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Me miró fijamente con esos hermosos ojos que poseía y solo atiné a besarlo. Con suavidad, nada pasional, solo el roce de nuestros labios disfrutando la conexión y nada más.
—No completamente, pero a su manera soy feliz — Contesté abrazada a él.

—¿Por qué sigues engañándote? — Cuestionó. Ahí íbamos, otra vez pelearíamos. Me alejé de él y tomé mi bolso.

—No quiero discutir — Me tomó de la muñeca y me frenó... no iba a dejar que me fuera así. Lo comenzaba a conocer. —Mejor nos vemos esta noche.

—No, no te irás — Volvió a pegarme a su cuerpo. —No sigas huyendo Anahí, porque mira que amo los castigos y no me desagradaría volverte a azotar. Asume las cosas de frente, no sigas evadiendo el tema — Me dijo rodeándome con sus brazos.

—¿Por qué tanto empeño en saber si soy feliz o no? — Pregunté seriamente. —¿Qué cambiaría si te digo que si o que no? — Bruscamente me acercó más, mucho más a su cuerpo.

—Si me dijeras que no eres feliz haría todo lo posible porque dejes esa idea absurda de seguir con él por protocolo. Haría lo que fuera por que lo dejaras — Explicó a centímetros de mi cara.

—¿Para estar contigo? — Pregunté en voz baja dado a que estábamos muy cerca. Mantuvo su penetrante mirada en la mía y afirmó.

—Si, para que seas completamente mía —Mi corazón dejó de latir en cuanto esas palabras resonaron en mis oídos. Pero... ¿suya en que sentido? Y se lo pregunté.

—¿Tuya en que sentido Alfonso? — Temí su respuesta.

—Podría verte cuantas veces quisiera sin necesidad de escondernos — Respondió, y obviamente esperaba esa respuesta. ¿A caso él iba a responder algo distinto? Obvio no. Notó mi desilusión en la cara pero... ¿Por qué me desilusionaba tanto su respuesta? ¿Estaba sintiendo algo diferente por él? No lo sé. Sonreí disimulando la amargura y me separé de él, quería irme, estaba agotada por todo lo que había sucedido en una sola noche... no tenía más energía y necesitaba estar sola, por lo menos unas horas hasta volver a verlo.

—Quiero irme — Pedí. Como de costumbre se puso serio, gélido. Me soltó y asintió.

—Te llevo — Cerré mis ojos con fuerza y negué. ¡Quería estar sola! No quería que... ¡me viera llorar caray! Bastante que me estaba aguantando ese nudo incontrolable en la garganta. Como pude le agradecí y negué. Entonces me pidió un taxi que estuvo a mi disposición en cuestión de minutos.
Cuando llegué a mi casa agradecí que estuviera vacía, sin nadie que me preguntara por qué estaba con esa cara tan demacrada llorando como niña. Dejé mi bolso y corrí a la habitación de huéspedes, aquella que usaba mi sobrina cuando se quedaba en casa, decorada a su gusto. No quería recostarme en la cama que compartía con mi esposo luego de haberme revolcado en 20 posiciones con... Alfonso. Me producía tantas sensaciones nombrarlo, emociones que me confundían día a día cada vez que sabía de él o estaba con él. ¿Por qué esto que empezó como un pasatiempo, o como un juego, o como quien sabe que, comenzaba a afectarme tanto?
Yo amaba a mi marido, de eso estaba segura, me casé con él por eso... sino no lo hubiese hecho. Pero ¿por qué ahora venía un tipo que me fo.llaba de cualquier forma como a una pu.ta y me hacía dudar del amor hacia mi esposo? No lo entendía, no me entendía yo misma y no me reconocía. Un tipo no podía confundirme, un hombre que sabía fo.llar no podía nublarme así la mente y hacerme dudar solo por eso, por hacerme sentir lo que nadie me hizo sentir. Ahí estaba la cosa, de allí salía mi duda, por él y por ello comenzaba a cuestionarme tantas cosas en la cabeza... solo porque él supo y sabe hacerme lo que, lo confieso, me gustaba.

Mi celular me sacó de mis pensamientos, sonaba pero no quería atender... no tenía ánimos de hablar con nadie. Insistieron tanto que atendí.

—Diga — Se notaba en mi voz la poca amabilidad de mi parte. Era mi hermana invitándome a pasar un el día con los niños en algún lugar. Me hacía falta eso, ver a mis sobrinos y olvidarme de todo pero... no podía salir. Ni siquiera podía apoyar el trasero en ningún lado ¿Qué diría? ¿Qué excusa pondría? No, definitivamente no podía ese día. Negué disculpándome que no me sentía muy bien, mi hermana insistió en venir a verme a casa pero pude convencerla de que no lo hiciera.
Tomé un baño relajante de una hora, escuché un poco de música en el agua y me olvidé de todo por un momento. Mi cuerpo me agradeció cierta atención luego de tanto maltrato sexual.
Unté crema en cada parte de mi piel y me relajé en la cama sin necesidad de ponerme algo más que la ropa interior. Estaba sola, sin que nadie me molestara y lo estaría en todo el día.

La Princesa Que No Es Lo Que Aparenta | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora