonaría que algo le suceda a mi hija. Dejaré que ella les haga creer a quien quiera que esa niña es de su esposo, pero en cuanto nazca Agnese lucharé por recuperarla, no solo a ella sino también a Any — Decidió. Sami sonrió y volvió a abrazarlo.

—¿Por el momento que harás? Te estás perdiendo todo el embarazo.

—Ya me perdí la mitad. Me perdí las pataditas de mi hija, los siguientes antojos, me perdí las ecografías y la noticia de que sería niña... si no fuera por las revistas nunca me hubiese enterado — Los ojos se le aguaron y su hermana le acarició la espalda. —Si me acerco a ella, sé que su esposo podría denunciarme... y sería mucho peor porque ahí si que no podría siquiera acercarme a mi hija el día que nazca. Así que decidí dejar que la marea se calme antes de comenzar con mi plan de reconquista — Samantha entendió y le dedicó una sonrisa.

—Ella ya está conquistada por ti, solo tienes que hacerla entender que de nada vale aparentar algo que no es — Aconsejó.

—Lo haré Sam... lo haré como que me llamo Alfonso Herrera — Prometió incorporándose. —Cambiando de tema, iré a verte cada día que haya visitas. Lo prometo.

—Allí te espero hermano, y a Hanna también. Agradezco que se haya acercado más a nosotros, y es una amiga que nos está apoyando muchísimo — Alfonso estuvo de acuerdo. —¡Te portas bien hermanito eh! Y no estés así, triste, apachurrado — Rió. —Tienes una vida, y si Any no quiere estar en ella deberías seguirla sin ella. Aunque estés enamorado no puedes estar así.

—Es difícil. Lo entenderás el día que te enamores — Finalizó con un suspiro tomando las llaves del auto.



***

Mi vida fuera de la de Alfonso ya no tenía sentido, pero tenía una razón por la que me había alejado. ¿Por qué había sido tan tonta de dejarme manipular una vez más por Manuel? Pero eso no era lo que más me afectaba, sino lo que me dolía era haber lastimado así a la persona que más amo en el mundo; el padre de mi hija... Alfonso. Poncho. Ese hombre que no ha hecho más que darme felicidad en este año. Fue muy egoísta de mi parte despedirme con un "Que seas feliz"... fue muy irónico, y cruel ante todo, porque sabía que Alfonso no podría vivir feliz de esa manera.
Sequé mis lágrimas y me recosté en mi antigua cama, aquella que conservaba en la casa de mi mamá. Sí, me había ido de la casa que compartía con Manuel... una vez más y esta vez para siempre. Me había amenazado con lo más preciado en mi vida, mi hija, y no iba a soportarlo más.

Pensé en Alfonso ¿Qué estaría haciendo? Llevo meses completos sin verlo, sin saber nada más de él que no sea lo que Hanna me cuenta... y si me cuenta es porque le insisto, de otro modo ella no lo haría. "¿Para que quieres saber cómo está si ya no te interesa si sufre o ríe, si está bien o mal?" Duras palabras de mi amiga que dolieron en lo más profundo de mi alma, pero que llevaban consigo mucha verdad.
De lo que estaba segura era de que Alfonso sabía de mí, sabía cada cosa que me pasaba, sabía lo que pensaba, como estaba y también sabía del avance del embarazo por Hanna. Estaba completamente segura que Hanna le contaba todo lo que quería saber, y es que se habían vuelto muy amigos. No son celos, sé que Hanna es una buena persona, respetuosa y jamás se metería con el hombre al que amo... Esto es una amistad, una amistad que se ha vuelto más fuerte de la que nosotras tenemos. Porque desde que cometí el error de volver con Manuel, Hanna no me había dejado sola, pero sin embargo tiraba de la soga con más fuerzas para el lado de Alfonso. Algo comprensible, dado a que yo había sido una cruel persona con él, lastimándolo día a día, cada vez más con mi indiferencia. Y Hanna, lo que nunca fue, es ser hipócrita. Ella odia la hipocresía, al igual que yo. ¿Pero por qué estaba siendo tan hipócrita con el hombre de mi vida? ¿Miedo tal vez? Claro que sí, era miedo. Manuel me había amenazado. Aquel día que tuve la pérdida de sangre, cuando Maite salió para hablar con Alfonso, recibí una llamada de Manuel... y ese día cambió todo.

Me retuerzo en mi gran cama y lloro, lloro por haber perdido al hombre de mi vida, a ese príncipe azul que había soñado siempre. Pero hay algo que me queda de él, de ese fuerte amor que tuvimos; mi hija. Nuestra hija. Tuve que negárselo miles de veces, hacerle creer que esta niña no era de él, sin embargo nunca lo creyó. Y es un lazo que no podré romper ni yo misma, porque él siente que es su hija... y yo se lo había confirmado en un momento aquella vez que me enteré que Sami había llegado a su límite. A partir de aquel momento no lo pude negar... no pude negárselo ni a él, ni a mi amiga, ni a mi familia... que de hecho mi familia nunca creyó que esta bebé fuera de Manuel. Mucho menos mi hermana. Ella tenía un sexto sentido que nadie tenía, y por más que la noticia de mi embarazo la di junto a Manuel, ella nunca lo creyó... y los demás tampoco. Creo que los únicos ciegos fueron los medios de comunicación, pues ellos no conocían la realidad.

Ahora que me había ido nuevamente –y para siempre- de la vida de Manuel, tenía que decir la verdad. La única verdad. Mi verdad. Esta vez nadie me frenaría. Estaba cansada de ser manejada y manipulada por Manuel... esta vez aclararía de una vez por todas.

Me senté en la cama cuando sentí una contracción. Afortunadamente había tomado clases de preparto y sabia como sobrellevar cada contracción. Tomé aire con calma y lo exhalé. Apreté con mis manos un almohadón, pues había sido una de las contracciones más fuertes que había tenido.
Recién tenía ocho meses de embarazo, así que no podía ser un aviso de que mi hija llegaría al mundo.

Miré el reloj. Las siete de la tarde... y estaba sola. Mi cumpleaños sería en unas horas, y a comparación de la vieja Anahí, esta vez mi cumpleaños comenzaría apenas abriera mis ojos por la mañana. Para una futura madre que se duerme antes de las diez, el día comienza a primera hora de la mañana.
¿Qué haría para festejar un año más de vida? De mi parte no había planeado nada, pero conociendo a mi familia y a mi amiga, algo se traerían en mano.
El sol comenzaba a esconderse dándole paso a la noche... y de seguro una noche hermosa porque el día había sido así, aunque yo me la había pasado encerrada en mi viejo cuarto llorando por haber desperdiciado la oportunidad de ser feliz con Alfonso.

Una segunda contracción me hizo retorcer quince minutos después. Hice lo mismo que antes, inhalar, exhalar y relajarme. Pero una tercera se hizo presente diez minutos después. ¿Se adelantaría mi hija? No. Mi obstetra me había dicho que mi embarazo iba a llegar a término, y que a mediados de abril daría a luz a una niña. No tenía que adelantarse, era pronto aún.
Sin embargo la siguiente contracción hizo que gritara, con ganas... con fuerzas. Fue tan intensa que lloré.

—No puedes nacer aún bebé — Supliqué entre el llanto y el silencio de mi habitación.

Mi madre se había ido a casa de mi hermana por la tarde, quizás a organizar algo para mi festejo... estaba sola. ¿No nacería aún verdad? Faltaba un mes, no podía nacer. Además las contracciones no eran tan seguidas como me habían dicho que serían. No era nada, debía respirar y relajarme. Imposible con un dolor tan insoportable.
Me incorporé cuando el dolor cesó. Tomé mi bolso y mi celular, bajé sin apuro y salí de la casa. No iba a manejar, así que tomé un taxi. Las contracciones se habían ido afortunadamente, no quería asustar al taxista.
Cuando el coche frenó miré el frente de la casa. Le pagué al hombre y me bajé, con mi bolso personal y nada más. Ni abrigo, nada. Busqué las llaves que estaban en algún lugar del bolso y cuando las encontré abrí el portón de entrada, luego la puerta que me dejaría ingresar a esa casa.
Era mucho atrevimiento hacerlo, pero tenía que hacerlo. El aroma a hogar invadió mis fosas nasales haciéndome sonreír con nostalgia, aguando mis ojos. Agradecí que no haya cambiado la cerradura, y con todo el atrevimiento que me salió de no sé donde, me senté en el sofá al notar que la casa estaba vacía.
¿Dónde estaría a estas horas? Ya eran las siete y media. ¿Trabajando? Dado a que era martes era posible, Poncho trabajaba hasta muy tarde y más desde que yo lo había dejado según me contó Hanna. En cuanto a Sami, mi amiga me había contado que hace apenas unos días le habían dado el permiso para que siguiera el tratamiento desde casa. Pero en su casa no estaba ese día.
Me relajé reposando en el sofá y tomé mi celular. Entré a mis redes sociales y me actualicé un poco, viendo las menciones y otras cosas. No iba a publicar nada, solo quería saber que hacían mis fans. Sin pensarlo me metí en la cuenta de Samantha. Leí unos cuantos tweets de ella, algunas eran pláticas con otras fans, otros retweets... y algunos sobre su tratamiento. Pero uno de los últimos me hizo saber que estaba con Hanna esa noche. Otra cosa que me había contado Hanna; se habían hecho mejores amigas casi. "Noche de amigas. Teatro con Han!!" Había puesto. No era raro en Hanna ir al teatro un día de semana.

Se me pasó la hora jugando con mi móvil nuevo. Había vuelto a cambiar mi número telefónico y el aparato hacía un día. Me dormí en aquél cómodo sofá por no sé cuánto tiempo. Desperté a las doce de la noche por el sonido de mi móvil ¡Las 00:00 clavadas! Bravo. Era mi cumpleaños. Suspiré en la oscuridad. Alfonso no había regresado, de otra forma lo habría escuchado. Apagué mi teléfono, no quería recibir ningún llamado aún, seguramente llamarían por la mañana temprano.

—Feliz cumpleaños Any — Farfullé para mí misma con una sonrisa triste. Toqué mi vientre y sonreí, por lo menos no estaba sola, una pequeña personita se movía sin parar dentro de mí. —¿Me estás dando las felicitaciones pequeñita? — Pregunté colocando ambas manos en mi vientre. Agnese se movía demasiado, más de lo que alguna vez se había movido.
Levanté mi blusa dejando mi vientre al descubierto, prendí uno de los veladores de la mesita de al lado del sofá y acaricié mi vientre. Pude apreciar los movimientos de mi hija, pude ver como una de sus rodillas se marcaba en mi barriga y sonreí maravillada. —Calma bebé — Pronuncié sin aire cuando sentí que oprimía algo en mi interior dejándome sin aire. Sentí que mi cintura se partía en dos cuando se presentó una nueva contracción. —Oh por Dios Aggie no hagas eso — Me quejé acomodándome mejor en el sofá. Tomé una bocanada de aire y gemí sin poder controlarlo. —Ya no cabes amor, no te muevas tanto que a tu madre le duele — Pedí con los ojos cerrados. La contracción y la presión cesaron lentamente, pero no por tanto tiempo. Gruñí al sentir una con apenas cuatro minutos de diferencia... eso me estaba alertando. —¡Por Dios! — Sollocé. Las luces se prendieron y oí la puerta cerrarse. No había escuchado que la abrieran. Abrí los ojos y me crucé con aquellos ojos verdes que aún lograban hacerme estremecer. Vi sorpresa y preocupación en sus ojos. Alfonso se acercó a mí, se sentó en el sofá muy cerca y me tomó del rostro, ese rostro mojado y con expresión de dolor que yo tenía.

—¿Any? ¿Qué sucede? ¿Qué haces aquí? — Preguntó secando mis lágrimas.

—Perdóname — Pronuncié cerrando mis ojos. Bajé la cabeza y él la elevó con sus manos.

—¿Por qué Any? ¿Por haber entrado así? — Preguntó en un susurro.

—Por todo — Emití como pude. Estaba sin aire. —Por entrar sin permiso, por dejarte, por lastimarte, por alejarte de nuestra hija, por no dejarte vivir el embarazo conmigo, por negarte a tu hija, por hacerte sufrir, por negarte este amor que aún vive en mí, por no dejar de desearte por todos estos meses, por el deseo que me consume aún por dentro. Perdóname por hacerte tanto mal. Perdóname — Finalicé llorando. ¿Era la forma de hacerlo? No lo sabía, pero necesitaba descargarme, necesitaba que supiera que estaba arrepentida. —Lo siento tanto.

—Shh — Me tranquilizó. Besó mis párpados aguados y la pun.ta de mi nariz.

—Perdóname porque te amo — Añadí con el mismo tono de súplica y llanto.

—No hay nada que perdonar — Susurró.

—No tengo perdón.

—No es eso — Aclaró. —¿Por qué estás aquí Any? — Miré sus ojos cristalinos.

—Necesitaba demostrarte lo arrepentida que estoy de haberte hecho daño — Contesté.

—De decirme — Corrigió con una sonrisita leve.

—Demostrarte — Aclaré. —Quiero darte explicaciones — Añadí. Tomé aire y cerré mis ojos. Mis manos apretaron las suyas que aún sostenían mi cara, mis uñas se clavaron en su carne y gemí fuertemente.

—¿Any? — Habló preocupado.

—Me parece que... tu hija quiere nacer — Respondí. —Aún no es tiempo pero... — Tomé aire pero el llanto le ganó a la respiración.—Esto duele — Lloré. Poncho quitó mis manos y las apoyó en mi vientre contraído, duro.

—Te falta un mes aún.

—Se quiere adelantar — Susurré soportando el dolor.

—Any, es tu cumpleaños — Dijo sonriendo. —¿Te imaginas? El regalo más hermoso que puedes tener — Asentí —Feliz cumpleaños mi reina — Expresó con una sonrisa. Esta vez el llanto era de emoción, o de alguna emoción que aún no interpretaba; si de felicidad, de sensibilidad o que.

—Gracias — Pronuncié mirándolo a los ojos. —Es el mejor cumpleaños que podría tener... Estar aquí contigo, con nuestra hija — Me mordí los labios. —Poncho la niña quiere nacer.

—¿Ya? — Preguntó dándose cuenta de la situación.

—Si — Exclamé.

—No puede ser.

—Pero es Poncho. Siento que va a nacer — Se incorporó de golpe y tomó las llaves de la mesita. —No, no, no por favor.

—Vamos a mi clínica.

—¡No Poncho! — Lo tomé de la ropa y apreté mis dientes, tanto que hicieron ruido. —No quiero clínicas — Pedí.

—¿Cómo que no? ¿No pensarás tenerlo en casa verdad? — Preguntó con un tono asustado.

—En tu jacuzzi... por favor — Pedí volviendo a tener otra contracción. —¡Ya Poncho está por nacer! — Sollocé. Apreté su camisa con mis puños arrugándola por completo.

—Es muy pequeña aún Any, no puede nacer. Vamos a la clínica, Maite está de turno — Dijo tratando de incorporarme por los brazos.

—¡No! Va a nacer, estoy segura — Emití reposando mi frente sobre su abdomen.

—Tranquila Any. Llamaré a la comadrona que trajo al mundo a mi hermana, ella está preparada para esto — Sugirió. Quiso caminar pero no lo dejé.

—Mi amor, por favor — Pedí —No quiero a nadie más conmigo que a ti... te necesito — Supliqué. Lo vi asentir y agacharse a mi altura. Pegó su frente a la mía y habló.

—Bien, traeré a nuestra hija al mundo.

La Princesa Que No Es Lo Que Aparenta | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora