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Lo miré con intensidad, me mordí el labio y comencé mi caminata provocativa hacia el baño pidiendo interiormente que me siguiera.
Cuando llegué al baño me miré al espejo, mis mejillas estaban coloradas y mis ojos transmitían deseo. Eché mi cabello hacia atrás y luego coloqué mi mano en mi pecho, del lado del corazón; iba como de costumbre a mil por hora. Cerré los ojos unos momentos cuando sentí que cerraban la puerta con la traba. Abrí mis ojos al mismo instante en que Poncho me volteaba para quedar frente a mí.

—Maldición — Farfulló levantando mi vestido —Pensé que nunca lo harías — Me dijo colando sus manos dentro de mi ropa. Gemí antes de capturar su boca con la mía, mientras mis manos desabrochaban el cinto de su pantalón.
Lo besé con ansias, ímpetu, desespero y demás. ¡Caray como había extrañado sus besos! Quise negarme a mí misma que no era así, pero me estaba mintiendo. Con solo volver a verlo encendía todos mis sentidos.
Acarició mi vagina al tiempo que yo luchaba con su pantalón. Cuando por fin logré bajar completamente su pantalón, acaricié su pene sobre el bóxer y él gimoteó contra mi boca. No había tiempo de nada, teníamos unos cortos minutos para no levantar sospechas... teníamos que hacerlo rápido. Así que bajé su bóxer y su miembro quedó erecto frente a mí.
Sus manos me estaban haciendo jadear.

—Dime ¿Por qué estás tan húmeda? — Preguntó mientras me ponía de espaldas, irguiéndome hacia el lavamanos. Gruñí cerrando mis ojos. ¡Él me ponía húmeda! —Dime preciosa — Abrió mis piernas con brusquedad y sentí como colocó su pene en mi entrada, sin penetrar aún.

—Por ti — Confesé con un jadeo —Por ti estoy tan mojada — Entonces me tomó de la cintura y ensartó su pene en mi resbaladizo canal. Ambos emitimos un gritito de placer al sentirnos conectados luego de dos semanas. —Te acuestas con Hanna — Hablé mientras él entraba y salía de mí con fuerzas, sin piedad.

—¿Te molesta? — Gruñó en mi oído.

—Solo dime que no te estás vengando — Pedí.

—Tu amiga se parece tanto a ti, preciosa, que si no puedo tenerte a ti la tengo a ella — La garganta se me cerró cuando salió completamente y volvió a hundirse en mí con una fuerza superior. Mis manos se aferraron al mármol del lavamanos mientras él me atravesaba y me partía en dos con cada embestida.

—Ella... — Tomé aire —¿Te gusta ella? — Cuestioné. Me tomó del pelo haciéndome echar la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos.

—En la cama sí — Cerré mis párpados con fuerzas —¿Sabes? Ella hace todo lo que te puedas imaginar — Me confesó en mi oído —Pero nadie se compara a ti muñeca — Abrí mis ojos nuevamente y lo miré con fijeza mientras sentía llegar el orgasmo. Llevó su mano a mi monte de Venus sin dejar de mover sus caderas, introdujo sus dedos en mi abertura y encontró mi punto donde acumulaba mi orgasmo. Con apenas unos frotes allí sentí mi vientre contraerse, y mi vagina atrapó su pene mientras las contracciones se hacían presentes. Ante esa sensación lo sentí explotar dentro de mí, largando toda su semilla en mi interior, acompañado por mi convulsión y tuvo que morder mi cuello con fuerzas para no gritar.
Segundos después, su respiración era irregular, su frente descansaba en mi hombro derecho mientras seguía vaciándose en mi interior y mi centro aún palpitaba. Alzó su mirada y con sus manos ladeó mi cabeza para que lo mirara.

—Te extrañé — Le confesé con la voz temblorosa. Él sonrió con los ojos cerrados y murmuró.

—Yo también preciosa. No sabes cuánto — Me besó levemente los labios mientras salía de mí.

Luego de limpiarnos y acomodarnos la ropa, me tomó de las mejillas y me acercó a él. Jugó con mis labios unos momentos hasta besarme con pasión, introduciendo su lengua completa en mi boca.

La Princesa Que No Es Lo Que Aparenta | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora