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Caminamos hacia el estacionamiento del antro, me subí en el asiento de copiloto y Poncho en el del conductor. ¿Dónde sería ese maldito lugar? Mi entrepierna quemaba, mi cabeza daba vueltas por el placer y el alcohol que había tomado... no estaba dispuesta a esperar más tiempo. Miré a nuestro alrededor, no había nadie más que un tipo de seguridad a más de 50 metros nuestro... entonces volví mi mirada hacia la de Alfonso y me mordí el labio.

—Siento decirte que no podré esperar hasta llegar... te necesito ahora — Seguidamente me subí sobre sus piernas a horcajadas. Con un movimiento él tiró el asiento hacia atrás, cayendo yo encima de su cuerpo. Reímos ante esa caída tan bruta, luego tomé sus labios con los míos.

—¿Aquí? — Preguntó con la voz ronca. Sus manos acariciaban mis muslos... ¡Claro que allí! Me tentaba mucho más si seguía acariciándome de esa forma. No fue necesario decir nada, nos fundimos en un impresionante beso. Nuestras manos buscaban ávidamente encontrar las partes del cuerpo uno del otro... Mi vestido era ligero, podía levantarlo y tocar cada parte de mí, además era fácil de quitar... y mis braguitas eran diminutas.
Fue así que quitó mi vestido, pero como no podía quitarme las bragas las tuvo que arrancar. ¡Me arrancó las bragas! Dios ni siquiera me importaba irme de allí sin unas debajo de mi corto vestido.

Mientras él desabrochaba mi bra, mis manos se metieron en su pantalón y no pude aguantar más, fui directa a su pene... me urgía tenerlo en mis labios y jugar con él con mi experta lengua.

Apenas logré sacar su miembro de adentro de los pantalones y me agaché a besarlo, chuparlo, jugar con él, sentir las palpitaciones de sus venas, morder y lamer sus testículos hasta que logré meter ambos en el interior de mi boca dejándolos empapados por mi saliva. Mientras me ocupaba de él, las manos de Alfonso buscaban mi cuerpo... Estaba totalmente desnuda en un lugar público, donde el que se acercara podrían vernos... pero no me importaba. Por primera vez no me importaba que me vieran, quizás porque era Grecia y allí nadie nos conocía. Mientras lo mam.aba pude sentir como sus dedos buscaron mi centro, pero luego se desviaron intempestivamente hacia mi ano. Cuando sentí que dos de sus dedos se profundizaban en mi recto, succioné su pene haciéndolo gruñir. Era una posición bastante incómoda, de hecho no sé cómo fue que llegó a mi interior... pero ese hombre sabía hacerlo.

Como iba la cosa, no íbamos a durar mucho... La situación no duraría mucho, por el lugar, el riesgo además de la calentura... además no disponíamos de mucho tiempo hasta que alguien nos viera, o el mismo tipo de seguridad se diera cuenta que aún seguíamos ahí. Entonces Poncho me separó de su cuerpo y me recargó pero esta vez en el asiento derecho, el que ocupaba antes yo, y luego recostó el asiento. Me miró completamente con lascivia antes de recargarse sobre mí con cuidado. Bajó y dejó un beso en mi vagina luego de abrirme las piernas, pero no se quitó ni siquiera su camisa. Su pene resplandecía saliendo de sus pantalones y... estaba condenadamente sexy. Él vestido completamente, yo desnuda por completo. Abrió más mis piernas y colocó su pene en mi entrada. Me besó pero no hizo nada más. Me hizo desearlo unos largos segundos, entonces levanté mis caderas obligándolo a que me penetrara. En segundos ensartó su pene lo más adentro posible de mis entrañas, iniciando el cadencioso movimiento sexual que tanto me gustaba. El placer era inmenso, de hecho antes de llegar al auto ya sentía que mi orgasmo estaba cerca, por lo que, la penetración, fue la culminación. Fue así, sentirlo tan dentro, que hizo que mi primer orgasmo llegara haciéndome retorcer y gemir, reprimiendo los gritos y mordiendo su hombro. Mis uñas se clavaron en su camisa, tan profundo que tal vez las llegara a sentir en su carne. Poncho siguió bombeando en mi interior, y fue un orgasmo tan intenso que se juntó con el segundo, haciéndome ahora gritar sin importarme nada. Sentía esa intensidad en mi cuerpo que no pude reprimir ni siquiera morderlo y arañarlo, abandonándome ante esos dos intensos orgasmos. Sentí su semilla en mi interior cuando mordió y succionó mi cuello... y en ese momento no me di cuenta de la gravedad de la situación. No había condón, no había tomado mis pastillas entre el viaje y el ajetreo de la llegada... y el placer me había cegado. Nos había cegado.







La Princesa Que No Es Lo Que Aparenta | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora